Sáb 18.04.2009
espectaculos

MUSICA › SUSANA RINALDI Y SU PRESENTACIóN DE HOMENAJE A HOMERO MANZI

La memoria de la palabra

La cantante y actriz vuelve a rendirle tributo al autor de “Sur”. Enamorada de su poesía, destaca: “Estos personajes como Manzi se hacen presentes en la palabra, no sólo la que ellos han dirigido al mundo, sino aquella de la cual han aprendido”.

› Por Karina Micheletto

Susana Natividad Rinaldi es, desde hace décadas, la Tana. Ese apodo vuelto marca de identidad no se lo ganó como actriz, tal como hubiera imaginado cuando egresó de la carrera de Arte Dramático, o cuando hacía sus primeros trabajos en teatro y televisión. El cambio de rumbo que sería definitivo lo dio por absoluta casualidad, según cuenta ahora la señora Tana Rinaldi. Está en su oficina de la Asociación Argentina de Intérpretes, donde ocupa el cargo de vicepresidenta. Esta vez la nota no es para hablar de la lucha por la sanción de una ley que proteja los derechos del intérprete. Rinaldi está presentando Homenaje a Homero Manzi, un registro grabado en vivo en el Teatro Auditorium de Mar del Plata en febrero pasado, que comparte con un compañero de años, su cuñado Juan Carlos Cuacci. Hoy será la última fecha de esta serie de presentaciones en el Club Lounge (Reconquista 974).

Este Homenaje a Homero Manzi (Rinaldi ya había hecho un disco dedicado al poeta) no sólo transita sus temas. Hay también datos biográficos, relatos y anécdotas sobre Manzi y su época, en un registro que tiene una fuerte marca teatral. Una suerte de captura de un clima, íntimo y cuidado, en el que es posible recrear desde la escucha una forma posible del show en vivo. “Mis espectáculos siempre han estado compartidos entre la palabra hablada y la cantada, y en este caso fue un efecto buscado: quise grabar el espectáculo tal cual fue, con ese calor especial que ante dos intérpretes puede sentir, percibir y devolver ese público que masivamente pareciera estar preparado para otro tipo de espectáculos”, advierte la cantante. “Lo que quise rescatar es la memoria de la palabra. Y estos personajes como Manzi se hacen presentes en la palabra, no sólo la que ellos han dirigido al mundo, sino aquella de la cual han aprendido”.

“En realidad, fue algo que en su momento grabé sólo para mí, como he grabado muchas cosas. Sólo para guardar la memoria de lo que había pasado en Mar del Plata. Ocurrió que mi hija Ligia (Piro) y su marido David (Libedinsky) me lo pidieron para su pequeña grabadora, Gato Pop. Les dije adelante, ojalá sirva. Juan Carlos estuvo de acuerdo, así que todo quedó en familia.”

–La suya es una familia absolutamente musical. Imagino lo que serán las reuniones familiares.

–Tumultuosas. Hay algo importante: no nos parecemos. Lo que interpretamos es de lineamientos totalmente diferentes. Mis hijos Ligia y Alfredo, mis sobrinos Juan Esteban y Ana, mi hermana Inés, Juan Carlos Cuacci... Somos todos expresadores musicales bien distintos. Eso nos hace muy bien, y nos va tocando de a poco revalidar posiciones, desde un escenario o un disco.

–¿Y cómo es trabajar tantos años con el cuñado?

–¡Uy, ya somos como hermanos! Hace 35 años que trabajamos juntos, imagine... Me ha acompañado desde distintas fórmulas musicales, y ya conoce hasta cuando voy a respirar. Se divierte conmigo porque nunca presento una cosa de la misma manera, porque creo que el que hace verdaderamente la diferencia del espectáculo es el público. Cuacci es un músico múltiple: le gusta tocar la guitarra, el piano, dirigir, al mismo tiempo es un muy bien compositor, se metió en el mundo sinfónico-coral y con la misma facilidad en el campo del tango y el folklore nativo. Y, sobre todo, tiene todavía la capacidad de enamorarse como cuando yo lo conocí, cuando era flaquito y con muchos rulos en la cabeza. El entró a nuestra familia como músico primero, y después como marido de mi hermana. Con Osvaldo Piro, mi ex marido, teníamos un boliche, Magoya, en Mar del Plata. Cuacci fue a pedir trabajo con Opus Cuatro (él fue uno de los fundadores). Durante años estuvimos trabajando juntos y seguimos como familia.

–¿Qué recuerdos le trae un lugar como Magoya?

–La verdad, el más importante es haberme descompuesto en ese lugar para parir a mi hijo, que nació en Mar del Plata. Luego, recuerdo los artistas que llegaban: Facundo Cabral, Norman Briski, Ulises Dumont, ahí hicimos Tres mujeres para el show con Marikena Monti y Amelita Baltar... Y los clientes que eran habitués, Aníbal Troilo, Les Luthiers, Serrat... Era muy convocante. Hacíamos temporada de noviembre a abril, y también vacaciones de invierno. Así durante 8, 9 años, después quedó Osvaldo. Pasamos momentos muy bellos ahí, y no sólo había música: presentábamos la obra de Berni o Castagnino, por ejemplo. Había una familia artística muy fuerte, y fue el único café concert que tuvo Mar del Plata, hasta hoy.

–Antes de eso, su nombre estuvo ligado a La Botica del Angel. ¿Qué significó para usted?

–Mi comienzo, con ese gordo genial. Yo había grabado un disco, mi primer disco, sin saber que iba a ser el primero, porque yo creía que era el único. Lo grabé para cumplimentar a mis amigos, gracias a una pequeña compañía discográfica, Madrigal. Querían que grabara poemas. Acababa de salir en Argentina el disco de María Casares de homenaje a Miguel Hernández. Les dije que no podía hacer algo que parecía para competir con ella. “Bueno, ¿y entonces qué grabaría usted?”, me dijeron. Tangos, contesté. No sé todavía por qué les dije “tangos”, tan segura. A lo mejor me salió el mandato materno, porque mi mamá cantaba mucho tango. Pero podría haber dicho boleros, qué sé yo...

–¿Así que se transformó en cantante de tangos por una ocurrencia del momento?

–Algo así. Bueno, tuvo que ver lo que pasó después. Cuando salió el disco, tuvo un recibimiento que nunca hubiera imaginado. La prensa habla de que se “redescubre la palabra en el tango” a través de estas versiones mías, señalan cosas que a nadie se le habían ocurrido, fueron unas críticas tan excelentes y auspiciosas que me plantearon la duda: ¿y ahora cómo sigue esto? Empecé a recomendar que les mandaran discos a mis amigos, gente de teatro. Y Bergara Leumann había sido diseñador de ropa del Teatro San Martín y de Canal 7, habíamos trabajado mucho juntos. Recibió el disco y me llamó por teléfono para decirme “¡Nena, tenés que presentar este disco! Venite, voy a abrir La Botica del Angel”. ¡Pero vos estás loco!, le dije yo. ¡Cómo voy a cantar delante de la gente! ¡Estás mal de la cabeza!

–Pero fue.

–Fui, era una noche de Carnaval y él, que era un verdadero creador, imaginó la posibilidad de convocar plásticos: Berni, Soldi, Grandi, Forte, Josefina Robirosa, muchos más. Los citaba y les decía: “Se va a presentar Susana Rinaldi, va a cantar tantos temas, y ustedes la tienen que pintar encima. Entonces él hacía vestidos de percal, una tela barata, y los pintores venían, cada uno con un tema musical asignado, para pintar en su estilo. Tibio me pintó “Milonguita”, era un traje lleno de rosas; Berni hizo “Ramona Montiel”; Grando, “Cuartito Azul”; Forte, “Martirio”, con unos pájaros maravillosos. Esto fue a finales del ’66 y principios del ’67. Era un momento maravilloso. Bergara Leumann hizo de La Botica un verdadero centro cultural, venían de todas partes, y gracias a Dios no hubo manera de parar aquello, era una fiesta, siempre había un motivo para que él invitara a tal o cual figura. Y los bastoneros de la noche, durante mucho tiempo, fuimos nosotros dos. Hasta que un día, con todo el dolor del alma, yo estaba haciendo un programa de televisión que me llevaba mucho tiempo y ya no pude repartirme.

Eran los ’60 y el tango no estaba en su mejor momento: había pasado la gloria de las orquestas, lo popular pasaba ahora por las nuevas olas del Club del Clan, una figura convocante dentro del género como Julio Sosa había muerto trágicamente. Estaban los trazos geniales de Piazzolla, pero lo suyo era absolutamente marginal en términos de grandes convocatorias. Seguían las orquestas de Pugliese y Troilo, pero comenzaban a surgir formaciones más chicas, y por lo tanto más económicas. Quintetos y cuartetos como Troilo y Grela, y luego Federico y Grela. Definitivamente, decidir hacer tango era remar contra la corriente. Cuando apareció, Susana Rinaldi rompió los cánones: cautivó con un estilo totalmente diferente, con otro tipo de arreglos, poniendo el acento en el decir, redescubriendo la poesía. Aun en este contexto, según relata Rinaldi, el camino se fue abriendo solo.

“Vinieron a buscarme para reemplazar a Piazzolla, en un momento en que lo habían operado, en un lugar emblemático que se llamó Tucumán 676, y después Nuestro Tiempo”, cuenta. “Lo que pasaba ahí era impresionante, si nos pudieran volver a reunir a todos, no hay con qué pagarlo: el Mono Villegas, Baby López Furst, Piazzolla con su Quinteto, el Grupo Vocal Argentino, Zupay, yo... muy fuerte. Fue posible porque había empresarios que se jugaban por eso, lo hacían como una inversión. Y estábamos nosotros, que no queríamos especular económicamente, sino que nos pagaran lo que podían, pero al mismo tiempo que nos dejaran la libertad de expresar nuestro repertorio.”

–El periodista Julio Nudler decía que los tangueros tradicionales nunca la terminaron de querer. ¿Está de acuerdo?

–Sí, hasta hace un tiempo era así. Se cansaron de decir que era una snob, que dejaba el teatro y me metía en el tango porque no tenía nada mejor que hacer. Pero si yo entraba al tango para reiterar lo que hicieron otros, ¿para qué entraba? Y ahora ya no sé, a lo mejor les gané por cansancio. Tampoco estoy en edad de detenerme en eso. Estoy en una edad de agradecer.

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