Domingo, 5 de julio de 2009 | Hoy
MUSICA › LA HISTORIA DE LA CAIDA PROGRESIVA DEL MICHAEL JACKSON SUPERSTAR
Un recorrido por las excentricidades, los fetiches, los caprichos y el derrotero trágico que incluyó la compulsión a las cirugías, las acusación de pedofilia y el último documental, que reveló la intimidad de este bizarro Peter Pan a los 50.
Por Roque Casciero
A diez días de su muerte, y mientras se prepara un funeral que tendrá tanto de espectáculo como la mayor parte de su vida, Michael Jackson está más presente en la vida de todo el planeta que en los últimos quince años. Sin tener los números reales a mano, bien se puede especular con que hoy el portal de chismes TMZ acredita más entradas diarias que la mayor parte de las páginas web que existen. Y todo gracias al constante flujo de datos sobre los avatares del legado Jackson, que empezó con el anticipo del fallecimiento seis minutos antes de que fuera pronunciado muerto de manera oficial. Las cifras que sí se conocen son las de las ventas de los discos del artista, que en Estados Unidos se multiplicaron por veinte desde su último suspiro.
La disparada en la facturación fue tal que, por una vez, el chart principal de Billboard careció de sentido. El que aparecía en el tope era el nuevo trabajo de los Black Eyed Peas, The E.N.D., que había despachado 88 mil copias. Sin embargo, en realidad ése fue el cuarto álbum en ventas: Number Ones, HIStory y Thriller, en ese orden, superaron las 100 mil unidades, pero no fueron incluidos en el ranking porque allí sólo pueden entrar discos publicados en los últimos 18 meses. Un nuevo record post mortem para un tipo que pasó buena parte de su vida quebrándolos.
Así las cosas, la vorágine está lejos de detenerse, alimentada especialmente por aquellos que buscan el último chisme, el jirón de dato escandaloso que haga ruido. El tabloide inglés The Sun se lleva los laureles en ese sentido, con su publicación de supuestos datos de la autopsia, con un Jackson pelado y demacrado, que luego fueron desmentidos. Pero, ¿cómo vencer la compulsión por entrar una vez más a TMZ, para ver qué hay de nuevo? ¿O, con un poco más de serenidad y foco, leer los análisis que los medios “serios” han hecho sobre la historia de ascenso y caída del Rey del Pop, acaso lo más cercano al mito de Icaro en haber tomado carne en el último medio siglo? No hay información sobre la gripe porcina que evite que el lector se detenga sobre cualquier encabezado donde figuren las palabras “Michael” y “Jackson”, cosa que a esta altura debería reconocer cualquiera que esté leyendo estas líneas.
¿Siente que lo atraparon con evidencia incriminatoria en las manos? Pues no debería: más allá de que sea fogoneado por los alimentadores de morbo de turno, el interés por todo lo que tenga que ver con Jackson es genuino. Sucede que, mucho antes de que se convirtiera en “Jacko Wacko”, el freak que se creía Peter Pan, que se vestía como un soldadito de juguete y que se rodeaba de niños con intenciones siempre puestas en dudas, Michael Jackson fue un artista único. Fue, por ejemplo, el que derribó barreras raciales en unos Estados Unidos que ni soñaban con votar a un Barack Obama; el que introdujo cambios musicales cuyos efectos todavía resuenan en el pop, el hip hop y el rock; el que imaginó una pista en la que se pudiera bailar como si se tratara de la superficie lunar. Y eso más allá de las cifras de venta, que de tan espectaculares a veces hacen olvidar que, en su momento, Jackson fue tan importante como Elvis o Los Beatles. A él le encantaba que lo llamaran Rey del Pop porque alimentaba su megalomanía, pero, ¿existe alguna duda de que Jackson era precisamente eso? Dado que la pregunta parece tener una sola respuesta, entonces cabe otro cuestionamiento: ¿cómo fue que todo salió tan mal?
Además del de Icaro, hay otro mito griego con el que se ha identificado a Jackson: Orfeo, el artista que fue asesinado por sus propios seguidores (otra versión lo da muerto a manos de las mujeres, de quienes había renegado para dedicarse a los jovencitos). Y no, en esa época no existían TMZ ni The Sun. En 1982, en el pico de su fama –y de su talento–, el cantante se sentía atrapado por su fama. “Ellos (por los fans) creen que son tus dueños, creen que te hicieron”, le dijo en una entrevista a Gerri Hirshey, autora de Nowhere to Run: The Story of Soul Music. “Ser asediado lastima. Te sentís como un espagueti... En cualquier momento podés quebrarte.” Como tantos otros, con Diego Maradona como ejemplo más cercano, Jackson no podía simplemente renegar de su fama, apartarse de eso que le causaba dolor, porque renunciar a ella habría significado también deshacerse de lo que lo constituía como ser humano: desde que su vocecita de ángel lo ubicó en el centro de los Jackson 5, Michael fue estrella. En ese sentido, todas sus bizarreadas posteriores –incluidos sus matrimonios, la modificación de su aspecto, su paternidad cuestionada y las acusaciones de pedofilia– deberían obrar como una señal de alerta más grande que el cartel de Hollywood para aquellos padres que, por ejemplo, se desgañitan porque sus hijos bailen en cámara. Esa desesperación por encontrar validación en la masa deja heridas imborrables, como bien pueden certificarlo estrellas infantiles como Britney Spears, Macaulay Culkin o Gary Coleman.
A Joseph Jackson hay que agradecerle por haberle mostrado al mundo todo el talento de su hijo. Sin embargo, el propio Michael no se lo agradecía, precisamente. En la época en la que se lo acusó por primera vez de pedófilo, el cantante reveló los abusos físicos y verbales a los que lo sometía su padre. El objetivo de Joseph era convertir a cinco de sus nueve vástagos en objetos de adoración masiva y lo consiguió, especialmente con Michael. Pero, ¿a qué precio? Apenas se conoció la noticia de su muerte, también se supo que el padre había querido internarlo para que se recuperara de su adicción a los calmantes. Tarde. Un par de días después, el titular era que el padre no figuraba en el reparto de la herencia millonaria, y que la custodia de los tres hijos de Michael pasaba temporalmente a la madre de éste, Katherine. El mensaje post mortem es clarísimo: las decisiones sobre los chicos no las toman los abuelos, sólo la abuela.
En 2003, cuando se lo llevó a juicio por abuso de menores, uno de los psicólogos que lo analizaron concluyó que Jackson tenía la mentalidad de un niño de 10 años (a esa edad, el cantante hizo su primera audición para el célebre sello Motown). El comportamiento público de Michael avala los dichos del profesional. Por ejemplo su fijación con los personajes de Disney: Héctor Cavallero, que lo trajo a Buenos Aires en 1993, recordó hace poco que Jackson sacaba los cuadros de la mansión del hotel Hyatt y los reemplazaba por posters de Mickey y Donald. O su compulsión por gastar su fortuna, tan patente en el documental Living with Michael Jackson, del mismo modo desenfrenado que lo haría un chico que acaba de romper el chanchito. O su relación extraña con sus mascotas: tuvo un chimpancé llamado Bubbles (Burbujas) al que vestía igual que él y que lo acompañaba a todos lados hasta que creció demasiado (¡!), una boa constrictora llamada Muscles (Músculos), y hasta una llama.
Sin embargo, tal vez el ejemplo más claro de lo antedicho sea el lugar en el que Michael se encerró durante más de una década: Neverland, un País del Nunca Jamás inspirado en el de Peter Pan (nada menos). Allí tenía zoológico y parque de diversiones propio, para recuperar el tiempo perdido en cuestiones tales como convertirse en una megaestrella cuando debería estar jugando con sus coetáneos. En esa mansión de Santa Barbara, California, fue retratado por Martin Bashir en Living..., el documental donde Jackson admitió que compartía su cama con chicos. En cámara, el cantante se horrorizaba de que alguien pudiera pensar en que eso no era algo absolutamente inocente. Dieter Weisner, ex manager de Jackson, acusó hace poco a esa película de haber “matado” a su otrora empleador. “Creo que a partir de allí Michael comenzó a morir –dijo–. (El documental) lo mostraba como un pedófilo a través de una edición astuta que dejaba afuera las partes en las que el periodista halagaba a Michael por ser tan buen padre.”
Entre los entrevistados para Living... estaba Gavin Arvizo, de 12 años, que luego le inició a Jackson el célebre juicio por abuso. El cantante ya había hecho un arreglo fuera de la Corte en 1993, que le habría costado 20 millones de dólares, para evitar acusaciones similares. Pero una década más tarde el juicio se llevó a cabo y durante cinco meses hubo un bizarro espectáculo amplificado por la prensa sensacionalista. Sin embargo, el propio Michael entregó mucha tela para cortar: hizo pasos de baile en la puerta de la corte, un día llegó vestido con pantalones de pijama y varias veces se lo vio ido, como si estuviera empastillado. Jackson salió absuelto, pero cascoteado para siempre. Después se fue a Barhein, donde convenció a un jeque de que pagara por un disco que nunca llegó, y en el que supuestamente iba a incluir canciones compuestas por su benefactor. Mientras tanto, Neverland era puesta en venta para tratar de tapar agujeros negros financieros. La transacción no llegó a hacerse y Neverland es parte de la herencia de Jackson, por eso los fans soñaban con que el funeral se hiciera allí, donde su ídolo se creía un personaje de ficción que jamás envejecía.
En este repaso quedan afuera demasiados aspectos de la vida de Jackson (y también de su obra monumental), lo cual es lógico si se tiene en cuenta la estatura del artista y la celebridad (que no es lo mismo) de la que se habla. Con el mercado musical como está hoy, cifras como las que él generó en la primera parte de los ’80 son inalcanzables, y es altamente improbable que otro cantante llegue a producir un impacto generacional y hasta racial como el que estampó Michael Jackson. Pero también cuesta imaginar una debacle tan inmensa como la que protagonizó a la vista de todo el planeta, mientras las sucesivas cirugías lo tornaban irreconocible. Tal vez esto sirva de advertencia para otros que sueñan con volar hasta el sol. Sin embargo, también es muy probable que ya sea tarde, que haya demasiados dispuestos a dejarse asesinar por esos mismos que los filman con sus celulares y después arreglan la publicación del videíto en TMZ.
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