Domingo, 5 de julio de 2009 | Hoy
CINE › EL DIRECTOR MEXICANO RODRIGO PLA HABLA DE SU PELICULA LA ZONA
Premiada en la Mostra de Venecia y en el Festival de Toronto, la película de Plá transcurre en un barrio privado en el que sus habitantes deciden hacer justicia por mano propia. “La gente que se encierra termina viviendo en la paranoia”, dice.
Por Oscar Ranzani
Una noche lluviosa es el contexto ideal para que tres delincuentes salten el muro que separa a los pobladores del barrio residencial La Zona de sus vecinos, que habitan un sitio muy pobre. Cuando logran subir por una chapa que se cae por la tormenta, los ladrones deciden robar las casas. Entran en una de ellas y ante los gritos de una anciana, la matan. Dos de ellos mueren baleados por los guardias de seguridad del barrio privado. Así de intenso es el comienzo de La zona, ópera prima del director mexicano Rodrigo Plá. La zona –que se estrenará próximamente– es un thriller que invita a la reflexión: es que los vecinos del lugar, ante el ataque de los ladrones, deciden hacer justicia por mano propia y, sin ayuda policial, planifican una cacería del único delincuente que logró salvarse. “La historia la escribió mi mujer, Laura Santullo, en el libro El otro lado –cuenta Plá en diálogo telefónico con Página/12–. Todos los cuentos de ese libro exponen dos lados sobre un mismo tema: en el caso de ‘La zona’ es la polarización entre un lado y otro del muro. Supongo que surge de vivir en una sociedad totalmente polarizada y, de repente, descubrir que estamos rodeados de fronteras, de muros, de vallas de contención, de policías, guardias, etcétera”, relata Plá sobre el origen de la historia de su mujer, que es también la coguionista del film.
–La película muestra que las personas eligen vivir en estas urbanizaciones privadas para aislarse de la violencia exterior. Pero la paradoja radica en que ellos son los que terminan convirtiéndose en violentos. ¿Esta es su principal crítica a la privatización de los barrios y al modo de vida de la clase acomodada mexicana?
–Ahí mismo está el dilema. Por un lado, intentamos matizar a los personajes y comprender las razones de los que viven adentro. Al fin de cuentas, son blanco de crímenes y de la delincuencia. Entonces, existían sus razones para vivir encerrados, pero justamente creo que ahí radica el drama: ellos intentaron evadir esa violencia y vivir en un mundo mejor y terminan aplicándola ellos mismos. Por supuesto, lo que en gran medida cuestiona la película es que no es una alternativa encerrarse. Más que cuestionar, hace preguntas. Nosotros tampoco intentamos tirar una moraleja sino simplemente cuestionarnos sobre lo que estaba sucediendo. Y, en principio, queda claro que nosotros no coincidimos mucho en separarnos. Creo que hay que pensar en un futuro que incluya a todos.
–¿La zona es un ejemplo de la guerra de clases llevada a sus últimas consecuencias?
–Se inventó una situación un tanto fantástica, aunque un tanto cercana a la realidad. Sin lugar a dudas, cuestiona la desproporción entre las clases sociales. Pero creo que hay varios temas involucrados. La gente que se termina encerrando vive en la paranoia. Y por vivir en la paranoia con cámaras de seguridad y guardias también se pierde la privacidad y la individualidad. Y cómo también en una situación de miedo y situación extrema las personas que tienen pensamientos más totalitarios predominan sobre los más suaves. O sea, los radicales son los que ganan.
–Recién mencionaba que los habitantes de La Zona pierden su derecho a la intimidad a través de las invasivas cámaras de seguridad. También pierden la libertad en términos absolutos a partir del propio encierro...
–No es una alternativa. En ese sentido, hay un personaje que es muy claro. Es un hombre, padre de familia, que justamente discrepa con los de adentro y él considera que hay que avisar a las autoridades y que éstas son las que deben intervenir. Es un personaje que fue a ese lugar para vivir en comunidad y poder tener ciertos privilegios: contar con áreas comunes y verdes, y criar mejor a su pequeño. Y a partir de esta situación bastante enloquecida que empieza a suceder dentro de La Zona, reflexiona ante su mujer: “Cuando mi hijo crezca y pregunte, ¿cómo le voy a explicar por qué vivimos detrás de un muro?”. O sea, al final de cuentas, está de los dos lados.
–¿Para los habitantes de La Zona “el de afuera” es despojado de su condición de persona?
–Justamente lo que tratamos de plantear a través de Alejandro, nuestro personaje principal, es que este adolescente que se encuentra en una edad en la que está formando su criterio es el único que tiene la capacidad de ver al otro como una persona y no como un animal. Al final de cuentas, todos los que viven dentro de La Zona terminan cazando al otro como si fuera un animal.
–¿El personaje de Alejandro funciona entonces como una especie de autocrítica de la clase acomodada? Porque él no se queda conforme con comodidad y se realiza planteos frente a lo que está sucediendo.
–Alejandro es un personaje que tiene muchos menos prejuicios que los adultos. De alguna manera, heredó valores de sus padres. Tiene una conciencia y un punto de vista de lo que está bien y de lo que está mal. El punto en el que se encuentra la película es justo cuando ese personaje empieza a tomar decisiones por sí mismo y no sólo apoyar lo que piensa el padre. De alguna manera, el personaje crece. Y ante lo que está sucediendo tiene la facilidad de vincularse con el otro porque es un adolescente igual que él, una suerte de espejo. Hicimos un juego como si fueran el príncipe y el mendigo. La única diferencia es haber nacido de un lado o del otro del muro, pero, en realidad, son adolescentes que, tal vez en otras circunstancias, podrían haberse llevado bien.
–¿El film cuestiona la justicia por mano propia?
–Sin lugar a dudas. Desde el principio, intentamos matizar a los personajes, algunos con mejor fortuna que otros. Pero nuestro personaje Miguel, el que entra, es un delincuente. No es una buena persona. Le revienta un palo en la cabeza a una viejita. Y fue testigo del asesinato y tampoco hizo nada. Sin embargo, creemos que es una persona que tendría que haber sido juzgada. Por supuesto que no es la solución tomar la justicia por mano propia. Pero ahí es donde viene el reclamo a las autoridades: ¿dónde carajo están? Yo como ciudadano de México me veo obligado a solucionar mis problemas con el otro sin que participe la policía ni ningún tipo de institución. Y eso da rabia. Las autoridades han olvidado su función de gobernar para todos y están metidos en un pleito de poder allá arriba y los demás importan poco. Entonces, algunos se ven inclinados a eso o terminan haciéndolo por propia voluntad que, en ese caso, sería otra reflexión. Pero, sin lugar a dudas, no está bien.
–¿Cuánto de realidad existe en México DF de lo que denuncia su película?
–Es próximo. Obviamente, no-sotros tomamos cosas de la realidad y generamos un espejo un poco distorsionado. No es exactamente la realidad. Hay muchísimos barrios privados. No es que cuenten con la ley de autonomía que planteamos en la película, pero hay una especie de acuerdo tácito, especialmente en comunidades cerradas más poderosas. Incluso en uno de estos barrios hay un cartel que dice: “Bienvenido al Primer Mundo”. Están haciendo hasta universidades allí adentro. Son como muchos fraccionamientos privados dentro de un gran fraccionamiento privado. Eso es entre los poderosos. Sin embargo, siempre hay alguien más pobre al lado. Nosotros decidimos contar la historia de esta clase media acomodada que no son los más ricos, porque no se compran toda la cuadra, pero son lo suficientemente ricos como para tener ciertos privilegios. También hay otros, personas de clase más baja, que no terminan haciendo ciudades privadas sino que privatizan calles normales que terminan siendo clausuradas al tránsito público. Y ésos son muchos más pobres. En realidad, las personas se asocian y terminan pagando una garita, ponen una valla que sube y baja y la privatizan. Y, por supuesto, el mantenimiento lo sigue pagando el Estado.
–¿Cree que en estos barrios privados los ricos se sienten con más derechos que los pobres?
–No sólo en los barrios privados. En general, el que tiene más dinero está más cerca del poder. Se vuelve más claro en nuestra historia por este muro que divide y se ve claramente la polarización. Pero, por supuesto que tienen más fuerza, más injerencia en las decisiones de las instituciones.
–¿Cree que el mundo va hacia una polarización cada vez mayor entre ricos y pobres?
–Sí. Cuando nosotros planteamos esta historia, incluso tuvimos que cuestionarnos mucho si lo hacíamos en la frontera de México y Estados Unidos, donde tenemos un muro enorme. Entonces, preferimos contarlo dentro de una ciudad porque, justamente, perdía los matices y la hacía totalmente parcial si contábamos la historia en la frontera. En el sur de Estados Unidos hay grupos que cazan mexicanos migrantes. Y generalmente, los migrantes que cruzan van por trabajo. Habrá delincuentes, pero la gran mayoría va por trabajo. Entonces, ahí perdía el matiz que le pudimos dar al hacerlo al interior de una ciudad donde justamente los que entran en La zona sí son delincuentes. Siendo delincuentes merecían un juicio, pero creíamos que al hacerlo adentro de esa ciudad podíamos llegar a la polarización que existe en el mundo y a otros muros. Se festejó mucho la caída del Muro de Berlín, pero no paran de proliferar otros por todos lados: entre Israel y Palestina hay varios, entre Marruecos y España hay uno, o entre Estados Unidos y México. Y seguirán surgiendo. Y creo que tiene que ver con una política neoliberal que no es incluyente con todos.
–¿El muro entre Estados Unidos y México se ve reflejado también en su película?
–Sí. Creo también que nuestra historia nos lleva a pensar en todos los muros que hay en la sociedad. Europa puede ser como un fraccionamiento con privilegios con respecto al resto del mundo. Incluso, me gustó mucho una crítica que alguien hizo cuando presentamos la película en Venecia. Dijo: “La zona me recuerda mucho a Estados Unidos después del 11 de septiembre”. Pasa eso: se lleva a los extremos la paranoia y viven como en constante amenaza y preparándose ante un inminente ataque. Entonces, agarramos muchos de esos elementos y los metimos dentro del film.
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