(Válido sólo para Argentina.) Si la pata armoniquista es, de por sí, un coto pequeño dentro de la gran patria musical, el lugar que le toca a Mariano Massolo sube la apuesta: es casi atómico, autonómico. Pocos hay (recordar paréntesis) que se le atrevan al jazz con el instrumento. Menos aún, que hayan grabado un disco, desde y para la armónica, casi enteramente basado en el género. De aquí, la importancia de parar el oído ante él. Pasan quince temas –entre standards y temas propios– y no se está ante ninguna línea estética de las curtidas por sus colegas, ni la del blues-rock que impulsan sus primeros maestros (Luis Robinson, Rubén Gaitán), ni la folk gieconiana, ni la folklórico-popular que empieza en Hugo Díaz y permanece en Franco Luciani. Están él y su mundo. ¿Qué mundo? El del jazz despojado de pretensiones cabezonas, un jazz para la popular. “Siento que las melodías de jazz están, en general, lejos de la gente. El jazzero tipo toma los standards y los toca como para él, o para la gente que le gusta. Yo no. Yo quería hacer un disco para que pudiera escuchar todo el mundo, que las melodías quedaran frescas”, arranca.

Hay entonces que Massolo no toca a lo Gieco, a lo Luciani o a lo Gaitán –“aunque tenga algo de ellos” (M. M.)–, sino siguiendo el pulso de su propia formación. Criado en una familia de melómanos –su padre era psicólogo pero también coleccionista de guitarras– y luego de unos primeros pasos dominados por la batería, Massolo torció el destino al inmiscuirse en las bondades del overblow, técnica que transforma la armónica diatónica en cromática y le abre el campo hacia la libertad. La saca del corset. Conclusión: Massolo no quiere ser como Little Walker, el más grande entre los grandes... quiere ser como le sale a él. “No quise que haya música propia de armónica en el disco, sino que sean todos temas nuevos dentro del mundo de la armónica”, ratifica. En 2002 viajó a Quebec, Canadá, para tomar clases con Carlos Del Junco; tres años después a Brasil para hacer lo mismo con Howard Levy y entre ambas vivencias le alcanzó para ser una de las figuras principales –originales– que integran el A7, los siete apóstoles de la armónica que motorizan, año tras año, el Festival Internacional de Armónica de Buenos Aires. “Entre los armoniquistas, en general, hay una onda de tocar de oído, autodidacta, y no es así: hay que estudiar y darle técnica al instrumento para sumarle peso.”

Entre la simplicidad y el “peso”, entonces, se desenvuelven los temas de Mariano Massolo Quinteto, el disco debut. Secundado por Ramiro Penovi en guitarra, Adrián De Felippo en contrabajo, Eduardo Prado en clarinete y Javier Martínez –ojo, no el de Manal– en batería, más ciertos invitados (Patán Vidal, Jorge Navarro, Kevin Johansen), Massolo mezcla versiones con temas propios. “I`ll see you in my dreams” de Isham Jones, “I got Rhythm”, de Gershwin, con “Mateo’s Blues” y “Blues del Junco”. El último, claro, dedicado a su profesor: “Del Junco es uno de los capos del instrumento a nivel mundial... vive en Canadá desde los dos años y aproveché cuando vino al país para hacer un dueto. Un honor. Y Mateo es mi hijo... es un tema que venía pensando hace tiempo y no podía terminar hasta que nació él. Pero también el estudio. Con Levy aprendí que se puede tocar cualquier cosa con la armónica. Muchos armoniquistas, desde 1920 hasta hace muy pocos años, tocaban sólo blues. Y por medio de unas técnicas especiales que el tipo empezó a estudiar, sacó el overblow, un método que te abre mucho el campo de acción. En mi caso, me permitió concretar el viejo sueño de hacer jazz desde la armónica”.

–Un jazz para todos, inclusivo.

–Es la idea, porque en general los músicos del género presentan una melodía y hacen 200 millones de vueltas de improvisaciones... está bien, es como un idioma, como parte del jazz mismo, pero me parece que hay que hacerlo más fácil para la gente en general. Es algo que cuidé mucho en este disco.