Viernes, 10 de julio de 2009 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA AL MUSICO JAVIER MALOSETTI
Se crió tocando con los grandes –desde su padre Walter hasta Spinetta– y ahora está rodeado de jóvenes. Malosetti tiene nueva banda, nuevo disco (Electrohope) y hasta exhibe un nuevo instrumento: el M2, un doble mástil que integra al bajo con la guitarra.
Por Santiago Giordano
“Yo siempre fui el pendejo en todas las bandas: con mi viejo y los músicos de jazz de acá, con Spinetta... Después no sé qué pasó. Tal vez el tiempo”, bromea Javier Malosetti, mientras elabora una cara de distraído interesante para la foto. Bajista con vocación multiinstrumentista, Javier creció tocando al lado de figuras como el gran Walter Malosetti –su padre–, Norberto Minichilo, Baby López Furst, Horacio Larrumbe y, más tarde, Dino Saluzzi y Luis Alberto Spinetta, entre otros; reguló negritudes entre el jazz y el rock –además del blues, el soul y el funky– en proyectos propios y compartidos con algunos de los mejores músicos del jazz nacional. Con 43 años, a 16 del primero de sus siete discos como solista, armó su nueva banda, esta vez en base a músicos jóvenes. “Son grandes músicos, como seguramente hay un montón por ahí, tipos que se tocan todo pero no los conoce nadie”, los define Malosetti mientras levanta la cabeza en busca del destinatario del próximo mate.
De los tres músicos que lo acompañan en este nuevo proyecto, Nico Raffetta (30 años) es el más experimentado: tocó muchos años con Pappo y con Black Amaya y es uno de los tecladistas más respetados de la escena del blues argentina. “A Nico lo conocí en la grabación de Buscando un amor, de Pappo –cuenta Malosetti–. Yo había hecho unos arreglos de vientos para ese disco y él tocaba el órgano y el piano eléctrico. Enseguida me encantó su toque, porque era el de un organista, no el de un tecladista que ponía el sonido de órgano. Nico conoce bien los piques del instrumento.” Hernán Segret, de 22 años, en guitarras y bajo, y Tomi Sainz, de 20, en batería, completan el cuarteto de Malosetti. “Hernán fue alumno mío de bajo cuando tenía 16 años, venía a clase y me hacía escuchar los solos que bajaba de mis discos nota por nota –sigue contando el músico–. Tomi es igual. Los tres están felices de salir de gira. Nico tiene más experiencia, ya giró con Pappo y con Black, pero a los otros dos todavía no les había tocado, entonces cuando salen parece que se van de viaje de estudios. Está bueno eso; tienen una energía pendeja que me viene bárbaro.”
Electrohope es el nombre de esta nueva etapa, que también es un disco que el cuarteto presentará este viernes a las 23.30 –y repetirá todos los viernes de julio– en La Trastienda (Balcarce 460). “La primera idea de nombre para la banda fue Estándar Electric, de aquel sketch de Cha Cha Cha con la marca vieja de electrodomésticos; eso me hacía reír mucho. Después, no sé cómo, llegué a Electrohope y quedó. Me gustó el tema de la esperanza, en referencia a los chicos. Ahí nomás el nombre se extendió a este primer disco”, puntualiza el músico. Electrohope, el disco, cuenta con numerosos invitados, entre ellos el baterista Oscar Giunta y el tecladista Hernán Jacinto, aparceros de Malosetti en los últimos años. “Con ellos grabé temas como ‘Carucha Parade’, ‘Bad business’, ‘Waltz for Leloir’ y ‘Never my love’, una balada que en el disco canta Maite Santos. Son los temas que veníamos haciendo en vivo y que nunca habíamos llevado al estudio. Grabarlos fue como cerrar una etapa. En cambio, la música que vamos a presentar en La Trastienda y en gira por el país tiene que ver con la nueva formación. Son algunos temas del disco y otros que compuse después de la grabación, entusiasmado por cómo venía la mano con este grupo nuevo. Este sonido me inspira a componer mucho y lo hago pensando en las características de estos pibes.”
El mate va y viene en intervalos irregulares. Malosetti desparrama sus casi dos metros en el sofá del living, donde además del televisor hay una sordina de batería con las baquetas, estantes con discos de variado calibre, DVD con varias temporadas de las series Friends y Lost y dos estatuillas de los premios Gardel, un par de bajos colgados de la pared cerca del certificado de un Premio Konex. “Por primera vez no voy a tener invitados en la presentación de un disco –anticipa–. Presento una banda y los shows serán con esa banda. Eso me va a permitir sostener el ritmo del escenario, que no haya que parar para correr un micrófono y ese tipo de cosas. Variamos un poco, hacemos dúos y esas cosas; por ejemplo toco con Nico un tema de Pa- ppo, un blues clásico que se llama ‘Botas sucias’, maravilloso.”
–En la dinámica de sus shows hubo siempre cierta cuota de humor, de diálogo con el público...
–Eso sigue, claro. Como para sacarle un poco de solemnidad a la cosa. ¿Sabe qué pasa? El jazz no sólo hereda muchas de las cualidades de la música clásica, sino que muchas veces asume también un poco esa cara de culo, esa postura erudita. Eso en mi casa no estaba. Mi viejo tocó siempre una música muy franca, un jazz para toda la familia. Por supuesto que después hubo un desarrollo lógico del jazz, que a la hora de escucharlo, si no tenés una preparación, quedás medio en bolas. Se convirtió en música alta, la música clásica del siglo XX, pero esa postura tal vez hizo que se quede un poco sola. Lo mío es tocar, improvisar en un tono y pasar el rato, no es tan seria la cosa. Es groove y ritmo, más que elaboración armónica y esas cosas. Y lo apreciamos todos: el entendido, la madre, la novia y el vecino.
–¿Y cómo definiría su forma de “pasar el rato”?
–Me acerco a un mundo afroamericano con una energía más cercana al rock, porque en algún momento se despierta la bestia. Es la dirección musical que tengo desde hace bastante y siento que cada vez me aproximo más, cada disco es un pasito más. Es posible sentirlo en la forma de componer, de elegir a los músicos, los estilos de groove; y en la elección de los temas cantados.
–Disco nuevo, banda nueva; también hay un nuevo instrumento.
–Es el M2, un instrumento que construyó el luthier Mariano Maese con doble mástil, uno de bajo de cinco cuerdas y otro de guitarra. Después del quinteto con vientos, con los que grabé Spaghetti boogie, Villa y el disco en vivo, en 2003 quedamos en trío con Pepi Taveira y Andrés Beeswarert. Entonces empecé a tocar más la viola, tranquilo porque Andrés en los teclados con la mano izquierda era un gran bajista. En los shows tenía un segmento de violero y así surgió la necesidad de combinar bajo y guitarra. No es nada nuevo; el modelo lo debo haber visto en algún video, qué sé yo... ¿Se acuerda del flaco de Rush? Debe venir de ahí. Pasó mucho tiempo de todas maneras hasta que la idea se concretó. Ahora lo uso bastante, pero también uso mucho mi Warwick de siempre.
Malosetti se entusiasma y sigue hablando. Destaca la participación del periodista Osvaldo Príncipi como relator de box en su versión de “Cachito Campeón de Corrientes”, de León Gieco; se emociona cuando evoca a Norberto Minichilo –”de una generosidad sin límites, amoroso, inolvidable”–, al que dedicó “Hymn for Momo”; recuerda cuando después de las jam sessions en La Oreja terminaba conversando hasta la madrugada en un bar con el Negro González, el mismo Minichilo y Horacio Larrumbe: “Yo era un pendejo y no me separaba de ellos porque no dejaba de aprender cosas. Con ellos vivía la música, no la miraba pasar. Me gustaba estar más con esos viejos que con mis amigos del barrio”. También reconoce numerosas influencias, en primer lugar la de su padre, y enseguida la de muchos, desde los músicos con los que trabajó hasta Paul McCartney y Ron Carter. “Claro que me marcó Jaco Pastorius –concluye–, como a muchos de mi generación y la generación anterior. Pero estoy más influenciado por los guitarristas y los cantantes que por los bajistas. Seguro.”
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