Sábado, 29 de agosto de 2009 | Hoy
MUSICA › FERNANDO CABRERA VUELVE A BUENOS AIRES
El notable cantautor uruguayo actuará esta noche en el CAFF, sin que medie la excusa de un nuevo disco. Interpretará viejas y nuevas canciones con su sello distintivo. “Hay mucho de trance, de inconsciencia en lo que hago”, sostiene.
Por Cristian Vitale
“Cuando quise salir del hotel,
la puerta del mundo estaba cerrada.”
“Placer”, F. C.
Fernando Cabrera escupe canciones. A menudo son intensas, tensionantes, entrecortadas, textualmente cargadas. Pero sintéticas a su manera. Es el sino que lo define, su sino estético. El que lo ha transformado –y ya no solo en Uruguay– en un músico respetadísimo por pares e impares. Es poético y buceador. Difícil de masticar, de seguir. Pero popular y genial. Lleva en su sangre el pulso de los grandes (de Yupanqui a Dylan; de Violeta Parra a Zitarrosa) junto al suyo, que es único. Un ju(z)gador de las palabras, que indaga en el mecanismo interno de cada canción y deja un tendal de preguntas por responder. “Hay mucho de trance, de inconsciencia en lo que hago”, se define él, corto. Ahora está en un hotel de Buenos Aires, y esta vez –afortunadamente– la puerta del mundo no está cerrada: acaba de llegar de Madrid, donde compuso la música para un documental sobre la vida de Juan Carlos Onetti, y se apresta a reabrir su baúl de canciones esta noche en el CAFF (Bustamante 764). No hay una excusa precisa; tal vez su flamante material, que no es tan flamante. Se llama Noventa y no es más que un compilado de canciones elegidas por él, perteneciente a su prolífica producción de esa década –Fines (1992), Música para el dirigible (1993), Río (1995) y Ciudad de La Plata (1998)–, con un bonus, sí, nuevo: el dueto con Rubén Rada en la bella “Te abracé en la noche”.
“Rada es un prócer para mí. Un hombre que no necesita material ajeno porque es sumamente prolífico, pero se enganchó con la canción y la quiso grabar a dúo, ¿cómo negarse?”, dice. Las 19 restantes son copia fiel de las originales, remasterizadas, y se pliegan a la edición de Ambitos, un disco que sube a 14 la cantidad de discos que el cantautor grabó desde el lejano MonTRESvideo (1981). Se trata de un recital a dúo que Cabrera brindó en el Teatro Solís de Montevideo, junto a Eduardo Darnauchans, en 1991. “El era un terrible poeta ¿no? Fue una guía en mis comienzos y en 1990 nos juntamos para hacer un par de conciertos. El estaba en su mejor momento, muy bien de la voz, pero el recital no había sido grabado para salir en disco, hasta que encontramos una grabación que había hecho el sonidista para él, en un cassette de cromo. Pasaron los años y, con los avances de la tecnología, logramos limpiar el sonido de la cinta. Quedó precioso”, se halaga.
–Ya venía de duetos la cosa. Tres años antes había grabado Mateo & Cabrera, con Eduardo Mateo.
–Sí, pero son totalmente diferentes. Darnauchans era distinto a Mateo. Era un baladista para nada recostado en el folklore ni en la música afro uruguaya. Era como si Leonard Cohen hubiese nacido en el siglo XIII... una locura.
Pasaron 52 años desde que Cabrera nació. También docena y media de discos más una infinidad de aconteceres, pero jura que éste es el año más agitado de su vida. Por la edición de ambos álbumes, que demandaron bastante trabajo de estudio. Por una catarata de recitales –entre Buenos Aires y Montevideo–, el documental sobre Onetti y un hecho inesperado: bajo la batuta de Jorge Alastra –joven cantautor montevideano– acaba de publicarse un disco tributo –Una de Cabrera– en el que Coco Romano, Dino, Liliana Herrero y Hugo Fattorusso, entre otros, versionan temas suyos. “Yo siento que estoy en la mitad de mi vida por más que la pasé hace rato. Me siento muy activo y al principio me sorprendió que alguien piense en hacerme un homenaje... Me parecía algo más apto para gente que está cerca del final o que ya se murió. Pero después cambié el enfoque y bueh... es un orgullo, la gente lo hizo con devoción. Muchas de las versiones me gustan más que las mías incluso y me han servido para robar algún arreglito”, se ríe.
–¿Y lo de homenajear a One-tti cómo surgió?
–Lo pidió una institución del Estado español, porque se cumplían 100 años del nacimiento de nuestro mayor escritor en prosa. Compuse la banda sonora y, además, participé en el documental in situ. ¡Hasta conocí a la viuda de One-tti...!, yo soy un onettiano fanático. No sé si él influye en mi arte, pero lo he leído desde los 18 años a los 40. Leí toda su obra y también muchísimo material crítico sobre ella. Su prosa es una maravilla.
–Hay una compresión de frases cortas en muchas de sus canciones que, tal vez, lo acerquen a cierto reflejo onettiano...
–Es probable. Para mí es un propósito que las palabras digan mucho en un formato comprimido. Como una pastillita con mucho adentro, ¿no? Le escapo a la prosa lineal para buscar características más propias de la poesía. Esto no quiere decir que me considere poeta, ojo, sólo trato de decir cosas con la menor cantidad posible de palabras. Que éstas tengan links internos, que te remitan a otras cosas... un poco la razón de ser de la metáfora. Las canciones siempre nacen de la necesidad de sacar las cosas para afuera.
–¿Es esta la única razón de ser de una canción, para usted?
–Bueno... yo canto desde los seis años y se ve que dentro de mí se fue naturalizando la noción de que te podés expresar a través de una canción. De niño era muy extrovertido, tímido. He sido un pibe de muy baja autoestima, jamás me llevé el mundo por delante. Por eso encontré en la canción un refugio. Para un tímido que siente que nunca le va a ganar a nadie, que va a ser un derrotado, fue una maravilla poder inventar una canción.
Cabrera “inventó” su primera canción cuando tenía 14 años y jamás paró de componer. Incluso, muchas de sus primeras short histories (“Agua”, “El Loco”, “Paso Molino” o “Vidalita”) siguen apareciendo en sus recitales. No reniega de su pasado. “Incluso antes era más prolífico; de chico, las canciones me salían rápido, en diez minutos, no sé. Ahora es todo lo contrario: por ahí arranco con una letra y la pulo... la puedo tener dos años en una carpeta, les cambio una palabra, la vuelvo a guardar, la mastico de una forma mucho más lenta”, explica. Otros rasgos de las intrincadas composiciones de Cabrera –“Continuará” o “Palacio” valen como ejemplo– radican en el ambiente, y en la historia que lo secunda. Nació en El Prado, creció en Paso Molino, pero hace años anida en la Ciudad Vieja, cerca de la bahía y el puerto. “Es algo que me ha inspirado durante años sin siquiera mirarlo. En mis canciones a menudo aparecen cosas de la historia de Uruguay, tal vez no visto con la seriedad de la materia sino con ironía, con cariño. Vivir en la Ciudad Vieja, para mí, es una aspiración, me emociona. Me siento viviendo hace 200 años entre murallas, aunque ya no quede nada de ellas” (risas).
–¿Sigue siendo un tipo introvertido o la música lo transformó?
–El carácter es casi el mismo, pero algunos matices se van modificando. Uno empieza a encontrar cierta seguridad en uno mismo, cierta confianza, y se asienta. Ya no soy el pusilánime de la adolescencia, de la primera juventud. Pero lo fui. Y eso queda.
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