Viernes, 30 de octubre de 2009 | Hoy
MUSICA › CAMPINO ADELANTA UNA NUEVA VISITA DE DIE TOTEN HOSEN
La banda de Düsseldorf, que cerrará la fecha del domingo del Pepsi Music, es una auténtica devoción para los punks locales. La hermandad, su último disco publicado aquí, es un compilado de sus últimos dos trabajos e incluye un cover de Los Violadores.
Por Juan Ignacio Provéndola
A esta altura, a nadie debería sonarle rara la frenética relación entre el público argentino con una banda de punk que canta en alemán: los Die Toten Hosen ya juegan de locales por aquí. Además, si de rarezas se habla, el quinteto podría enumerar un show en un monasterio de los Alpes austríacos para una selecta audiencia de doce personas, un disco de villancicos alemanes, una carroza de factura propia que compitió en el célebre festival de Düsseldorf, una recorrida en moto por la India durante cinco semanas, el patrocinio de un equipo de fútbol regional y un largo etcétera que, por supuesto, llegaría hasta el insólito fanatismo que provoca en la Argentina. A este último volverán a echarle combustible en el marco de una gira latinoamericana, que tendrá sus escalas locales mañana en Rosario, el 1º de noviembre en el Pepsi Music (cierran la noche después de los reunidos Faith No More), el 6 en Cipolletti y el 7 en Bariloche.
Ese vínculo inalterable comenzó en 1992 cuando un fan alemán que se había mudado a la Argentina, trasladado por el banco para el cual trabajaba, envió una carta diciéndoles que en este lado del mundo había un respetable número de punks dispuestos a verlos en vivo por primera vez. “Nosotros dijimos: ‘Si nos mandan los pasajes, vamos’”, recuerda Campino, voz y voto principal de DTH. Al mes estaban haciendo su estreno criollo en Halley. Regresaron dos años después, ya para tocar en Obras, aunque el verdadero quiebre sucedió en 1996, cuando telonearon en River a los Ramones durante su gira de despedida. Desde entonces, sólo se trató de volver, volver y volver. Y sus performances siempre dejaron una huella indeleble. Por ejemplo, en 1997, cuando un grupo de violentos skinheads emboscó a parte del público que asistía a un show en un pequeño local de Caballito. O tres años más tarde, cuando tuvieron que postergar un recital en Museum porque la efervescencia de la muchachada provocó... ¡que se cayera el escenario! En el Quilmes Rock 2003, después de tocar en la casa de un fan que había ganado un concurso televisivo, Campino causó conmoción prendiendo una bengala en la cima del inmenso andamiaje del escenario, que acababa de trepar. Es una constante del cantante pelar su destreza física en vivo, colgándose de donde sea y tirándose adonde quiera. “Algunas veces estuve al filo de la navaja porque las superficies estaban resbaladizas, pero nunca me pasó nada”, admite. “Es algo muy común para mí en esos momentos, aunque no lo haría durante el día. Creo que le hace bien al show, aunque a veces trato de convencerme para no hacerlo porque mi familia se preocupa, más a esta edad. ¡Nadie quiere que un abuelo se caiga del techo!”, dice el hombre que acusa 47 junios.
En cada visita, los Pantalones Mojados (eso significa Die Toten Hosen) afirmaron viejos lazos y establecieron nuevos contactos. Con Los Violadores fue un amor a primera vista que tuvo su pico de romanticismo este verano, cuando DTH devolvió gentilezas por la versión de Pil Trafa y compañía de “Viva la revolution” (incluida en un disco en vivo de 2004), grabando “1, 2, Ultraviolento” para La hermandad. En el principio era el ruido, un disco lanzado exclusivamente en la Argentina que resume los dos recientes álbumes del grupo (no fueron editados aquí). El cantante sostiene que la elección “no fue sólo porque es la canción más célebre de Los Violadores sino también porque estuvo inspirada en La naranja mecánica. Nosotros escribimos sobre lo mismo en ‘Hier Kommnt Alex’, que también resulta ser nuestra canción más recordada. Fue muy loco que a miles de kilómetros de distancia, y sin conocernos, hayamos sentido lo mismo sobre un tema, con la misma óptica”. También tocaron con Attaque 77 en Europa y hasta fueron a un show de Opelgang, su banda tributo argentina. “Nos tomamos unas cervezas y nos subimos al escenario a tocar con ellos”, evoca Campino. “Resultó gracioso y un poco raro también, porque el cantante incluso imitaba la forma en la que me muevo. Pero son buenos pibes y la pasé bárbaro junto a unos amigos alemanes a los que invité.”
–¿Aprendió a hablar en español al cabo de tantas visitas y tantas amistades?
–Mi conocimiento del idioma es vergonzoso. Aprender a hablar español fluidamente está en mi lista de prioridades, aunque me cuesta mucho. Me pierdo de poder conectar con los fans de todos los países de habla hispana a los que vamos. Cada tanto tiro un par de líneas en los shows para que la gente sepa que la tenemos presente, porque siempre nos gusta mantener la comunicación. Por el momento, sé lo suficiente como para pedir comida en un restaurante.
–¿Tocar en la Argentina le resulta especial?
–En la Argentina tenemos muchos fans, pero también muchos amigos que se ponen realmente alegres cuando vamos, así que es un honor tocar para ellos. Si alguna vez la banda se separara, seguramente iremos para allá a despedirnos porque la gente siempre fue muy leal y nos hizo pasar muy buenos momentos. Somos conscientes de ello, pese a que suene demagogo.
–A propósito de su país, ¿cómo ve a Alemania a dos décadas de la caída del Muro de Berlín?
–El país ha cambiado completamente, así como su situación en Europa. Todos los países del Este se estaban cayendo a pedazos y el Muro fue el último rastro de ese sistema bipolar. El actual mapa político de Europa es completamente diferente y creo que ya nadie le teme a Alemania. Somos un gran país europeo que ya no trata de mandonear a los otros, como sucedía siempre. Creo que Alemania está logrando cumplir un buen rol y ha mejorado muchísimo su imagen desde 1989.
Campino, cuyo nombre real es Andreas Frege, acredita berretines de todo tipo, desde hacer jueguito con una pelota hasta batirse a duelo durante horas ante quien se le plante en el hockey de mesa. En su nómina también se incluyen el Valium (“me tranquiliza y también me ayuda a mitigar mi peor defecto: el mal humor”, dice), su reciente carrera como actor de cine y teatro (protagonizó el film Palermo Shooting y una puesta de la Opera de los tres centavos) y hasta un reality con sus compañeros de Die Toten Hosen para MTV. ¿Campino completa la trilogía con Ozzy Osbourne y Gene Simmons? Tibio: “Queríamos mostrar lo que era la vida de una banda de rock alemana y no contamos con gente de MTV en nuestro equipo: un amigo nos filmaba y si había algo que no nos gustaba, lo borrábamos. Nosotros fuimos los que elegimos qué imágenes dar y cuáles no. El trato original era que se tratara de un reality, pero terminó transformándose en una suerte de documental. Fue una buena experiencia, aunque en un momento ya no quisimos tener las cámaras presentes todo el tiempo”, suspira el cantante del otro lado del teléfono.
Es que nada de todo aquello lo hará hablar con tanto entusiasmo como el fútbol. De entrada, deja bien en claro su simpatía por el Liverpool, herencia de su madre inglesa: tiene acceso irrestricto al mítico estadio Anfield, dice, y hasta se sacó una foto con la Copa en mano luego de que el equipo conquistara la Champions League 2005 en una memorable final con el Milan, en el que jugaba Hernán Crespo. Su futbolista argentino preferido, lógicamente, es Javier Mascherano, emblema criollo del club de sus amores, y conoce la liga local, aunque admite: “Cada vez que vamos allá nos damos cuenta de que sería un gran error hacernos hinchas de un equipo, porque siempre nos pondríamos mucha gente en contra, elijamos lo que elijamos”. Campino cuenta que visitó la Bombonera y que, en este viaje, tal vez acepte la invitación de un amigo que quiere llevarlo a ver a Deportivo Morón.
Pero si de fanatismo se trata, no existe ningún sentimiento más medular que el que sienten él y sus compañeros por el Fortuna Düsseldorf, modesta escuadra de su ciudad natal con la que colaboran recurrentemente. “El Fortuna fue un buen club de Primera en la década del ’70, que incluso llegó a jugar una final europea contra el Barcelona, pero lo manejaron tan mal que cayó a Cuarta División y quebró. Un día me informaron que necesitaba un millón de euros urgentemente para evitar que el club cerrara, así que en 24 horas conseguimos el dinero, permitiendo que una cervecería grande patrocinara nuestros shows. También fuimos anunciantes de su camiseta y alguna que otra vez jugamos para el equipo en partidos con fines benéficos”, dice Campino acerca de la bandera de su corazón.
–Hace diez años escribió una canción contra el poderoso equipo alemán Bayern Munich. ¿Fue pura envidia de hincha de un equipo modesto?
–En cualquier país las cosas son similares, existe un club de elite que tiene todo el dinero y todos los jugadores, y que cree que la liga es un shopping. Los del Bayern son conocidos por su arrogancia, siempre tan seguros de que van a ganar. Generamos una polémica bastante grande. Muchos hooligans querían molernos a trompadas y hasta el propio Franz Beckenbauer se refirió a nosotros diciendo que la mierda de la sociedad iba a morir, tarde o temprano. Fue una locura. En los noticieros había imágenes de jugadores del Bayern tirando nuestros discos a la basura, como si hubiésemos blasfemado contra el Papa. Aunque no lo parezca, fue muy jodido enfrentarnos contra semejante monstruo.
–El fútbol y el rock comparten pasión, aunque en distintos niveles de madurez profesional. ¿A eso se refirió la vez que dijo que estaban “pagando un precio por resistir el paso del tiempo y no querer crecer”?
–Lo más probable es que lo haya dicho riéndome al cabo de unas cuantas cervezas... Pero es triste si uno no es capaz de aceptar la vida como es. Todos tenemos que crecer y darnos cuenta de que nuestras aptitudes y nuestros objetivos cambian conforme al paso de los años. Admiro a los que llevan la edad consigo y hacen de ello algo de calidad, como Nick Cave o Johnny Cash, que hizo su mejor trabajo cuando ya era grande. Hay gente que se pone vieja y sigue siendo rockera de ley, como Iggy Pop, que tiene buen humor pero sabe dónde está parado, se da cuenta de que ya no es un adolescente. Es un privilegio estar en una banda de rock y vivir de lo que me gusta, es lo mejor que me pasó en la vida. Tal vez siga comportándome como un idiota, pero no creo que sea la misma persona que hace veinte años.
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