MUSICA › EN RADIO AM, RALY BARRIONUEVO REVISITA TEMAS QUE ESCUCHABA EN SU INFANCIA
El cantante santiagueño decidió cambiar de rumbo y animarse con la música que sonaba en su casa durante sus primeros años, desde “La pulpera de Santa Lucía” hasta “Pedacito de cielo”. El disco tendrá presentación hoy y mañana, en La Trastienda.
› Por Cristian Vitale
Esta vez Raly Barrionuevo dio un volantazo y salió disparado directo hacia la infancia. Se detuvo allí, revolvió olores, lapachos, sabores, sonidos y le salió un disco llamado Radio AM. “Hacía tiempo que me lo debía”, dice él directamente desde Frías, el pago santiagueño que lo vio nacer. La infancia de Raly, materializada en canciones, se parece poco –de ahí lo del volantazo– a lo expuesto en los siete discos de su cosecha personal. No hay signos de la renovación que, siguiendo las estelas de M.P.A y sus prohombres (Peteco Carabajal, Jacinto Piedra), impregnaron con su impronta la estética de Circo criollo o Ey paisano, por tomar dos de sus discos emblema. Hay, por contraste, reminiscencias de cuando todo era nada... “de los tiempos en que el mundo no me dolía”, suelta. De cuando no hacía, sólo escuchaba, en una radio vieja, en el Winco –el más apasionante juguete de aquel tiempo– o las guitarreadas de la bohemia friense, parte de un cancionero viejo e inoxidable. A veces muy viejo –“La pulpera de Santa Lucía”, por Nelly Omar– y otras de cuando el folklore estallaba mientras él tomaba la leche: “Chacarera del sufrido”, de los Hermanos Abalos, o “Esquina al campo”, la bellísima zamba del Canqui Chazarreta. “Es cierto lo del contraste, por concepto, sonido y estética.”
–Y por valentía: hay que animarse a cantar “La pulpera...” o “Pedacito de cielo” cuando no se viene del tango.
–Si hay algo de lo que me hago cargo es de la audacia... Yo me tiro del parapente, no tengo problemas (risas), pero lo que pasa es que me he sentido cómodo. No quiero decir que lo haya hecho súper bien, pero sí que me he sentido cómodo cantando. Obvio que hoy escucho el disco y hay un montón de cosas que hubiera hecho de otro modo; siempre pasa eso, pero me siento muy cómodo. “La pulpera...” fue uno de los desafíos más grandes, porque tiene un registro muy amplio entre sus bajos y agudos, pero me he divertido mucho grabándola y he puesto a prueba mi garganta también.
A la manera de los viejos vinilos, Radio AM (que será presentado hoy y mañana en La Trastienda) simula una división entre lados. A y B, con sus zambas, chacareras, valses criollos, huellas y tonadas, más dos bonus a manera de simples: “Milonga del si volviera”, de Julio Lacarra, y “Zamba del ángel”, de Hugo Díaz y Ariel Petrocelli. Estética retro que comulga con el arte de tapa: una presentación austera, en papel rugoso, pretendidamente añejado, con un entrañable texto de Raly y una foto de alto impacto. El y los músicos –Elvira Ceballos, Luis Chazarreta, Daniel Barrionuevo y Luis Gurevich– en traje campero, pañuelo al cuello, y con rictus adustos, casi hoscos, como posando para el retrato en algún punto de la década del 40. “Se me ocurrió que era la mejor manera de presentar lo que venía adentro. Es como una reminiscencia de las viejas fotos que veía en mi casa, en las que los viejos no largaban una sonrisa ni en pedo (risas). Por ahí se estaban cagando de risa, pero una vez que aparecían los fotógrafos y ponían la cabeza adentro del trapo, se ponían todos serios”, cuenta.
–¿Cuánto de búsqueda y cuánto de nostalgia tiene Radio AM?
–Más que nostalgia tiene una raíz. Por lo demás, creo que prácticamente todo es búsqueda. Lo que planteo en este disco es totalmente autobiográfico, hay una necesidad de otro sonido, y también de ponerme a prueba como cantor, algo que no ocurre cuando uno canta sus propias canciones. Ahí podría decirse que es hasta fácil, porque uno las canta como quiere, pero meterse con obras que han sido recontragrabadas, incluso por cantores gloriosos del país, es como meterse en un desafío enorme como cantor.
–¿Salió airoso?
–Reconozco que las veces que he intentado cantar tango el resultado fue deprimente (risas). No lo hago para nada bien. Pero en este caso, “Pedacito de cielo” o “Flor de lino”, por tomar dos casos, están tomados no como los cantaría Floreal Ruiz, por poner un ejemplo, sino como lo reinventaban los provincianos. Esos valses llegaban acá y se los convertía en parte del folklore. Digamos que no los canto como un homenaje a la música ciudadana, sino siguiendo la forma que adoptaban por acá.
–Habla de canciones de los tiempos en que el mundo no le dolía. ¿Por qué?
–Es que en esos tiempos de niño uno no tiene conciencia de los peligros ni de las grandes pérdidas o de los dolores. Uno vive y piensa en jugar, y de hecho esta música forma parte de mis juegos, porque el tocadiscos o la radio eran mis juguetes principales. Por eso digo que el mundo no me dolía, vivía como a todos tocó vivir la inocencia, con plenitud. Después, uno empieza a jugar el partido y se da cuenta de que puede perder por goleada.
–¿Son todas exclusivamente reminiscencias de la niñez?
–Casi todas, salvo la milonga de Lacarra, que proviene de la adolescencia, de cuando empecé a viajar y a conocer gente que no era la de mi pueblo. Incluso la aprendí en La Rioja, cantando con amigos, cuando ya me estaban impactando Los Santiagueños, el grupo que habían formado Peteco y Piedra después de desarmar M.P.A. Ellos me rompieron la cabeza, me hicieron emprender el camino de escribir canciones nuevas. Creo que es lo que hice desde que me mudé a Córdoba, a los 18 años, hasta ahora. Pero no podía evitar sacar estas canciones que estaban bien guardaditas en mi inconsciente. Uno también es su memoria.
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