Mié 30.12.2009
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MUSICA › NAHUEL VOLVIó A LA ARGENTINA PARA PRESENTAR Y LA MILONGA LO SABE

Viajero de las venas abiertas

Fue guitarrista de Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa, y se radicó en México hace treinta años. Carlos Porcel de Peralta, según el documento, está de paso para mostrar su nuevo CD y porque fue parte de la Orquesta Río Infinito.

› Por Cristian Vitale

A su manera, Nahuel se burla del ALCA. El fotógrafo consigue un sillón, roto y abandonado, lo apoya contra una pared y él se recuesta cómodo, mirando un graffiti: “ALCA, gran hermano te espía”. Sintomático: Nahuel –Carlos Porcel de Peralta, en verdad– no podría tener otra posición. Músico, actor, ex guitarrista de Alfredo Zitarrosa, cantor, letrista de Mercedes Sosa, personaje cercano a la generación de Abril en Managua y compositor argentino –radicado en México hace treinta años–, lleva mucho tiempo bregando por un viejo sueño latinoamericano: escaparle a eso de ser el patio de atrás de Estados Unidos. “Voy por la vida como un ekeko, cargando la mochila y mostrando lo que hago en todos lados”, arranca él, de paso por Buenos Aires. Las razones del viaje son dos. Una, exponer su nuevo disco, Y la milonga lo sabe, nutrido de una fuerte impronta latinoamericanista que lo muestra musicalizando textos de Pablo Neruda (“El amor de los marineros”, “A sangre y fuego”), homenajeando a Zitarrosa (“Y la milonga lo sabe”) que, junto con “Será posible el sur” y “Pájaro de rodillas”, fue grabada por Mercedes, o bajando al llano un bello texto popular mexicano recopilado por Juan Rulfo (“El Gavilán”). La otra razón es que fue parte del proyecto Río Infinito, la orquesta fundada por el costarricense Manuel Obregón y conformada por músicos de varios países americanos que acaba de recorrer 700 kilómetros, en barco, por la cuenca superior del río Paraná. “Fue una experiencia de conciencia y música que nos marcó mucho”, asegura él.

–¿En qué sentido? Porque la iniciativa alcanza varios aspectos, además de lo musical: ecológicos, sociales, de identidad...

–Sostengo que hay posiciones muy snobs respecto de la preocupación ecológica. Por eso, lo central para Río Infinito es conocer qué sucede con la vida de la gente a la orilla de los ríos: su música, su cultura. Toda la gente que vino de Centroamérica, por ejemplo, no tenía la menor idea de lo que era el litoral argentino, sacando las cataratas. Estuvimos en la isla de Apipé que, si hacen otra represa, va a quedar bajo las aguas. Y es necesario que eso se difunda. Hay lugares del litoral en que las aguas han hecho desaparecer pueblos y cementerios. Incluso, viajamos con un señor que tenía a sus familiares enterrados en una tierra que no podía ver. Fue conmovedor, muy poderoso, escucharlo decir “Ñande Rú Tupá (dios, en guaraní) perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca”.

La travesía total de Río Infinito, que podrá verse en breve en un documental por el canal Encuentro, anuda fuerte con las inquietudes de Nahuel. La mayoría de sus canciones anidan en esas historias anónimas, de gente que vive casi al tempo de la naturaleza, en lejanías y soledades. Ojo de trotamundos. “Hace tiempo que, por suerte y elección, aprendí que viajar por sólo viajar no está en los planes de esta maleta. No se trata sólo de ver los paisajes. Hablo de la emoción, del compromiso, de no perder la capacidad de asombro, entre tanta banalidad, consumo y marketing. Y aunque me preocupan, como a muchos, la cuestión ecológica y el calentamiento global, tampoco me subo a cualquier carroza snob con tal de salir en la foto”, dice.

–¿Por qué eligió el nombre Nahuel?

–Me lo puse cuando no estaba tan de moda, con la idea de reivindicarme como defensor de la causa mapuche. El primer grupo que tuve en mi pueblo natal (Cañada de Gómez) precisamente se llamó Las Voces de Nahuel, en el que tomábamos como estandarte algo que tenía que ver con el movimiento de la nueva canción.

–Eclipsado por la dictadura. ¿Se fue por ella?

–Casi. A mí no me amenazaron, pero sí a muchos amigos, y había otros lugares para seguir trabajando. En 1978 me fui a Ecuador con un grupo de teatro y música que tenía acá y cuatro años después, luego de viajar mucho por América, decidí quedarme en México.

En ese país, casi inesperadamente, Nahuel pasó a formar parte del grupo de Zitarrosa junto a, entre otros, Naldo Labrín y Alejandro del Prado. Tenía 28 años y en una semana tuvo que aprenderse veinticinco canciones en guitarra. “Fue muy emocionante porque me tocó la despedida de Alfredo de México y toda la gira: Ecuador, Venezuela, el festival de Varadero en Cuba, en septiembre del ’82... Pude entender la cercanía con una persona entrañable, que sufrió mucho el exilio y que a la vez fue muy querida. Un personaje que no sólo por su oscuridad interna sino por la sobriedad estética contrastaba con los infinitos colores de México. El último concierto en el DF fue muy emocionante... Uno se quebraba arriba del escenario. Muy duro.

–¿Tocó en aquella fecha inolvidable en el Luna Park?

–Me lo perdí. Tenía el pasaje para venir, pero me insistieron para quedarme y, bueno, me quedé allá. Y también fue enriquecedor, porque México era puente y cobijo de toda América.

Nahuel, en rigor, no grabó el disco en vivo en el Luna con Zitarrosa, pero sí el de tangos que permanecía inédito hasta que Página/12 lo publicó hace poco. “Ese disco fue hecho en un momento en que Alfredo andaba muy mal de ánimo y no quiso sacarlo. Es más, se recuperó un cassette cuya copia está sin mezclar. Fue una pena que no saliera en aquel momento.”

–¿Cómo fue convivir con la “seriedad” de Zitarrosa?

–Bueno, era serio, sí, pero en lo cotidiano; pese a que era rígido y parecía estar siempre encabronado, tenía cierto sentido del humor. Creo que su adustez tenía más que ver con su timidez que con otra cosa. Esta cosa de la militancia rígida lo tocó muy de cerca en su educación: lo negro y lo blanco de la izquierda, eso que generó gente intocable como Alfredo y también otra que se cagó bastante en eso. Pero él era así, genuino. Decía: “No, no me hagas bossa, esto es blanco y esto negro”. Uno venía de otro palo, de la influencia beatle, de Charly García, y tenía que adaptarse. Pero cuando tomé conciencia de que estaba tocando con el Gardel uruguayo, bueno, caramba... El y la Negra Sosa le pusieron un techo a la música del continente. Cuando ambos murieron, se nos fue un pedazo importante de esta patria grande.

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