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Viernes, 26 de febrero de 2010

MUSICA › JUAN JOSE MOSALINI VOLVIO A BUENOS AIRES PARA PRESENTARSE CON SU QUINTETO

“Para mis congéneres, el bandoneón era de marcianos”

El bandoneonista acaba de ver editado en la Argentina Conciertos para bandoneón y guitarra, publicado originalmente en Francia hace doce años. En esta entrevista repasa su carrera, que empezó por un concurso televisivo para buscar talentos.

 Por Karina Micheletto

Juan José Mosalini dice que, de un tiempo a esta parte, aquello de “el cuore partido”, a lo que se acostumbró desde hace treinta y tres años, se materializó en una forma disfrutable de ida y vuelta. “Ahora hasta tengo un bulín porteño”, sonríe. Tal como le dijo alguna vez Julio Cortázar en una reunión parisina, la figura geométrica que mejor le cabe, concluye ahora, es la del triángulo: ese cuore está dividido entre París, Buenos Aires y Marsella, donde, igual que el escritor, el bandoneonista tiene “una base de operaciones” para escapada de descanso y también de buena comida. Desde hace tres meses, el bandoneonista, compositor y arreglador está en la Argentina, y son varios los motivos profesionales que lo traen a esta esquina del triángulo. Uno de ellos es el concierto que dará este sábado a las 21.30 en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549), donde se presentará con su quinteto. Lo acompañarán Pablo Agri en violín, Cristian Zárate en piano, Roberto Tormo en contrabajo y Ricardo Lew, en reemplazo de Leonardo Sánchez, en guitarra. “Algunos de los mejores músicos de tango de la Argentina”, se enorgullece Mosalini. Pero también está la edición en Argentina de su opus Conciertos para bandoneón y guitarra, un trabajo que le encargaron en Francia diez años atrás y que editó en ese país en 1998, con obras de Astor Piazzolla, Osvaldo Ruggero y de él mismo (ver aparte). El disco forma parte de la serie de reediciones locales que fue apareciendo en los últimos años por el sello Acqua Records y que también contribuyeron a afianzar “el vértice argentino”.

Y está también la posibilidad de reeditar en el país Napo Tango, el libro que hizo con el dibujante Napo (Antonio Mongiello), también radicado desde hace treinta años en Francia. “Nos asociamos en esta aventura de ilustrar tangos desde la mirada de un humorista”, cuenta el músico. “Mi aporte fue la selección: hay tangos de Gardel, Charlo, Castillo, Rivero... ¡Y también tangos instrumentales! Napo pintó increíblemente lo que le sugerían ‘Tres minutos con la realidad’, de Piazzolla, y ‘Ciudad triste’, de Tarantino.” Se trata de una edición bilingüe franco-española, con prólogo de Horacio Ferrer y notas de Oscar del Priore, que Mosalini, invitado asiduo de los Festivales de Tango de Buenos Aires desde 2005, espera poder presentar en la próxima edición, además de una exposición de los dibujos del libro.

–El disco que acaba de salir en la Argentina, Conciertos para bandoneón y guitarra, comienza con una obra de Piazzolla que usted grabó por primera vez, “Milongón festivo”. ¿Cómo llegó a sus manos?

–Es cierto, era una obra inédita, tan inédita que el propio hijo de Astor, Daniel Piazzolla, no la conocía. ¡Cuando la escuchó, no daba crédito! Poco importan los entretelones, pero para resumirlo puedo contar que José Bragato, colaborador incansable de Astor durante más de medio siglo, fue quien la puso en mis manos. Bragato fue, digámoslo así, un filtro de toda la música que compuso Piazzolla. Porque Astor era alguien que –digámoslo también así, finamente– meaba la música: la capacidad de trabajo que tenía ese tipo era algo monstruoso. Y en esa vorágine creativa iba escribiendo y tirando flechas para todos lados, anotaciones extrañas, códigos suyos. Bragato era el que después pasaba en limpio, distribuía ese pensamiento musical en partituras. Por eso tiene guardada absolutamente toda la obra de Piazzolla. Con Bragato somos muy amigos, nos conocemos de la época en que gané el concurso de Canal 13, hay una relación medio paternalista de parte suya. Un día apareció con esta obra increíble y me dijo: “Tomá pibe, te la doy a vos”. Era una obra para tres bandoneones y orquesta sinfónica; yo reduje los bandoneones a uno y con Leonardo (Sánchez) agregamos una línea para la guitarra. Quedó tal como se escucha en el disco.

–¿Cómo es eso del concurso de la tele?

–¡Yo salí de Nace una estrella (risas)! Era un concurso de talentos que había en Canal 13. Todo empezó porque una chica –la que me gustaba, claro– me hizo un desafío: ¿A que no te anotás? Y fui y me anoté, por supuesto. Me acuerdo como si fuera hoy que el productor me preguntó: “¿Cómo forma el conjunto?”. “Yo solo, en mano izquierda y mano derecha”, le dije. Era un ser raro para la época, un chico que tocaba el bandoneón y que encima se presentaba solo... Me hicieron una prueba y me llevaron a tocar frente a la orquesta estable del canal. Ahí estaba José Bragato. “Nene, ¿de dónde saliste?”, me dijo enseguida.

–Era un bicho raro...

–Claro, con mi bandoneón era algo así como un marciano, por algo no hubo en mi generación muchos solistas de bandoneón. Esa generación rechazaba el tango y por supuesto rechazaba el bandoneón. Imagínese, con 15 o 16 años, un momento de la vida en que uno se enamora a altísima velocidad, he pasado malos momentos. En las fiestas de chicos y chicas, que en la época se llamaban asaltos, me hacían llevar el bandoneón y después se burlaban.

–Para conquistar chicas no era. Seguro que al que llevaba la guitarra le iba mejor...

–Fíjese que aquella que era la destinataria de mi atención fue una de las que una vez se burló. Pero bueno, fue también la que me indujo a anotarme en aquel concurso donde empezó todo. Resultó que al final gané y llegó un telegrama para dar la noticia. Ahí tuve que contarle a mi padre: “Mirá, tal día te mentí, no fui al colegio, fui a anotarme a este concurso”. El premio era integrar la orquesta estable de Canal 13 durante seis meses. Al final me quedé un año, y de ahí fui conociendo a un artista y a otro. Así integré primero la orquesta de Jorge Dragone, después toqué con Argentino Ledesma, con Baffa-Berlingieri, y después con Leopoldo Federico, con Osvaldo Pugliese, con tantos... hasta llegar al presente. Un camino largo para un chico de José C. Paz.

–¿No era un “barrio de tango”?

–Para nada. En aquella época mi barrio estaba totalmente descolgado del mundo urbano, era campo. A 38 kilómetros de “la gran ciudad”, era un pueblo con inmigrantes sirio-libaneses, colonias judías y de japoneses que llegaban para trabajar como horticultores, porque parece que en la zona había buena tierra. Venir a comer una pizza a Las Cuartetas era la gran salida a la ciudad, una vez cada tanto. De allí venía yo, en una época en que el tango estaba en crisis, desplazado por nuevas modas, un período de mucha crisis cultural de los ’60. Un pibe de campo, que tocaba el bandoneón... Sí, era raro.

–Pero el bandoneón le venía de familia...

–Claro, mi viejo lo tocaba. Este instrumento debe haber sido una canción de cuna para mí, el primer sonido que escuché ya desde el vientre de mi vieja. Ella además cantaba y bailaba tango muy bien; como amateur, claro, porque era ama de casa. Y los domingos mi abuela andaluza preparaba el ambiente para la música, también caía un tío trompetista a animar la reunión... Tuve una infancia muy musical.

–Con tantas experiencias de trabajo junto a grandes del tango, ¿cuál fue el que más lo marcó como músico?

–Es difícil decirlo, porque uno siempre está abierto a aprender, en todas las experiencias. ¿Cómo podría decir que no aprendí algo de Salgán, de Pugliese? O con otros colegas de mi generación, compañeros de proyectos como Leonardo Sánchez, Daniel Binelli, Enzo Giego, Gustavo Beytelmann, por nombrar algunos. Uno siempre aprende: de eso se trata, de compartir. Pero siempre digo que el maestro que más me formó fue, sin dudas, Leopoldo Federico. Estuve unos dos años y medio en su orquesta, siendo yo muy joven. Aprendí de sus arreglos de bandoneón, porque él dejó toda una escuela tanguera, y tuve la suerte de estar a su lado.

–Desde su última visita, el tango fue declarado Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad. ¿Qué implica para usted esa declaración?

–Un reconocimiento enorme. Escuché que hubo polémicas, hasta hay músicos que directamente se oponen a la declaración, dicen algo así como que el tango es nuestro y no de la humanidad. No me interesa entrar en esas polémicas, no me siento representado. Pero puedo dar mi parecer. El tango no necesita ser Patrimonio de la Humanidad, eso es seguro. Jerusalén tampoco, tantas joyas arquitectónicas que son Patrimonio de la Humanidad tampoco, tienen valor per se. Pero un reconocimiento unánime de una entidad tan heterogénea, me parece valioso. Estuve en una reunión de la Unesco en la que se trató el tema, me convocó Miguel Angel Estrella, que es el embajador argentino ante ese organismo. Cuando vi el espíritu de unanimidad que había ante la declaración, entre los representantes de todos los países, me quedó en claro que era una revalorización. Así lo siento.

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Mosalini reconoce a Leopoldo Federico como su maestro máximo, aunque dice que también aprendió con Salgán y con Pugliese.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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