Viernes, 26 de febrero de 2010 | Hoy
CINE › ADOPCION, DE DAVID LYPSZYC, FALSO DOCUMENTAL QUE NO SE ASUME COMO TAL
Por Horacio Bernades
ADOPCION
Argentina, 2009.
Dirección: David Lypszyc.
Guión: D. Lypszyc y Alejandra Bruno.
Fotografía: Pablo González.
Unicamente en el Espacio Incaa Km 0 (Gaumont).
Una cosa es diluir, confundir, anular incluso las fronteras entre lo real, lo reconstruido y lo inventado, y otra intentar disimularlo. Recreación de un caso real que habría tenido lugar durante la última dictadura, Adopción recurre a actores para representar los papeles de quienes vivieron esos hechos. Pero no hace explícita esa condición (no, al menos, hasta el rodante final, donde aparecen los nombres del “elenco”). Otro tanto sucede con el “material de archivo”, presuntas filmaciones caseras en Super 8 que son en verdad fragmentos actuados y filmados para la ocasión. La mayor objeción que puede hacerse a la película (la única que de veras importa, tal vez) no es sin embargo de orden ético, sino cinematográfico. Mal actuadas (en uno de los casos, al menos), las entrevistas (falsas) a cámara “dicen” tan poco, en términos visuales y expresivos, como los fragmentos de (falsas) home-movies. El problema de Adopción no es ser un falso documental que no se asume como tal, sino fragmentos filmados que no llegan a hacer una película.
Toda una summa al servicio de la corrección política, el caso es el de un chico huérfano a quien durante la dictadura adoptó un hombre gay. Tras disimular su condición (no eran tiempos en los que la homosexualidad se aplaudiera), el hombre lo llevó a vivir con él y su pareja. Sospechando que los padres del chico podrían ser desaparecidos, el adoptante se puso a investigar, dando la impresión de que la mamá podría haber sido una combatiente del ERP en la selva tucumana y el papá, el dueño de una funeraria (oficio simbólico si los hay, en tiempos de represión), vinculado con los militares. El hombre habría secuestrado al chico, separándolo de su madre y poniéndolo al cuidado de unas tías. Pero finalmente resulta que no, que la mamá no era combatiente del ERP ni de nada, y no queda muy claro si el papá secuestró o no al chico. Con lo cual la sensación es que el material narrativo fue sometido a más de una manipulación, para condimentar el asunto con pizcas de suspenso político.
El primer chirrido proviene del actor que hace del chico adoptado en la actualidad. En la primera parte sobre todo, el muchacho “recita” sus diálogos, haciéndose notar que están escritos y levantando una primera sospecha. Sospecha referida tanto al pacto que la película establece (con la verdad, con el espectador) como a la pericia dramática con la que está manejada. Incluso al actor que actúa bien (el que hace del hombre adoptante) se le hacen decir textos semiteóricos sobre la situación de adopción, que también hacen ruido dramático. Cuando el hombre aparece, en los presuntos fragmentos de hace treinta años, con una peluca oscura, la película empieza a hacer pensar en algo así como una versión de Los rubios a la que se le borraron las comillas. Igual, el problema básico de Adopción es que las filmaciones caseras comunican tan poco como los fragmentos talking-heads. Con lo cual termina resultando una película para oír, antes que para ver. Pero tampoco lo que se oye tiene mucho interés...
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