Sábado, 20 de marzo de 2010 | Hoy
MUSICA › LIDIA Y LUIS BORDA, UN CICLO DE MAGIA PURA EN EL TASSO
La riqueza musical del quinteto le otorga un alto vuelo a esta revisita del material de uno de los grandes poetas de la música popular argentina, retrato en vivo de las canciones de Caminos de barro y pampa. El ciclo continúa hoy y la próxima semana.
Por Cristian Vitale
Manzi revisitado, silencio sin moscas. En el tiempo que va entre la prueba de sonido y el recital, el presentador exige, firme, apagar celulares y, de hablar, que sea en voz muy baja. Imperceptible. Es, se entiende, para no perturbar el clima de lo que vendrá. Lo que vendrá, claro, aún no se sabe. Apenas que será la voz de Lidia Borda y el talento todoterreno de su hermano Luis –arreglador, productor, director musical y guitarrista– confluyendo en un fin: Homero Manzi. Será la presentación debut del disco que acaba de salir, en homenaje al vate inmortal de Añatuya (Caminos de barro y pampa), y cierta mezcla entre inquietud y ansiedad sobrevuela el Torquato Tasso (Defensa 1535). Velas en cada mesa, luz tenue, sigilo colectivo y el quinteto que se acomoda, expectante: ella y él, más Ariel Argañaraz (guitarra), Daniel Godfrid (piano) y el Tano Di Bella en batería. “La obra de Manzi es increíble e infinita”, encara ella, con alguna zozobra en la voz. Y la noche se enciende con “Flor de cardo”, una canción campera que Manzi había compuesto, allá lejos en el tiempo, junto a Sebastián Piana.
Dos horas después, el gentío que ocupaba el 80 por ciento de las mesas –Acho hijo incluido– destraba tanta tensión en aplausos que no paran. Son fuertes y agradecen. Los Borda, con una riqueza musical irreprochable, no sólo habían pasado la prueba de respeto-base por uno de los más grandes poetas del tango, sino que lo habían trasvasado de tiempo musical. Un Manzi actual, varado con precisa equidistancia entre aquel poblado de Santiago del Estero y Boedo, y sumergido en un mar de sonidos en el que seguro –por audaz– él hubiese flotado cómodo. Todo comenzó con un deseo irresistible de ella: encarar al Homero desconocido, principalmente el de los lados B, y poner su caudalosa voz en disposición. Siguió por Luis, que se entusiasmó en arreglar el repertorio de doce gemas a distancia, desde Alemania. Ahondarlas, reformarlas, repensarlas, dirigirlas y devolverlas exactas, eclécticas, a las entrañas de su hermana. Así quedó expuesto en el disco y en su muestra en vivo, que repite hoy en el mismo lugar y seguirá el jueves, viernes y sábado de la semana próxima.
Doce canciones –el total del disco– resignificadas por un entramado de estilos y géneros que muestran al Manzi real, cruzado por paisajes, geografías, sentimientos, pesadumbres y esperanzas, defendido por un tratamiento musical que no ahorra en sumar. Evocaciones camperas, usuales y no siempre visibilizadas en su obra, a merced del amplio registro de Lidia (“Viene de Pampa Luna / de Pampa Luna mi sueño / Rumbo de la laguna / de la laguna sin dueño”, “Pampa Luna”); junto a su contracara urbana que, al cabo, no deja de ser parte de lo mismo (“Ceniza del tiempo / la cita de abril / tu oscuro balcón / tu antiguo jardín”, “Romance de Barrio”), es el péndulo poético que los Borda detectaron para descifrar al Manzi más profundo.
Un péndulo poético que tiene, en disco y recital, su correlato musical. La versatilidad de Luis, otro cruzado casi atemporal, nacido del rock progresivo de los setenta (Ave Rock) y educado en apropiaciones libres de las estéticas de raíz que lo lleva, en este caso, a sacarle punta fina a la chacarera del comienzo (“Flor de Cardo”), a exprimir el brillo de “Pampa Luna”, una hermosa zamba que, sin perder su esencia, suena (oh curiosidad) como algún tema de Invisible en los setenta; a moderar la carga romanticona que podría tener –de no caer en este saco– un vals como “Gota de lluvia”; o a recargar la épica original de “Ay de mí” –tal vez el tema más logrado y conmovedor–, con una intro de baguala hechizante y un devenir centrado en un solo de guitarra de Luis, que recuerda al mejor Carlos Santana, el de Abraxas.
Riesgo. Apertura y respeto. Unión y fuga entre milongas y zambas, entre tangos y valses; resistencia al tiempo, caricias exóticas, algún pedido de auxilio al rock. Una tan maravillosa como oscura visita a “Milonga triste” –otra de Manzi y Piana– que Lidia intuye a su manera: “Hay anécdotas que muestran a Manzi muy contemplativo, mirando hacia el sur en una esquina. Y yo me imagino que, además de sentir añoranza por ese campo que dejó, no dejó nunca de estar sumergido en ese espíritu. De esa añoranza seguro nació esta milonga”; “Responso”, el homenaje póstumo de Troilo a Homero, intervenido sólo por la guitarra intensa de Luis, y al final, la más jugada, “Oro y plata”, candombeada y rioplatense, a parche duro y mostrando un color que Homero nunca evitó en su paleta: el negro.
El break solista, el de Lidia sin Luis, recreando al Tata Cedrón (“Eche 20 centavos en la ranura”) o a la dupla Leguizamón-Castilla (“Zamba de Juan Panadero”), fue apenas un atajo, otra arista que bien podría enriquecer la encrucijada. Pero la estrella de la noche, oscura a veces, siempre bella, fue Homero Manzi. Y los Borda supieron reencenderla con la mejor luz: la de un respeto que no adula ni anula.
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