MUSICA › OSVALDO GOLIJOV HABLA DEL ESTRENO DE AINADAMAR EN EL TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA
El prestigioso compositor argentino, radicado en los Estados Unidos, destaca las posibilidades actuales de la ópera. Golijov propone “un lenguaje donde podamos usar las tecnologías y otro tipo de narrativas, más actuales”.
› Por Diego Fischerman
En el comienzo, Margarita Xirgu espía desde las bambalinas del Teatro Solís de Montevideo. “¡Ay, qué día tan triste en Granada,/ que a las piedras hacía llorar,/ al ver que Marianita se muere/ en cadalso por no declarar!”, se oyen las voces de unas niñas. Y el personaje de la actriz catalana, que será quien cuente la historia de Federico García Lorca, canta: “Toda una vida así;/ sola, entre bambalinas/ en otro teatro, esperando ser/ Mariana Pineda otra vez”. La ópera, llamada Ainadamar (“fuente de las lágrimas”, en árabe) se presentará a partir de mañana en el Teatro Argentino de La Plata y pertenece al compositor argentino Osvaldo Golijov. Nacido en esa ciudad, formado inicialmente con Gerardo Gandini y más tarde alumno de la Julliard neoyorquina, actualmente reside en los Estados Unidos y la revista inglesa Gramophone lo ubicó, en la tapa de un número dedicado a la música actual, junto a Steve Reich y John Adams, como uno de los grandes autores del momento. El Lincoln Center dedicó, en 2006, un festival a su obra. Es, además, el compositor de la música de los últimos films de Francis Ford Coppola y en más de una ocasión se asoció con Gustavo Santaolalla para proyectos junto a Café Tacuba o el Kronos Quartet.
El libreto de Ainadamar pertenece al escritor estadounidense David Henry Hwang. “Federico, mi niño,/ ¡qué dolor en el vientre!/ Lo quise como a un hijo.../ El es hoy tan real/ como el día en que tomé su mano/ de recién nacido y de hombre a la vez”, canta allí Margarita Xirgu, antes de que las niñas vuelvan al comienzo de Mariana Pineda, “¡Ay, qué día más triste en Granada...”, pero ya no para referirse a la muerte de Mariana sino a la del poeta. En ese inicio, en poco más de un minuto, Golijov plantea los ejes de su “ópera en tres imágenes” donde, con una orquesta que incluye una laptop y guitarras flamencas, articula un fenomenal manejo de la escritura vocal y de sus posibilidades expresivas. Un lenguaje de gran impacto teatral que llega al paroxismo en el conmovedor conjunto de Margarita, las niñas y las voces de la fuente, en el final de la obra. “Lorca decía ‘estoy seguro de la verdad sobre el arte, pero cambio de idea cada cinco minutos’ –cuenta Golijov a Página/12–. Y a mí me pasa algo similar. En este momento, y pensando en Daedalus, la ópera que estoy comenzando para el Met, estoy buscando la posibilidad de una nueva emoción”, comenta acerca de su concepción de lo musical aplicado al drama. “No se trata de la emoción naturalista del siglo XIX ni de esa emoción de la ‘no emoción’ del siglo XX, sino de un tipo de dramatismo, que está influenciado por Robert Lepage, que es el director con quien trabajaré para el Met, que tiene que ver con la posibilidad de entender la posición del ser humano en el universo. Y, sobre todo, con su capacidad de maravillarse ante él. Y también un dramatismo donde la música se integre con las otras artes. En algún sentido podría ser, también, una vuelta a Monteverdi, en el sentido de entender la ópera como cosmos, aunque, claro, cuatrocientos años después. Con un lenguaje donde podamos usar las tecnologías y otro tipo de narrativas, más actuales.”
–Es hermoso eso. Y es verdad. Yo tuve una experiencia hace poquito, escuchando al dúo de Alim Quasimov y su hija Ferghana Quasimova, que hacen mugam, un género de música sagrada de Azerbaidjan. Se trataba de una especie de ópera folk y durante los últimos veinte minutos se repetía una única frase, algo así como “quien no entrega su alma a su amada, desperdicia su vida”. Es un texto que podría estar en un poster, en cualquier lado. Pero veinte minutos de esa frase con alaridos de mugam tienen un sentido totalmente distinto.
–Hay algo llamativo y es que tanto en la música popular como en la liturgia judía llega un momento donde las palabras se acaban y se tararea. Se entona. El cantante de rock o el rabino abandonan la letra. La música se impregna totalmente del significado del texto y lo transforma y lo eleva. Esa, para mí, es una influencia importante. Es lo que en hebreo se llama nigún: una melodía sin palabras, donde éstas fueron absorbidas por la música.
–El lugar de nacimiento, o, en todo caso, el de la infancia, está lejos de ser irrelevante. En mi caso, tanto lo argentino como lo judío me definen. La infancia es el país de uno. Para un músico, para un cineasta, para un poeta, esas imágenes adquiridas cuando todo era grande y maravilloso, o aterrorizante, es imborrable. Yo no sería el mismo creador si no hubiera nacido aquí y no hubiera pasado en la Argentina mi infancia y mi juventud. Por otra parte, crear es mirar hacia delante. Y cuando uno tiene hijos en otra parte, y ha viajado mucho, su situación obviamente cambia. Mi situación no es la misma, por ejemplo, que la de Gandini, que como Fellini, o Almodóvar, es un artista de un lugar, aun si han viajado y si trabajan también en otras partes.
–Hago músicas para el cine y, desde ya, miro cine, pero no sé si ésa es una influencia en mi manera de componer, ni siquiera cuando se trata de obras dramático-musicales. Es cierto que la idea del montaje ya está en Stravinsky pero, en todo caso, a un músico le llega más desde Stravinsky que desde el cine.
–Justamente venía escuchando, en el viaje, las sesiones completas de Bitches Brew, de Miles Davis. Y leía, en el librito, lo que Miles había dicho en su momento: que le interesaba Stockhausen y el funk de James Brown. En esa música, en efecto, está todo. Y en muchos aspectos es una música más duradera, que conserva mucho más su potencia y su actualidad, que muchas de las que en esa época eran indiscutidamente obras importantes dentro de la llamada música clásica. Las formas de circulación, los mercados de la música, nos obligan a escuchar a Miles como música popular cuando, en realidad, es, como mucha música que proviene de tradiciones muy populares, un arte sumamente complejo y profundo. Tanto o más que mucho de lo que llega desde el campo de lo clásico.
–Son libertades distintas. Creo que aquí, en los años del Di Tella, por ejemplo, había muchísima libertad y muchísimo espíritu de riesgo. Esas experimentaciones hoy son certezas y ya se estudian en las academias, No implican riesgo alguno. La libertad hoy, entonces, es otra.
–En la actualidad la ópera es un género mucho más cercano a la sensibilidad del público, incluso del público joven, que la música instrumental. Es muscular; allí hay movimiento, hay espectáculo. Por supuesto, la ópera no puede ser igual a aquella en la que el hombre y la mujer del siglo XIX se sentían representados. Pero, sin duda, es un tipo de arte cargado de actualidad y lleno de posibilidades.
La función con la que el Teatro Argentino de La Plata, dependiente del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires, conmemorará el Bicentenario, mañana a las 20.30, será la primera de las tres en las que se ofrecerá el programa doble con el estreno sudamericano de la ópera Ainadamar, de Osvaldo Golijov, y la suite del ballet Estancia, de Alberto Ginastera, con coreografía de Carlos Trunsky. En ambas composiciones el director musical será Rodolfo Fischer y la ópera tendrá dirección de escena y vestuario de Claudia Billourou, con escenografía e iluminación de Juan Carlos Greco. El reparto estará encabezado por Franco Fagioli (Federico García Lorca), Graciela Oddone (Margarita Xirgu), Patricia González (Nuria) y Jesús Montoya (Ruiz Alonso). Participarán la Orquesta y el Ballet estables del Argentino de La Plata y, además de la función del estreno, el programa subirá a escena el viernes próximo, en el mismo horario, y el domingo a las 17.
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