MUSICA › LOS JAIVAS, UNA BANDA CON CASI MEDIO SIGLO DE TRAYECTORIA, Y SU NUEVA VISITA A LA ARGENTINA
Después del notable show del sábado pasado frente al Obelisco, la legendaria agrupación chilena se presentará hoy y mañana en el ND Ateneo. Se trata de un sexteto renovado, que según sus integrantes se inserta en el contexto actual sin perder de vista sus orígenes.
› Por Cristian Vitale
Quedó expuesto en la segunda jornada de los festejos por el Bicentenario: Los Jaivas no son una rémora del pasado. No son, dicho de otro modo, una entelequia musical que se sostiene apenas por el nombre. Dos tremendas interpretaciones de piezas sin vencimiento (“Pregón para iluminarse” y “Alturas de Machu Picchu”) lo explican mejor que mil palabras. “Durar cincuenta años es la vida... El concierto de la vida en el que van sucediendo cosas como notas o canciones, porque la música sigue a pesar de las personas”, introduce Francisco Bosco –Pancho–, el integrante más joven de este sexteto chileno, histórico, renovado y presente, que acaba de cumplir cuarenta y siete años de existencia. Hacía once que no se presentaba en Buenos Aires –la última vez fue en 1999 por dos, en el Astral– y el emotivo recital del pasado sábado, en los lindes del Obelisco, opera como un presagio en leve de lo que será hoy y mañana en el ND Ateneo (Paraguay 919). “Es un honor para nosotros volver a pisar este suelo, no podemos olvidar que aquí vivimos cuatro años y fue un período muy importante para nuestra evolución”, señala Claudio Parra, uno de los fundadores del grupo junto a Mario Mutis, quien, al momento de la nota con Página/12, estuvo reunido con la presidenta Cristina Fernández y varios de los artistas que fueron parte de la fiesta patria.
“En ese momento –continúa Parra– recién salíamos de Chile y nuestro lenguaje musical se estaba afianzando. Allá era todo muy artesanal, no había equipos de sonido, no estaban los medios como acá, donde sí había un movimiento musical evolucionado, con infraestructura, revistas especializadas, conciertos grandes, en fin... Fue un momento de madurez que no olvidamos.” El tester histórico del tecladista se posa directo, sin giros, en la estadía que el grupo, aun con las presencias físicas de Gabriel Parra –enorme baterista– y Eduardo Alquinta, cantante, atravesó en Buenos Aires mediando los setenta. Entre 1973 y 1977, escapando de la oscuridad pinochetista, Los Jaivas armaron una comunidad en Zárate y desde allí produjeron dos de los discos clave que, junto a Alturas del Machu Picchu y Obras de Violeta Parra, conformarían el núcleo duro de su discografía. “Canción del sur y ‘el del Indio’, como le decimos nosotros, fueron discos que definieron una identidad. Yo era muy chico aún, tendría unos seis años, y recuerdo que mi padre viajó a Buenos Aires y trajo los dos discos, que no habían sido editados en Chile. Con mi hermano mellizo no parábamos de pasarlos. ¡Era como escuchar Led Zeppelin!, el sonido representaba una gran ventana de escape a todo lo horrible que estaba sucediendo en Chile. Fueron discos marcadores”, comenta Bosco.
El ojo puesto en una de las tantas épocas que Los Jaivas atravesaron en su larga trayectoria tiene que ver, más allá de lo afectivo, con el lugar físico que los definió. A través de los contactos con Arco Iris –grupo que les hizo de anfitrión, antes de la ida de Santaolalla–, Polifemo o León Gieco, el grupo solidificó un concepto en ciernes: la idea de fundir ese folklore épico, indoamericano, con el rock progresivo de la época que quedaría plasmado, luego, en el imponente Alturas de Machu Picchu, grabado en Europa. “Si bien cuando llegamos aquí podríamos haber ido por el lado del folklore, fuimos recibidos por los rockeros. El folklore era demasiado tradicional, mientras que nuestro lenguaje, nuestra generación y nuestro espíritu le pertenecían al rock”, señala Parra. Además de Mutis, Parra y Bosco, Los Jaivas versión 2010 está integrado por Juanita Parra –hija de Gabriel–, Ankatu Alquinta –hijo de Eduardo– y Carlos Cabezas, un cantante que fue descubierto por Juanita mientras actuaba en los colectivos de Santiago. “Cuando llegué, Eduardo, que aún vivía, me puso en los coros y después quedé como cantante”, dice.
–Por qué, pese a la vigencia del grupo, el último disco, Arrebol, data del 2001?
Claudio Parra: –Estamos esperando que madure el momento de concretar una nueva obra. Por ahora, estamos desarrollando la comunidad en el vivo. Hemos recuperado temas antiguos, tocado con grupos folklóricos de la isla de Pascua, con el Ballet Nacional Chileno, con el movimiento de las sinfónicas juveniles, con todo eso, mientras esperamos que fluya el momento de la creación.
Los Parra Jaiva no tienen nada que ver con el clan Violeta (Angel, Isabel, Javiera, Nicanor, Roberto), pero todos, unos y otros, provienen del sur de Chile. “Algo habrá entre nosotros”, se ríe Claudio. Pero, común a ambos, la inquietud y la creación han sido motores que ubicaron a Chile como país-fuente de un sonido singular, motivador. Unos como brazo musical directo de la política de liberación que acompañó a la Unidad Popular antes, durante y después de su llegada al gobierno y otros como un resultado “espiritual” de aquel momento aún presente en el imaginario de medio Chile. En otras palabras, en ese lapso caliente que definió el período, Los Jaivas tomaron un camino lateral, diferente al de Inti Illimani o Quilapayún, más allá de cuestiones estéticas. Explica Parra: “Cuando llegó la Unidad Popular al poder emergió un período fructífero y amplio para la cultura en general. La juventud se liberó de la generación anterior y alumbró dos movimientos: uno más político y otro de corte espiritualista. Aparece Silo ¿no?, Silo el humanista, y otros que dedican su vida a una inquietud social y política, con una música ligada a ese sentimiento”.
–¿Ustedes optaron por un camino intermedio?, porque, además de la idea de vivir en comunidad y de no ser tan “políticos”, también se han rendido ante Neruda, musicalizando sus textos suyos, o los de Violeta, que era como un nexo entre ambas cosmovisiones...
C. P.: –Puede ser, pero descubrimos la vida desde otro punto de vista... Sentimos que había que unir al mundo. Una necesidad de unión a través de la música. De ahí nace un tema como “Todos juntos”, que plasma la filosofía del grupo. Por eso lo de nuestra liga con los ro-ckeros argentinos, que concentraban una rebeldía que en Chile permaneció un poco dispersa.
–Pero continuó pese al golpe. En Argentina pasó algo parecido con el rock..., se lo perseguía pero no se cortó del todo la actividad.
C. P.: –Sí. Nosotros nos vinimos porque era insoportable vivir, pero la gente podía escuchar nuestros discos. A los Inti o a Quilapayún directamente los borraron en todo sentido.
Carlos Cabezas: –Yo era chico y recuerdo que en Chile hacer folklore era visto como comunista. Tocar un charango o una quena era sospechoso, más allá del nivel de compromiso político que tuvieras. Así se estigmatizaba a los músicos, te interesara o no la política.
–En cuarenta y siete años, aunque sin tocar su esencia, el grupo varió muchas veces de integrantes y estilos. ¿En qué momento del péndulo estético están hoy?
C. P.: –Bueno, la pérdida de Gabriel significó mucho en el cambio de orientación. Se vio muy afectado el trabajo de taller, por ejemplo. Y la de Eduardo, bueno... Perdimos la voz, la línea melódica que nos había caracterizado durante buena parte de nuestra trayectoria. La nueva agrupación, entonces, está creando otra armonía que defina una obra que será disco cuando esté definida. Yo creo que si cambian las personas también cambia la forma de hacer música. No está mal que sea así.
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