MUSICA › LA ORQUESTA JUAN DE DIOS FILIBERTO, DE MINIGIRA POR LA PATAGONIA
Primero en Rawson, después en un pueblo de poco más de 3000 habitantes –Dolavon– y finalmente en Puerto Madryn, la agrupación dirigida por Atilio Stampone mostró su repertorio de folklore y tango. Y se tocó el Himno Nacional, a tono con el “clima Bicentenario”.
› Por Cristian Vitale
Desde Chubut
“Dolavon es un pueblo pobre”, dice Martín Bortagaray, mientras recorre sus calles en camioneta. Algunas personas lo saludan y él, un albañil, lustravidrios –un obrero múltiple– devenido intendente, responde a un bocinazo por vez. El paraje ventoso, de tierra seca y fría, fue sitio elegido por galeses que escapaban de los ingleses años antes de que Roca y sus hombres, cerca de allí, se abrieran paso a los tiros. De paso obligado de troperos –cuenta su historia– pasó a ser una especie de colonia galesa, calvinista, austera y se transformó en uno de los tres pueblos –junto a Gaiman y 28 de Julio– que arrojan un poco de luz sobre el valle inferior del río Chubut. Hoy viven aquí 3200 personas. Tiene una escuela primaria, dos secundarias, cinco capillas galesas, un club de fútbol fundado en 1925, un molino harinero, un banco nuevo –“hace seis años no había, tenías que ir a Trelew”, cuenta un vecino entrado en años–, una fábrica textil y dos frigoríficos. El departamento tiene en total 11 mil hectáreas y el casco urbano no ocupa más de 200. El clima es bravo y todo parece una gran obra en construcción...: redes cloacales, un boulevard de árboles secos recién plantados, riego artificial para sostener cierto verde en la plaza, changos con la cara morada y una tribuna para autos en la cancha de fútbol, cuyo fin es poder ver un partido de la liga chubutense, sin trepanarse los huesos de frío.
Dolavon, así, con su impronta, fue el lugar elegido por la Orquesta Nacional de Música Popular Juan de Dios Filiberto para recibir el 25 de Mayo los 200 años de la revolución. A casi 1400 kilómetros del Obelisco, el organismo fundado por Filiberto en 1932 y estatizado por el gobierno peronista en 1951 le puso el pecho al viento y a las 23.59 del 24 consumó su intención. “Ahora, todo el mundo de pie, porque van a ser las 12 y comienza el 25 de Mayo. ¡Y a cantar, eh!”, pide Atilio Stampone, su director, y las mil personas que atiborran el gimnasio municipal se paran junto a los 42 músicos de la orquesta para entonar el Himno. Es un gesto que motiva. Una emoción colectiva que se nota en las miradas. “La verdad es que nos produce una gran alegría estar aquí, en esta fecha importante”, comenta Oscar De Elía, subdirector de la orquesta, prendido a la misma sensación. Es éste, más allá del sólido concierto que acaba de ocurrir, el hecho clave de la minigira por la costa este de Chubut, que había comenzado un día antes en Rawson, la capital de la provincia, y concluía ayer en Puerto Madryn, cerca de las ballenas.
Los tres conciertos fueron, pese a sus matices de ambiente y ánimo, casi un calco. La Orquesta llevó su federal repertorio de folklore y tangos, para implantar su huella en un paraje que no pisaba desde hacía diecisiete años. En Rawson, con el gobernador Mario Das Neves en primera fila; en Dolavon, con los fuegos artificiales que iluminaron la entrada oscuridad de las estepas; en Madryn, los 42 músicos siguieron las señales de Stampone para templar la Patagonia a través de “Mala Junta”, de Láurenz y De Caro, y una impecable visita a “Mi amigo Cholo”, del mismo Atilio. Después, siguieron a De Elía para poner en acto dos piezas clave del acervo porteño (“A Don Agustín Bardi”, de Horacio Salgán, y “Responso”, de Aníbal Troilo), y un bellísimo arreglo de “El Avenido”, del Cuchi Leguizamón, que resultó uno de los momentos cumbre del concierto. Lúcida, con una voz que parece no registrar el paso del tiempo, Ramona Galarza fue la primera cantante de la(s) noche(s). La novia del Paraná entregó sus delicados fraseos litoraleños a “Villanueva”, un clásico de su terruño mesopotámico, “Río Manso” y, como bis prepactado, “A mi Corrientes porá”, un chamamé que logra ligar regiones, ante tanta distancia.
El segundo cantante, luego de la preciosa pieza de Mariano Mores (“Vals de la evocación”) y “La Tablada”, viejo tango de Canaro modernizado por los arreglos de Stampone, es Luis Filipelli. El ahijado artístico del Polaco Goyeneche –nada menos– calienta la voz con “Afiche” (Stampone-Expósito), se luce –con ambos directores en escena– mediante el desgarrador triángulo amoroso extirpado a la pluma de Homero Manzi (“Fueye”) y se despide, distendido, con “Sur” para dejar lugar a la pieza que, tal vez, genere mayor vuelo en la interpretación: “El día que me quieras”. Impecable. La tríada de conciertos sucede más o menos bajo los mismos carriles, incluso lo que se anuncia como “sorpresa” y termina siendo la nota bizarra de la gira: la presencia de ¡Fernando de Madariaga!, como tercer cantante. Al viejo “romántico” de la carpa del amor –muy lejos de su segundo de gloria, por cierto– le toca cantar “Uno” y Discépolo, pobre, parece seguir sufriendo post mortem. No sólo que le quita brillo al tango, sino que, aun más, a una Orquesta, cuyos rostros miran con cara de poker mientras el galán cree que está cantando fenómeno.
Madariaga no deja de ser, al cabo, una figurita de color propuesta por gente de la provincia por su calidad de habitante chubutense (se casó y se fue a vivir allí) que no excluye ni borronea el verdadero sentido de la tarea: llevar el cumpleaños redondo, lejísimos de donde todo parece pasar.
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