MUSICA › AINADAMAR, DE OSVALDO GOLIJOV, EN EL TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA
En la ópera del compositor argentino consagrado en los Estados Unidos, materiales de distintas fuentes –“clásicas” y “populares”– coexisten y se entrecruzan. Golijov traduce las presuntas contradicciones a un lenguaje de escritura virtuosa y gran originalidad.
› Por Diego Fischerman
AINADAMAR
Opera de Osvaldo Golijov con libreto de David Henry Hwang.
Dirección musical: Rodolfo Fischer.
Dirección de escena y vestuario: Claudia Billourou.
Escenografía e iluminación: Juan Carlos Greco.
Elenco: Franco Fagioli (Federico García Lorca), Marisú Pavón (Margarita Xirgu), Patricia González (Nuria) y Jesús Montoya (Ruiz Alonso).
Lugar: Teatro Argentino de La Plata.
Fecha: Miércoles 26.
Nuevas funciones: Hoy a las 20.30 y el domingo a las 17.
Ainadamar es una ópera contemporánea. Es una obra escrita por el músico de los últimos films de Francis Ford Coppola. Es una composición del colaborador más estrecho de Gustavo Santaolalla y del arreglador de gran parte del repertorio que toca el Kronos Quartet. Ainadamar es una producción “clásica”, que incluye un cantaor, guitarras y percusión flamenca. Es una pieza popular cuya grabación ganó dos Grammy, los correspondientes a “mejor grabación de ópera” y a “mejor creación contemporánea” del año 2007.
Y es, también, la obra de un argentino, nacido en La Plata, educado en Nueva York y, ahora, famoso en el mundo. Y la particularidad de esta ópera contemporánea que podría, sin embargo, molestar por igual a los amantes de la ópera y a los de la música contemporánea, es que cada una de estas aparentes contradicciones, en lugar de chocar se entrecruzan y potencian. Lejos de no corresponder a ninguna de las categorías corrientes, las contiene a todas y las traduce a un lenguaje de escritura virtuosa y portentosa originalidad. El Teatro Argentino, para su función conmemorativa del Bicentenario, eligió esta ópera breve (“en tres imágenes”, en palabras del compositor) junto a un ballet cuya partitura, escrita por Ginastera, lleva hasta sus últimas consecuencias la hipótesis de un folklorismo imaginario; de un lenguaje altamente sofisticado, pero donde los rastros de tradiciones populares son bien identificables.
En ese sentido, el maridaje no podría ser mejor. Porque Golijov (aunque sus tradiciones incluyan una laptop y, desde ya, la posibilidad de trabajar electrónicamente con el sonido), si bien en un sentido muy diferente del de Ginastera, también aprovecha el poder de ciertas células melódicas, de ciertos ritmos, para delimitar campos culturales. Aunque, a diferencia de Ginastera –que en realidad fue maestro de su primer maestro, Gerardo Gandini–, los materiales para Golijov no entran en una serie que tenga que ver con la estilización. No hay una búsqueda de “enaltecimiento” de lo bajo, sino que materiales de distintas fuentes coexisten y se entrecruzan, muchas veces sin tomar unos de otros más que la mera contigüidad –y la cadena de significados que esa contigüidad produce–. La escritura de Golijov, en todo caso, es prodigiosa, y en particular en su trabajo sobre las voces cobra un poder dramático inusitado. Con una puesta ascética de Claudia Billourou, que confía en el estatismo y en la belleza visual y la posible sugerencia de cuadros vivos más que en escenas teatrales, Ainadamar recurrió, en este estreno sudamericano, a algunos de los artistas que formaron parte del equipo que la presentó en Estados Unidos y que la grabó en disco: el extraordinario cantaor Jesús Montoya, la guitarra flamenca de Adam del Monte.
El resto fueron fuerzas locales, empezando por una descollante Marisú Pavón (que debió reemplazar a Graciela Oddone) en el papel de Margarita Xirgu, por la brasileña Patricia González, que deslumbró como Nuria, y por el contratenor Franco Fagioli que, en estado de gracia, construyó un Federico inolvidable. La conducción sensible y exacta del chileno Rodolfo Fischer, la iluminación y las sugerentes curvas de la escenografía de Juan Carlos Greco, la fuerza expresiva del coro femenino que canta, como una letanía, fragmentos de Mariana Pineda y una Orquesta Estable que entró en el juego planteado por Golijov –donde la amplificación y ciertos procesamientos electrónicos son centrales– lograron una versión de gran nivel para una obra nueva, en mucho más que un sentido.
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