Domingo, 19 de febrero de 2006 | Hoy
MUSICA › UN ENCUENTRO DE ROSARINOS EN LA TRASTIENDA
Esta noche, Gonzalo Aloras, Vandera, Coki Debernardis y el invitado de lujo Fito Páez harán una presentación múltiple.
Por Cristian Vitale
Es tan distendido el momento que Gonzalo Aloras y Vandera no necesitan reparar en el tema central: el encuentro cumbre entre rosarinos –ellos dos, más Fito Páez y Coki Debernardi– que se dará hoy en La Trastienda. Cumbre, además, porque todos menos Fito presentan discos nuevos. Apenas subrayan que “va a estar bueno”, y que Páez siempre los banca. Pero prefieren hablar de otras cosas, como el fútbol. Ambos son de Newell’s y creen cumplir un rol necesario: “Ya era una cosa tremenda, entre Fontanarrosa, Olmedo y Fito, formaban un monopolio sin sentido”, ironiza Aloras sin nombrar a la contra. “¿Y el Che? –suma Vandera–, aunque no está comprobada su procedencia futbolera.” Primera coincidencia: ambos son leprosos. Durante la charla aparecerán más, como sus cruces en las noches rosarinas de los ’90, Aloras con su grupo Mortadela Rancia, Vandera con Certamente Roma y Coki con Punto G, cuyo disco debut fue producido por Fito Páez. “El siempre nos dio una gran mano”, reconoce Arolas. “En 1994 yo grabé el único disco de Mortadela y Fito tuvo mucho que ver. Tal vez impactado por el nombre, lo mencionó en una nota para Clarín que le habían hecho en Nueva York. En Rosario fue una revolución.”
–En 1999, además, Fito lo integró a su banda y lo fue transformando en una especie de hombre orquesta.
G. A.: –(Risas.) Es viejo el término, pero está bárbaro. Me viene al pelo. Al principio era sólo el tecladista, y después pasé a la guitarra y terminé produciendo algunos temas de Rey sol.
–Son compositores libres, y a su vez tienen una impronta que les llega de Fito, por ser músicos suyos, por rosarinos... ¿se resuelve la paradoja?
V.: –No sé, porque Fito es amigo nuestro y también una influencia. El disfruta lo que hacemos. Pero también tenemos un background propio que nos independiza. Es obvio también que Rosario y la música nos unen. Todo el mundo, cuando escucha algo que no conoce, tiene la necesidad de asociarlo a algo conocido. No siempre es así. A nosotros se nos pega con Fito, pero hay que meter un poco más la cabeza para entender lo que hacemos.
Los discos a estrenar en La Trastienda son Banda de sonido para una película inconclusa, de Vandera; Algo vuela, de Gonzalo Aloras, y Perdida, de Coki & the Killer Burritos. A los tres los une un espíritu cancionero, la misma discográfica y la participación de un círculo de amigos. En el de Vandera, aparecen Fito ejecutando cuerdas en A la casa; Coki cantando en Progresivo y Guillermo Vadalá en el bajo. En el de Coki, Fito tocando el Hammond y Aloras guitarra en La verdad, y Vandera el piano en La tormenta y Locos y sucios. Y en el de Arolas, Fito tocando Hammond en Trola Coca Cola, clavinet en Tres y cuerdas en Visión; Charly García, teclado y guitarra en Emotival, Vandera cantando Casi loca y What do u want y varios invitados. Entre ellos, Claudio Cardone, Nico Cota y Graciela Cosceri.
–Ustedes son híper cancioneros. ¿Cómo es el proceso de armar una canción, qué los inspira, cómo nace?
G. A.: –Hay una rutina que en mi caso lleva a la canción. Es como el tipo que se levanta, se lava la cara, se pone los pantalones, saca al auto y se va al laburo. En mi caso es levantarse, hacer un par de movimientos, beber algo y tener contacto con un instrumento. Una guitarra cerca de la cama, o un piano. Es importante tener un piano porque en la era de la tecnología hay que enchufar y prender todo, un proceso previo que no está tan a mano. Si sos un poquito vago, no lo hacés. Más que la inspiración, lo que antecede a una canción es la rutina. No me queda otra que toparme con esos obstáculos. En algún momento de la mañana, aparece una idea melódica o una secuencia de acordes que estimulan a trabajar. Todo antes que aparezca el texto. Nunca tomo primero el lápiz y el papel. Sólo a veces, como excepción, te sentás y se arma todo de golpe. Pero son como instantes mágicos.
V.: –Te puede pasar que aparece una canción y tenés que esperar dos años para ponerle una letra o un estribillo que te cierre. El proceso de la canción es largo pero placentero. Nunca te angustiás por componer. –¿Tampoco una como Soundtrack of my Life, que es bastante dramática?
V.: –Tengo que contar una pequeña historia para entender esa canción. Estaba en casa, muy deprimido y sin ganas de levantarme. Cerraba todas las persianas y no estaba contento con el laburo que tenía. No quería volver a Rosario, pero tampoco me gustaba estar acá... entonces, a través de esa rutina que marca Gonzalo, la hice. Hoy escucho la letra (“Trágicamente pienso en mí/ corto los cables y vuelvo a dormir”) y la siento muy pesada, pero me acuerdo del momento y digo “está bueno, porque pude plasmar algo que me pasaba”. Hizo que pudiera descargar mi angustia. Está bueno cuando la escucha otra gente y se pega sus propios viajes. Lo que más me gusta de la música es detonar distintas sensaciones en otros. Uno mete mucha intimidad en lo que hace... y se siente muy a la intemperie.
–Hay otra canción suya bastante desesperante, que además suena medio beatle: Vamos hacia ningún lugar. ¿Desespera ir sin saber dónde?
V.: –Es lo que me pasa en mi vida. No me cae mal la palabra desesperado, porque me siento así. La canción trata de encontrar cosas bellas y positivas, en un lugar que no lo es. Todo lo que hace es alejarse de la idea de la muerte, que es lo que más molesta.
–El fin último de la música...
G. A.: –La música es una herramienta para luchar contra la muerte, pero no la muerte física de mi persona o de mis seres queridos, sino las muertes que hay en el día a día. Las de las relaciones sociales, las del cine, las de la filosofía. Son muertes que pegan más, porque te acompañan toda la vida. La otra es un instante. Uno convive con muertes más pesadas, como la música que se degrada para pasarse en el radio. O la muerte del comunismo, una muerte importante que la humanidad está padeciendo.
–Globalmente, en su disco se nota una puntillosidad no muy habitual en términos de arreglos, audio y producción. ¿Es obsesivo?
G. A.: –Probablemente. Pero de la sensación, no de la exigencia en sí o del perfeccionismo. El perfeccionismo en el arte no ha dado grandes resultados, es como su antítesis.
–La referencia es por el trabajo sonoro.
G. A.: –Por eso... tiene que ver con la sensación, porque Pink Floyd y tantos otros grandes del sonido no buscaban la perfección sino una sensación muy clara a la que querían arribar, a la que se llega o no según lo exigente que se sea. Es decir, quiero sentir en el cuerpo tal sensación sonora, ¿cómo hago?... y te das cuenta de que no podés con un día o dos. Hay que darle y darle, como si tu canción fuera una escultura a la que hay que sacarle o agregarle pedacitos de mármol. En mi disco, la sensación es distinta a la frescura y al error premeditado. Es un disco puntilloso y, en un punto, muy poco rockero. Hay un cuidado intencional, porque la obra recién se abandona en el momento que no convive con la incomodidad.
–¿Por qué el título Banda de sonido de una película inconclusa?
V.: –En realidad, cuando tuve todas las canciones armadas no entendía bien de qué estaba hablando. Hasta que me di cuenta de que cada canción representaba una pequeña escena. Por eso, la idea de banda de sonido de una peli que no existe. También me gustó el nombre largo.
–Es muy poco marketinero...
V.: –Por eso, siempre hay alguien que se confunde y esa situación me divierte. Los conductores de radio van a decir Banda original, y en las bateas va a estar con La Tregua y esas músicas de películas.
–En Violeta recobra a Violeta Parra, e incluso canta partes de Volver a los 17. ¿Por qué?
V.: –Volver a los 17 era una canción que silbaba mucho mi viejo. Tenía ese recuerdo y, cuando la empecé, lo primero que me salió fue la palabra Violeta. Armé una historia como si le estuviese hablando a ella. Es una canción divina, como ella. Sus canciones tienen un poder imparable.
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