Miércoles, 13 de octubre de 2010 | Hoy
MUSICA › WILL SERGEANT, GUITARRISTA DE ECHO & THE BUNNYMEN
La banda de post punk que comparte con el cantante Ian McCulloch actuará esta noche en Buenos Aires. Con ironía, Sergeant analiza el pasado y el presente del grupo: “Cada vez que algo va fenómeno, nos las arreglamos para hacer cagadas”.
Por Roque Casciero
“Es muy extraño: cuando formamos la banda ni siquiera esperaba que mi vida durara treinta días y, sin embargo, llevamos treinta años juntos... No hay muchos casos de bandas que hayan estado tanto tiempo y que todavía influyan en los grupos nuevos. Somos nosotros y los Rolling Stones”, dice Will Sergeant, guitarrista de Echo & The Bunnymen, que esta noche volverá a plantarse sobre un escenario argentino. En sus visitas anteriores, el grupo de post punk que comparte con el cantante Ian McCulloch pasó por el Opera y el Gran Rex, esta vez hará sonar clásicos como “The Killing Moon” y “Lips Like Sugar” en Groove, Santa Fe 4389. Y no habrá que esperar demasiados temas de su último disco, Fountain (2009), sino las que quieren volver a escuchar aquellos que descubrieron al otrora cuarteto de Liverpool cuando los raros peinados nuevos todavía eran raros y nuevos. En la sinuosa carrera de la banda, el violero es el único que nunca abandonó el barco, porque hasta se encargó de buscar un nuevo vocalista cuando el bocón McCulloch los plantó a fines de los ’80 (en los ’90 volvieron a tocar juntos). “¿Por qué insistí con Echo? Supongo que porque soy un estúpido”, suelta Sergeant, a mitad de camino entre la ironía y la honestidad brutal, como en el resto de la entrevista. “No sé, quizá se trate de un castigo autoinfligido, capaz que me dio por el masoquismo.”
–Pero también debe tener lados buenos ser parte de los Bunnymen.
–Sí, claro, es un buen trabajo. Es el mejor trabajo del mundo, ¿no?, así que es bastante lógico seguir haciéndolo.
–No hay tantos trabajos en los que uno pueda expresarse.
–Claro, y también viajar, ir a la Argentina cada cierto tiempo. Me encantó Buenos Aires. Fuimos a dar unas vueltas por la ciudad, visitamos una zona muy linda que era medio bohemia, llena de bares en las esquinas. Me acuerdo bastante bien de una avenida muy ancha con un boulevard enorme, había que cruzar como veinte carriles para ir de una vereda a la otra.
–Ustedes hicieron varios conciertos en los que tocaron entero el disco Ocean Rain. ¿Van a hacer eso en Buenos Aires?
–No, básicamente vamos a tocar los temas que siempre hacemos en vivo, los “sospechosos de siempre”, los “hits” o como quieran llamarlos. Hacemos una o dos canciones del último disco, pero no nos quedamos demasiado pegados a eso. Es que las más viejas son las que la gente quiere escuchar. Sencillamente es así: la gente viene a vernos por todo lo que hicimos, no por lo último.
–Bueno, en particular, este último disco no fue publicado aquí...
–Claro, eso sólo empeoraría la situación.
–Pero todos sus fans lo tienen en sus reproductores de mp3, por supuesto.
–Es que, hoy en día, ¿los discos de verdad se publican? El de Arcade Fire fue número uno en Estados Unidos por haber vendido 120 mil discos... No es demasiado, ¿no? Hubiera imaginado que hacía falta vender millones para ser número uno en Estados Unidos.
–¿Qué sensaciones le provoca todo esto?
–Es un poco raro. Uno se pasa toda su vida construyendo un cuerpo de trabajo y después la gente se lo roba... Entonces es cuando uno empieza a cuestionarse para qué hace tanto esfuerzo (risas).
–Porque es masoquista, según dijo.
–Sí, sí. Hoy en día las bandas siguen adelante gracias a los conciertos, ahí es donde ganan su dinero. Los discos están acabados. Supongo que bandas en ascenso como Arcade Fire todavía salen a promocionar su disco nuevo con una gira porque todavía están frescas. Una vez que te establecés, a nadie le preocupa tu nuevo material, sólo quieren que toques tu material viejo. La verdad, cada vez que voy a ver a los Rolling Stones quiero que toquen “Satisfaction” y “Get Off My Cloud”, ni me preocupo por lo último que sacaron.
–Pero, como músico, ¿cree que ya hizo lo mejor?
–Eh, es difícil de decir, pero creo que podríamos salir mañana mismo con un tema fabuloso y la gente ni le prestaría atención. Nunca diría que lo mejor de los Bunnymen haya sido hecho en el pasado porque uno nunca sabe qué hay a la vuelta de la esquina, pero no creo que vaya a llamar la atención. Todo pasa por lo vibrante y lo nuevo. ¿Qué había en el último disco de Lou Reed? La verdad, no tengo ni idea.
–Entonces, ¿usted no le ve sentido a grabar nuevos discos?
–No, la verdad que no.
–¿Y por qué los hace?
–No lo sé. Es una buena pregunta. No sé por qué me molesto... Igual apenas estuve ahí, es el disco de MacCulloch, no el mío.
–Pese a no haber tenido el éxito de sus contemporáneos U2, Echo & The Bunnymen tuvo un impacto muy fuerte en la cultura rock...
–Sí, eso es un punto positivo, quizás el más importante de todos: ser una influencia para bandas nuevas. Es como recibir la aprobación de la gente que llegó después que nosotros. A mí me influyeron mucho The Velvet Underground, The Doors y algunas bandas psicodélicas de los ’60. Su legado nos llegó a nosotros y nos encargamos de transmitirlo a las siguientes generaciones. Es como una línea que continúa por siempre, que si se rastrea llega a dos tipos en una cueva golpeando unos palos al mismo tiempo.
–En su caso, aparecer en la banda sonora de Donnie Darko les implicó el interés de una generación que no los conocía.
–Sí, eso ayuda mucho, se nos acerca gente más gente que nos dice que nos descubrió en esa banda sonora. Eso está bueno, el problema es que se bajaron el disco de Internet (risas).
–Su relación con McCulloch ha tenido muchas idas y vueltas. ¿Cómo se llevan ahora?
–Ehhhh... Bien. No diría que nuestra relación es brillante, pero está bien. Hemos aprendido a vivir el uno con el otro. No es que pasamos mucho tiempo juntos ni nada de eso, simplemente trabajo con él.
–El dijo en una entrevista que su relación era como la de Liz Taylor y Richard Burton...
–¿Y yo era Liz?
–No, Richard.
–¿Yo soy Richard? ¿O sea que él piensa que es Liz Taylor? Qué raro todo eso, debe haber estado delirando cuando lo dijo.
–Usted es parte de una generación de guitarristas que encontró su sello en crear un sonido distintivo, no en el virtuosismo. ¿Por qué cree que sucedió eso en ese momento en particular?
–Bueno, fue el trasfondo del punk rock, en el que el virtuosismo era una mierda. Personalmente, todavía pienso así, es un embole: podés tocar millones de notas, ¿y? No tiene sentido. Es como ver a un tipo haciendo malabares con veinte platos: es muy impresionante pero ¿podés hacer que una sola nota suene fantástico?
–¿Extraña algo de los viejos tiempos?
–Oh, sí, montones de cosas. Por ejemplo, cuando estábamos los cuatro miembros originales (con el bajista Les Pattinson y el fallecido baterista Pete de Freitas): extraño esa sensación de ser parte de una entidad en lucha contra el mundo. Eso ya no es así. Uno cree que crece y madura, pero también es cierto que ahora sólo entretenemos a gente que es como nosotros, ya no es algo solamente nuestro. Pero, bueno, esa sensación no puede seguir por siempre, ¿no?
–Suena decepcionado...
–Sí, pero, bueno, ¿qué puedo hacer? Las cosas son así... Es decepcionante, pero no se puede parar la marea. Lamentablemente, cometimos algunos errores a lo largo del camino, así que ahora tenemos que vivir con ellos. Creo que nosotros fuimos muy buenos en escupir al cielo (risas). Ese es nuestro mayor talento: cada vez que algo va fenómeno, nos las arreglamos para hacer cagadas.
–McCulloch dijo algo parecido acerca del momento en el que se pensaba que ustedes iban a ser la gran banda de su generación y U2 les robó ese sitial.
–Es que cuando éramos jóvenes éramos unos idealistas a los que nada les interesaba. Pensábamos: “Ok, ustedes podrán ser masivos, pero son una mierda y nosotros somos fantásticos”. Salíamos con esa clase de bravuconadas, sentíamos que éramos nosotros contra el mundo. En ese momento realmente no queríamos ser masivos, no era sólo que lo aparentábamos. Cuando apareció U2, los de la compañía discográfica les compraban ropas y les decían qué usar. Y nosotros pensábamos que eso no era lo importante de estar en una banda, que a los Velvet Underground nadie les decía qué ponerse: ellos sabían qué usar porque eran cool. No podíamos entender cómo los U2 podían hacer mierdas así. Pero, bueno, la gente se enamora de las bandas más de mierda, ¿no? La basura domina los rankings todo el tiempo, es siempre la misma mierda. Nunca hubiéramos podido hacer algo así porque no nos habríamos bancado a nosotros mismos: no podríamos haber sacado un disco de mierda sólo porque supiéramos que iba a tener éxito, sin ningún mérito artístico o algo así. Nos habríamos sentido culpables. Pero a ciertas bandas les chupa un huevo: hacen cualquier cosa por ser famosos, exitosos o ricos. Por eso digo que escupimos mucho al cielo, pero no es sólo eso: apuntamos bien para que el escupitajo nos cayera encima. No era por casualidad, era bien deliberado.
–¿Y hoy se siente orgulloso de eso o se arrepiente?
–La verdad, todavía estoy un poco orgulloso, porque cosas como ésas nos mantuvieron en un lugar durante treinta años. Todavía existimos porque nunca transamos, la gente sabía que éramos reales. Es como lo que pasaba con los Ramones o Suicide, no con esas bandas que harían cualquier cosa para entrar a los rankings.
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