MUSICA › JOAN MANUEL SERRAT DELEITA OTRA VEZ A LOS ARGENTINOS
A las cuatro funciones iniciales en el Gran Rex, el Nano debió agregarle otras siete por la demanda de entradas. Presenta Hijo de la luz y de la sombra y traza un recorrido por toda su carrera, que hace evidente el notable poder evocativo de la canción.
› Por Karina Micheletto
La condición de clásico no alcanza para explicar lo que pasa en las presentaciones en vivo de Joan Manuel Serrat. En esta forma de alegre devoción que sus admiradores exteriorizan ya desde la entrada del teatro, hay algo seguramente relacionado con el inigualable poder evocativo de la canción. Y si una canción es capaz de traer al presente, en lo que dura un chasquido de dedos, un momento de una vida, aquel día en especial, aquel olor, aquello que se pensaba o que se deseaba o que se combatía, las de Joan Manuel Serrat tienen el escaso privilegio de haber estado en la vida de muchos. Ahora Serrat viene a presentar un nuevo disco a la Argentina y moviliza a todos y a todas, sin distinción de edades ni procedencias. Aquí están, en alegre procesión, desde Hermenegildo Sábat hasta Gustavo Alfaro, el técnico de Arsenal, por nombrar un par de los que llenaron el Gran Rex el sábado pasado.
Desde el jueves hasta el domingo pasado se cumplieron la primera de una serie de presentaciones de Hijo de la luz y de la sombra, el disco con el que el catalán vuelve a cantar a Miguel Hernández, al cumplirse cien años del nacimiento del poeta. Rápidamente agotadas, las primeras cuatro funciones dieron lugar a otras seis, que el cantautor concretará los días 9, 10, 12, 13, 14 y 15 de diciembre, después de pasar por Rosario, Córdoba y Mendoza. Fue la primera hora del concierto la que Serrat dedicó al poeta de Orihuela, trazando un recorrido entre aquel legendario Miguel Hernández, el disco de 1972, y las nuevas canciones de Hijo de la luz y de la sombra. En una segunda parte el programa estrictamente hernandiano dio paso a la evocación de otro recorrido, el de la propia obra de Serrat.
“Parece que fue ayer, pero han pasado 37 años entre este álbum y aquel primero que Joan Manuel Serrat dedicara a Miguel Hernández”, se lee en el programa de mano del concierto (la cuenta, naturalmente, fue hecha el año pasado). “A quienes no hayan vivido esas cuatro décadas les costará hacerse una idea de cómo funcionaban entonces las cosas. Para leer un poema hoy, basta con teclear su título en Internet, sin embargo, en 1972 buena parte de la obra hernandiana estaba prohibida, e incluso inédita. En una palabra, era inaccesible.” La diferencia que se explicita puede ser una de las razones para que funcionen de manera tan diferente “aquel” Miguel Hernández y éste, una razón dictada por la urgencia de un contexto que inevitablemente ha cambiado. Hay otras de orden musical, que suenan subrayadas en la reunión, así presentada, de los Migueles Hernández de Serrat.
Hay una zanja que separa la profundidad dramática que alcanza “Elegía” o aquellas sobrecogedoras “Nanas de la cebolla”, y la búsqueda del verso como estribillo repetible y machacable, acaso según las exigencias del público que Serrat imagina que debe ir a buscar. Así sonarán algo incómodos, como fuera de eje, los versos a todo o nada de “Ante la vida serena”, alivianados al ritmo de los aires tropicales que se le imprimen: “Ante la vida, sereno, antes la muerte, mayor; si me matan, bueno: si vivo, mejor”. Junto a estos nuevos Hernández entre los que se eligen para el vivo “Las abarcas desiertas”, “Dale que dale” y “El hambre”, aparecen también himnos sin estribillo como “Para la libertad”, “Menos tu vientre” y “Cantares”, coreados a garganta suelta por un Gran Rex repleto.
Aquella España rural de fines del franquismo queda acotada a la primera parte del show. “No se vayan, esto sigue, ya vuelvo”, anuncia Serrat, para dar lugar a la presentación de la banda desde las pantallas gigantes (al frente, el histórico Ricardo Miralles, más Olvido Lanza en viola, Josep Mas “Kiflus” en teclados y programaciones, Vicente Climent en batería y percusión, Israel Sandoval en guitarras, Víctor Merlo en contrabajo y bajo eléctrico). En una segunda parte el catalán recorre su propia historia, pasando por su alter ego Tarrés (“el otro yo de Serrat, porque todos tenemos otro yo”, presenta) temas menos frecuentados, como “La bella y el metro” o “Princesa”, y una sucesión de clásicos de clásicos agradecidos con fervor: “Mediterráneo”, “Sinceramente tuyo”, “Hoy puede ser un gran día”, “Señora”. Sobre esta última, Serrat se detiene a bromear sobre el paso del tiempo y cita los versos de Campoamor: “Las hijas de las madres que amé tanto, me besan ya como se besa a un santo”. A ese santo encantador que, más allá de aciertos y desaciertos, forma parte de la vida de al menos tres generaciones le van a agradecer los 3300 fieles que noche a noche llenan el Gran Rex.
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