Miércoles, 22 de diciembre de 2010 | Hoy
MUSICA › GLORIA GUERRERO Y SU LIBRO ESTADIO OBRAS, EL TEMPLO DEL ROCK
Tras años de “vivir dentro de Obras”, la periodista volcó en su libro la apasionante historia del estadio de básquet que se convirtió en principal referente del rock hecho en las pampas, símbolo de “haber llegado” en términos de convocatoria.
Por Cristian Vitale
“Se me cruzan las cosas que vi con las que escribí”, expía Gloria Guerrero, y no puede precisar si su primer Obras fue la vuelta de Almendra en 1979 o el recital en que Jan Hammer enloqueció con los elefantes de Spinetta y lo invitó a tocar con él. “Pero seguro fue el de Almendra..., vamos con ése”, sentencia, mientras no puede evitar cierta incomodidad: más de 30 años de un lado del mostrador –escribiendo, investigando, reseñando shows, entrevistando– y ahora le toca estar del otro: hablar ante un medio sobre ella y su protagonismo. En este caso, como pluma de un libro imprescindible y enriquecedor para las vísceras del movimiento de rock en Argentina: Estadio Obras, el Templo del Rock, del que fue una de sus más fervientes devotas. Un templo visto desde adentro a través de 360 páginas, un puñado de fotos y el relato vivencial de un sinfín de recitales, anécdotas, represiones y alegrías, que tiñó a Obras de una mística inextinguible. Que lo convirtió, en 30 años de ser, en sinónimo de rock and roll. “Y eso que había de todo, ¿eh?..., si se miran las listas, un día estaba el Ballet de Hungría, al otro el congreso del MAS, al otro el campeonato de karate, y después ¡un recital de Iggy Pop!”, se ríe.
Cronologías que van de la mano, entonces. Casi cuando Gloria Guerrero, primera periodista de rock en la Argentina, empezó a escribir, Obras le entreabría sus puertas al género. No es largo el margen de tiempo entre sus primeras notas para Expreso Imaginario y la presentación de Spinetta, en la época de A 18 minutos del sol, que inauguró informalmente lo que iba a convertirse –Gloria dixit– en “Nuestra segunda casa”. “Vivíamos ahí, jueves, viernes, sábados y domingos. Yo, si no estaba en casa, estaba en Obras”, evoca, guiada por un semblante de recuerdo feliz. “Me da mucha ternura y orgullo lo que hicimos. Hay que situarse en momento y lugar: dictadura, un enemigo muy visible y la inexistencia de difusión, ni siquiera pasaban rock por la radio. Estamos hablando de un mundo que una persona hoy no podría imaginar”, sigue, sobre el origen.
–Para empezar por el principio: ¿Qué pasó con el regreso de Almendra?
–No me gustó. Tampoco el de Manal. O sea, como concepto me parecía encantador que volvieran, obvio, pero de Almendra no me gustaron los temas nuevos, y de Manal, cómo tocaron. Claro, decirlo era jodido porque ¿de qué lado estabas? Digo, era fácil ponerse del lado del artista porque teníamos un enemigo muy visible, pero eso complicaba la crítica. Por un lado teníamos que estar todos juntos, pero estar juntos y amalgamar errores por ahí no estaba bueno. Digo, si tenías un compañero rocker que subía al escenario en pedo –no era el caso de Almendra, ojo– nadie lo decía porque se cuidaban las formas. Pero si no lo decías, ¿en qué estabas contribuyendo? A ver: si te quiero decir que desafinaste dejame decírtelo, no importa que el enemigo esté allá. Haberlo escrito o, otro caso, haber hecho una crítica poco favorable de El Valle Interior (el disco en estudio de Almendra editado en 1979) me provocó una pelea con Luis que duró como dos años..., en esa época, no sé, eran cinco o seis que decían ¡qué bueno está! Y parecía que si vos no opinabas igual estabas de lado de la policía. Era muy complicado.
–¿Cuál fue el recital que más le gustó, entonces?
–Seru Giran y Spinetta Jade, juntos. Fue el único show en el que lloré en mi vida..., era demasiado: Charly cantaba las canciones de Luis, y Luis “Cuando me empiece a quedar solo”. No hay manera de resistir eso. No hay almita que lo aguante. El tema fue que Andrés Cascioli, director de Hurra, quiso hacer una especie de River-Boca diciendo que ellos no se bancaban y yo le decía “por favor, no da, tenemos los enemigos en otro lado, necesitamos estar unidos”. Cómo eran las cosas, ¿no? una revista chiquita hacía que Charly y Spinetta salieran a mostrar que estaban juntos, que no había ningún Boca-River entre ellos. Ese fue el rock que empezó a visibilizar Obras. Ah, también morí con el primero de Iggy Pop, y con Ozzy Osbourne. Fueron los mejores que vi.
La simbiosis cronológica siguió con la rocker como pluma fértil de la revista Humor, con las impecables “Páginas de Gloria” que acompañaron el crescendo de Obras: la patada de Andy Summers a un policía, el primer recital de BB King en Argentina, Joan Baez bailando a Gilberto Gil entre las sillas, el contrarrecital que le boicoteó el Luna a Palito y Sinatra, el BA Rock ’82, las razzias permanentes, Sumo, Los Abuelos, Riff, Zitarrosa, Bob Dylan, Bulacio, el caballo de Divididos y un devenir de secuencias que el libro desgrana entre memoriales entrecortados del club y entrevistas a músicos bajo la consigna de Mis obras en Obras. “Cero nostalgia, ojo. Yo soy lo menos para atrás que hay..., mañana es mejor siempre, pero lo que nos cagamos de risa recordando cosas con Pil, con Juanse... ¡Rojo y Negro!, vivíamos ahí dentro”, se ríe.
–¿Cómo sobrellevó su condición de mujer en un ambiente que, desde cierta perspectiva generacional, se intuye clausurado para la mirada femenina?
–A ver: si eras mina no podías saber la diferencia entre una Telecaster y una Stratocaster. Entonces, nosotras teníamos que rendir examen siempre. Sí, estaban los tipos que todo el tiempo te querían avanzar, pero como yo tuve parejas muy largas, siempre estaba ocupada (risas). Pero en lo profesional, bueno, ¿cómo ibas a saber si Hendrix era zurdo, si sos mina? Estaba ese concepto, y pasaba por lo intelectual: no podías criticar una línea de bajo o escribir sobre los decibeles de un equipo de audio. Igual no me importaba nada, no era un problema para mí. Si lo puedo responder no es un trauma. Pero sí, el examen era agotador.
–Hay un dato relevante en el libro que quiebra cierta imaginería popular. En la investigación, excepto la vez que Divididos puenteó a Grinbank y organizó el show por las suyas, casi ningún grupo veía plata haciendo un Obras.
–Ahí está por qué uno hace un libro sobre Obras y no sobre Palladium o el Luna Park. Hacer Obras, como dice el Negro Tordó, era ponerte los largos y jugar en primera. Si hacías uno quería decir que tenías cuatro lucas de fans atrás y si llevabas la mitad, estabas frito. Era meter cuatro mil personas y salir empatado. Cemento tenía dos mil, los pubs 100 y el Luna no estaba bien visto, porque siempre fue un estadio de box... curioso, porque Obras siempre fue un estadio de básquet, y sin embargo se ve que el básquet garpa más que el box (risas). Es algo que no tiene sentido lógico.
–Tampoco, más acá en el tiempo, que una gaseosa se haya apropiado del nombre. Como dicen varios de los entrevistados, ¿quién le dijo, excepto algún medio vinculado comercialmente, “Pepsi Music”?
–Si nadie le decía Pepsi, ¿qué nos importa? Además, ¿qué hizo exactamente Pepsi? No lo sabemos, y ya pasó. ¿Dónde queda el estadio Pepsi Music? Yo qué sé. Ahora, si ellos hubiesen querido comprar conciencias sería otra la conversación, pero si pusieron plata y una marca para generar shows, ¿a mí qué me importa? Como decía un plomo entrevistado: si le hubieran puesto Tulipán, todo bien. Ya está, esa agua –metáfora que hila el relato– no está más y me encantaría hacer un cuadro de melancolía, pero no puedo. Los tiempos cambian, y puede que mañana el corazón se nos esté estrujando de nuevo, porque todo va y viene. Ahora llenamos River, tenemos cien radios, doscientos suplementos, 40 mil canales, pero en otro momento será diferente. Ya lo hemos visto, ¿no? Y lo vamos a volver a ver.
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