MUSICA › SUSANA RATCLIFF HABLA DE SU CD VERé DE VERTE
Canta, compone y toca el bandoneón. En su CD interpreta tangos, candombes, milongas y chamamés, una mixtura que, asegura, está en sintonía con las diversas facetas de su personalidad. No quiere encasillarse: “Eso te impide generar una autonomía, una palabra propia”.
› Por Cristian Vitale
Ratcliff es un apellido británico. Susana lo lleva por un bisabuelo que vino a poblar las pampas, allá lejos, tal vez atraído por el mandato “civilizatorio” de Sarmiento. Era la sangre que la patria chica demandaba para poblar un desierto que no era tal, claro. La no “barbarie”. La beautiful people del siglo XIX. Por eso Susana marca terreno. Por eso se piensa antiimperialista, criolla y hace una música de raíz no alineada, popular, distante de la semilla que la puso acá. “Siempre tuve una gran confrontación con lo inglés, me peleé mucho con mi apellido... una historia de imperialismo, Malvinas, en fin, la sensación de no querer saber nada; pero, bueno, mis abuelos y mi viejo siempre quisieron este país. Adoraban la Argentina”, es su primera descarga, previo paso a meterse en lo suyo: la música. Ella canta, compone y toca el bandoneón. Sacó un disco-mix de tangos, candombes, milongas y chamamés que se llama Veré de verte, y sus anales la ubican como aprendiza de Américo Mitrano y Rodolfo Mederos. También como una de las Papirusas –grupo de tango femenino– apadrinadas por Osvaldo Pugliese, o como “invitada” de Chavela Vargas, Liliana Felipe, Juan Carlos Cáceres y Horacio Molina. “Será porque mi búsqueda es como un puente imaginario que atraviesa con su música la ciudad y el campo”, sugiere ella, criada en Paraná, entre Isaco Abitbol y Tránsito Cocomarola; alumbrada por el influjo Violeta de una madre chilena, y abrazada al tango desde los 17. “Yo tocaba la guitarra y un día descubrí el bandoneón en un patio bajo una parra. La vibración de ese sonido me mató... y eso que ni siquiera había escuchado ni a Saluzzi ni a Mederos”, evoca.
Veré de verte es el resultado de ese mosaico. Conlleva la reminiscencia de una niñez frente al Paraná, tanto como el amor a primera vista por el fueye y los sonidos del Río de la Plata que Ratcliff fue rastreando en el camino. Entre versiones y temas de su cosecha se mezclan dos de Zitarrosa (“Milonga pájaro” y “Doña Soledad”), con un chamamé propio de título sugestivo: “Ahí viene la solapa”; dos milongas en una de Chacho Muller (“Fogón de ausencia” y “El rescoldo”), con una bella canción llamada “Bajada del Paraná”, o “Negra María”, de Demare y Manzi, con la más internacionalista del disco, una oda a los muralistas mexicanos cuyo nombre es un axioma: “A Frida Kahlo”. “Cuando Liliana Felipe me invitó a grabar con ella en el DF, no conocía México, y quedé absorta con los museos, con los muralistas, y con toda esa cosa entre la vida y la muerte, ¿no? Fue una gran ayuda a nivel personal, porque conocer a Frida a través de sus obras me ayudó a no andar con la muerte a cuestas, a burlarme de ella”, cuenta.
–¿Logró resolver también la contradicción de su identidad “en tensión”?
–Digamos que tengo corazón argentino y sangre inglesa, una sangre que me habilita el desafío... la intrepidez del pirata (risas) que me llevó a cantar y tocar el bandoneón a la vez, ¿no? Recuerdo que cuando llegué a La Plata y fui a la Casa del Tango a estudiar, me dijeron: “No, acá mujeres no”. ¡Ja! Pero después me agarró un maestro italiano bien tanguero y el género me conquistó. Yo venía de Violeta Parra, de Mercedes Sosa, de toda la música del Litoral, o del Chacho Muller, y morí por el tango. Conocí un montón de tangueros de ley que, de sólo escucharlos, se me cayeron las medias.
–Géneros en tensión, otra rosca... ¿Costó resolver la amalgama?
–Fue tremendo, porque me tuve que enfrentar a un esquema que los tangueros resisten, cuando dicen “no piba, eso ya lo hizo Rubén Juárez, vos tocá el bandoneón nomás... no cantes”, me decían. Pero yo, testaruda, no sólo usé el instrumento para desarrollar mi veta cantautora sino que me reencontré con mi propia música a través de él. Yo soy fanática de Troilo, de Pugliese, de Ciriaco Ortiz y de Laurenz. Pero si una se instala en ese mundo, queda atrapada... te impide generar una autonomía, una palabra propia. No me arrepiento de la decisión de haber tomado el bandoneón como una herramienta de liberación. A ver: por un lado doy la vida por el tango, y por otro digo: “Esta soy yo”. ¿Por qué no admitirlo, si una es lo que es?
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