Lunes, 14 de febrero de 2011 | Hoy
MUSICA › SEGUNDA JORNADA DEL FESTIVAL COSQUíN ROCK
Charly García hizo de las suyas, pero en lo musical lo mejor estuvo a cargo de Skay Beilinson. Y hubo mucho más: un Flaco Spinetta más clásico que nunca y un León Gieco que recorrió pasado y presente. Todo frente a 35 mil personas habituadas a una sana convivencia.
Por Luis Paz
No pudo soportarlo más. Le habían puesto ropa espantosa y elegido mal el talle, sin contar todo lo que le hicieron antes, desde las fotos inescrupulosas hasta el liviano apoyo a Kill Gill, las internaciones y la farmacopea que no divierte. Charly García no aguantó más y en el cierre de la segunda luna rockera de Cosquín se despachó con un show de tres horas, un par de frases antológicas (“Latin No More”, la que mejor rankeó) y un par de arranques contra el equipamiento. Primero fueron los pies de micrófonos, que pateó de un lado al otro; luego el micrófono, lanzado como bocha sobre la cancha del tablado, y al final, a las 3.15 de la madrugada, una hora y media más tarde que lo pensado, se la agarró contra un par de equipos, la batería, más pies de micrófonos y sus propios pantalones, aunque sin quererlo. “Volvió Charly”, venían diciendo algunos desde que arrancó, tratando de maniobrar el fierro caliente que le dejó Skay Beilinson, que dio uno de los mejores shows del festival. Más bien, volvió el Charly performer y entregó también algunas salidas para el recuerdo, pero musicalmente Skay se llevó todo.
A media altura, desde las sierras que coronan el Aeródromo de Santa María de Punilla, el nuevo predio coscoíno traspolaba la locura de Buenos Aires a unos 700 metros sobre el nivel del mar. Sólo que en lugar de taxistas desencajados y peatones insolentes, los que se cruzaban haciendo slalom por el pasto eran los 15 mil jóvenes que se acercaron bien temprano. Algunos viniendo para ver el arranque de Luis Alberto Spinetta en el escenario principal, otros yéndose a bailar con Dancing Mood y a esperar las canciones bandidas de Dread Mar I, que se vienen metiendo por las noches desde las radios y la televisión y robándose el invicto de los que todavía no habían sido cautivados por el reggae (y provocando resultados dispares en el resto, que no entiende si es cumbia romántica, reggae lover o qué). El género tuvo su escenario especial (cerró Nonpalidece), convocó, entretuvo y creció.
Pero lo fundamental ocurrió en el escenario principal, sobre todo en esta edición de Cosquín Rock, inaugural en una nueva política expresada por el productor José Palazzo de centrarse en los actos históricos del rock argentino: por allí pasaron Spinetta, León Gieco (acompañado de los D-Mente y de sí mismo), el ex Los Redondos y Charly García, un combo que terminó de convocar a más de 35 mil personas, al parecer bien habituadas a la sana convivencia, porque no hubo líos.
De tan clásico, lo de Spinetta fue casi medieval: el Flaco se ubicó en una silla y en hilera con la banda, frente a su amplificador y sólo con su guitarra, un atril y su voz (esa voz). A la manera de un Zucchero, pero sin dirigir a nadie, hiló una serie de finas canciones con una impronta fuertemente jazzera. Desde “Ludmila” o “8 de octubre” a “Canción de amor para Olga” o “Durazno sangrando”, todas estuvieron mediadas por una cortina de jazz bien bajada por el baterista Sergio Verdinelli y el tecladista Mono Fontana. Además, su hija menor, Vera, una cantante a desarrollar, lo acompañó a la misma altura que todos, en un scrumm de música de excelencia. Propia y ajena, porque también hizo “Té para tres”, en homenaje a Gustavo Cerati.
Entre León Gieco y Los Pericos se repartieron los comensales a la hora de la cena. En el escenario uno, Gieco comenzó en dos dimensiones: real sobre el escenario, con su guitarra y su armónica, y virtual en las pantallas, en un extracto de las filmaciones del BARock, para hacer “Hombres de hierro” a una sola voz con doblaje tecnológico. “El Cosquín Rock proviene del La Falda Rock, que viene del BARock. Soy el único con la suerte de tocar en Cosquín Folklore y Cosquín Rock”, repasó una lección de historia propia León, pero más interesante fue su repaso de la historia colectiva: “La memoria”, “El ángel de la bicicleta”, “Sólo le pido a Dios” (dedicada a Mercedes Sosa), “Cinco siglos igual” (a Evo Morales) y una estruendosa y celebradísima “Pensar en nada” junto al grupo pesado D-Mente.
Ya eran 35 mil los cuerpos para cuando Skay arrancó en el escenario principal. Y aunque en el otro estuvieran terminando Los Cafres y por arrancar Fidel Nadal, el ex Redondos fue un imán para rockeros de todas las edades, las preferencias y las condiciones económicas. Fue, por lejos, lo que mejor sonó en los dos primeros días de la decimoprimera edición del festival de rock federal. Acompañado por un muy buen segundo guitarrista y una base rítmica de hard rock precisa y corpulenta, Skay hizo lo que quiso con su guitarra y con la gente. “Lluvia sobre Bagdad” empezó casi muteada por un error técnico, pero luego de eso no hubo baches: todo fue contundencia, una cátedra de rock para las masas en clave de world music, pero vestida de hard rock. “Tal vez mañana”, “En el camino”, “¿Dónde estás?” y “Luna en Fez”, entre otras, mostraron que Skay tiene carrera, derecho y público propio en el pos-Redondos, pero inevitablemente fueron las recreaciones de “El pibe de los astilleros” y de “Jijiji”, el final anunciado, lo más impresionante: oleadas y oleadas de gente saltando y agitándose al filo del desmembramiento.
A Charly le eligieron un vestuario elegante sport espantoso, pero él tomó mejores decisiones y armó una lista contundente, con “Nos siguen pegando abajo”, “No voy en tren”, “Cerca de la revolución”, “Rezo por vos” y su hit limpio “No importa”. Presto a interactuar con las cámaras, a regalar gestos (lengüita afuera para lamer al aire, fuck you para el que quisiera hacerse cargo) y a ensayar pequeños arranques de violencia contra los instrumentos, hiló durante una hora y media un show repleto de momentos emocionantes, sorpresas y ocurrencias. “Vamos a tocar una cumbia. O un reggae. O un reggaetón. O mejor, un género negro más viejo que todos esos, conocido como funk”, presentó a “Fanky” y facilitó las sonrisas.
Pero luego de la 1.30 comenzó la segunda vuelta de su show, un recorrido de una hora y media por menciones al whisky, himnos nacionales y piezas de un pasado que fue hermoso, que terminó con García de espaldas al escenario, arrojando los parlantes y amplificadores al piso con una mano y sosteniendo sus pantalones con la otra. Muy lindo el saco, pero habitualmente los pantalones se usan con cinto.
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