Jueves, 1 de septiembre de 2011 | Hoy
MUSICA › PABLO KRANTZ Y DéMONOS CITA EN UNA AUTOPISTA PARA VOLVERNOS A ESTRELLAR
El músico y escritor de los títulos kilométricos presenta esta noche en la Alianza Francesa un nuevo puñado de canciones, en un momento bien diferente del que se vivía en 2001, cuando partió a Francia ahuyentado por el incendio argentino.
Por Luis Paz
Pablo Krantz tiene un monoambiente, dos novelas, tres libros de cuentos, cuatro años de repatriado y un quinto disco para presentar. El músico y escritor argentino lanzó recientemente el elegante pero relajado Démonos cita en una autopista para volvernos a estrellar, un disco que tiene la capacidad de admitir que en la vida cotidiana uno no es elegante siempre y que, para paliarlo, la tiñe de heroicidad con una “épica de cierta bohemia o de cierta pobreza”. En tren de definiciones, el propio Krantz tiene preferencia por aquella que lo apunta como un “cantautor de rock”, aunque en su música aparecen muchas otras, como el pop de cámara, la música incidental, la chanson, el pop o los sonidos de spaghetti western, siempre desde el hecho aglutinante de la canción. “Lo que más escucho, exploro y me interesa es el rock en todas sus variantes, aunque me interesa muchísimo toda la música”, avisa. Y aunque no lo explicite, se le nota también un interés por la historia de ese arte y ciertos fetiches denunciados por los envoltorios de vinilos que adornan sus paredes, las réplicas a escala de artistas (entre ellos, una gran versión de sí mismo que usó en un video) en sus estantes y la serie de carpetas amuchadas en el disco rígido de su computadora. El resultado de ese combo podrá verse hoy a las 20 en la Alianza Francesa de Av. Córdoba 946.
Krantz se hace cargo de su espacio y comienza su charla con Página/12 esbozando un relato sobre el devenir de su rubro: “En los ’90 hubo una desaparición completa de la canción: estaba el rock chabón, que luego se puso a hacer canciones, pero que en los ’90 no mostraba tanto interés en ellas; estaba la música electrónica, donde la idea era que el público bailara; y el rock alternativo, donde lo importante era que el público levantara chicas y consiguiera tragos baratos”, da el marco en el que publicó sus primeros dos discos: Demasiado tiempo en ningún lado (1999) y Los extraños nunca dicen adiós (2001), títulos que anticipaban los matices nómadas de una vida que instantáneamente después de la crisis continuaría en Francia. También dejó desperdigados por las librerías porteñas los ejemplares de su par de libros, Dame un coche tan rápido que no lo alcancen los recuerdos y La mañana en que falló la ley de gravedad, algunas cajas con pertenencias y muy poca melancolía.
También dejó muy pocas copias de Los extraños nunca dicen adiós (consecuente decisión para un tan elocuente título): se llevó la mayor parte a Francia, para que se siguieran moviendo. Un poco como reparación por ese gesto, otro tanto como homenaje a los diez años del disco, Los extraños nunca dicen adiós se consigue ahora para descarga gratuita, legal y directa, cortesía de su autor. Entonces, el exilio: “Pasé un año muy enojado por la crisis, por haberme dado cuenta en Francia de que si las cosas iban tan mal acá era porque iban tan bien allá. Estuve estudiando letras en la Sorbona unos años y discutí con unos activistas en contra de los recortes presupuestarios. Me querían hacer firmar en contra de ellos y les dije que no era mi lucha. Lo entendieron como una provocación capitalista, pero les expliqué por qué no firmaba. Porque allá querían mantener un nivel de vida fantástico cuyo único modo de funcionar obligaba a que el resto del mundo la pase muy mal. Estaban defendiendo sus privilegios y ésa no era mi lucha”, cierra Krantz la anécdota.
A su regreso, se encontró con otro panorama para la canción: “La crisis hizo que muchos trataran de contar algo más personal, y supongo que hubo un agotamiento del espectáculo en las tribunas y en las pistas de baile, del espectáculo del público y no del artista, cuyo súmmum y momento más horrible fue Cromañón. Tal vez por necesidad, mucha gente empezó a tocar sin amplificación. Tal vez en reacción, pero también como un regreso de la canción, que ahora es muy grande. Volví y me topé con mucha gente que va a escuchar canciones y bandas grandes que hacen canciones”. De todos modos, tampoco se vio en el marco de una cofradía, ni siquiera que ella existiese: “Siento una diferencia con muchos de esos músicos que trabajan con la canción, que es que yo vengo del punk rock, del noise, algo distinto de la gente que viene del conservatorio o de lo rioplatense”.
Pero hay otro diferencial en este músico, que tiene que ver con su cuadrante ideológico. Krantz hace canciones, pero no se fuerza a la obligación de contar en ellas las situaciones sociales ni políticas, y se mantiene alejado de la canción de protesta. “Soy demasiado nihilista: no creo en un mundo mejor. Creo que el ser humano es un bicho espantoso y ya que no nos asesinemos entre todos es un milagro. A los 18 años empecé a militar en el anarquismo y tuve un programa de radio del que me echaron por nihilista. Me encantan las personas, pero creo que las multitudes suelen errar. Como decía Boris Vian: el individuo tiene razón y las multitudes están equivocadas.”
Cuando se le apunta que en el último tiempo muchas multitudes han acertado (por caso, las que han luchado y logrado consecuciones como las leyes de Servicios de Comunicación Audiovisual y de matrimonio igualitario), Krantz evoca: “En una época iba mucho a las marchas, pero siempre me emocionaba mucho y me ponía a llorar. Me quebraba ver que iba tanta gente con ideas nobles y que todo estaba condenado al fracaso. Era mi sentimiento en esa época en que era anarquista”. ¿Y ahora, dado que se le dan tan bien las definiciones y el poner títulos, qué es Pablo Krantz? “No tengo una postura política... seré algo así como un socialista libertario, pero poco a poco me he ido convenciendo del reformismo: creo que no se puede lograr que todo funcione de un buen modo, pero que se puede lograr mejorar las cosas de a poco. Por eso no me interesa hacer canción de protesta, sino hablar de mi entorno, de la gente que conozco, y tratar de generar belleza de eso.”
Mientras continúa facilitando el reformismo y consolidando el sentido libertario de su vida, la obra de Krantz va recibiendo esas influencias y sigue sumando títulos: el autor lanzará en breve La ciudad más hermosa del mundo en la escala Richter de la melancolía, una compilación de textos suyos donde, esta vez sí, la realidad contextual se funde con el pulso de la ficción narrativa; y la novela Las erráticas aventuras de un joven hidalgo en el tenebroso mundo del cybersexo internacional. “En la literatura es distinto, me parece que es más adecuada para expresarme en cuanto a lo social y político. Es que mi pensamiento tiene demasiados puntos de vista que entran en contradicción y una canción, casi por definición, tiene que tener un mensaje claro y conciso.”
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