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Domingo, 18 de septiembre de 2011

MUSICA › CARLOS CALLEJA Y LA EXPERIENCIA DE LA ORQUESTA ACADEMICA DE BUENOS AIRES

“Esto se creó para no cerrarse jamás”

La Orquesta surgió en el Teatro Colón, pero hace tres años el Gobierno de la Ciudad decidió prescindir de ella. Hoy se autogestiona en un PH en Balvanera que se convirtió en centro de efervescencia y pasión: esta tarde actúan en el Teatro Avenida.

 Por Gustavo Ajzenman

La Académica presentará un programa dedicado a Piotr Ilich Tchaikovsky, con Freddy Varela Montero como solista.

La Orquesta Académica de Buenos Aires tuvo un comienzo traumático: nació cuando los directivos del Teatro Colón, donde funcionaba hasta 2009, decidieron disolverla. Entonces empezó a funcionar de forma autogestionada, ensayando donde podía, sin timbales ni arpa, y con su director, Carlos Calleja, y sus músicos, trabajando gratis. El proyecto creció y evolucionó, pero se las arregló para mantener el espíritu que le dio forma desde el principio: crear desde cero una orquesta de nivel que pueda competir con cualquier agrupación profesional, pero evitando el verticalismo de los elencos tradicionales. Todo eso, mientras ayuda a sus jóvenes integrantes a completar su formación. “Se trata de hacer una orquesta lo menos contaminada posible y que crezca a la par de sus miembros”, explica Calleja. La Académica se presenta hoy a las 18 en el Teatro Avenida, dedicada a Tchaikovsky, con Freddy Varela Montero, concertino de la Orquesta Estable del Colón, como solista.

La Casa de la Orquesta, un PH en Balvanera, no es sólo sala de ensayo: es prueba de la apuesta que hizo el director. “Compramos la casa como un plan familiar, y la terminó usando la orquesta”, relata a Página/12. Los cerca de 60 instrumentistas de entre 18 y 30 años se apropiaron del lugar. “Un vez vine un domingo y me encontré con los vientos que se habían juntado a ensayar por su cuenta, y me emocioné mucho”, cuenta. Su modelo es José Antonio Abreu, quien fundó y dirigió en Venezuela la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la Sinfónica Nacional Juvenil y creó la famosa red de agrupaciones estudiantiles. “Lo conocí hace 25 años cuando vino por primera vez y me di cuenta de que ese era el camino.”

La historia se remonta a su fundación como Orquesta Académica del Colón, en 1996. Durante años fue un norte para gran parte de los instrumentistas en formación: una de las pocas posibilidades de cubrir la brecha –aún no saldada– entre el conservatorio y el trabajo como músico de orquesta. Sin renegar del viejo esplendor, Calleja, que estuvo casi siete años al frente de ese organismo, prefiere separar las etapas. “No quiero que sea una continuación, aunque esa experiencia funcionó como laboratorio de la for ma de trabajar actual”, considera. “Yo venía desde hace 25 años metiendo la nariz en el Colón y en diferentes organismos tradicionales, y el clima no era el mejor. Veía mucha frustración: grandes artistas, gente muy interesante, frustrados en una orquesta que no cumplía sus expectativas. No era sólo una cuestión salarial. Había algo que sacaba el entusiasmo. Una orquesta no tiene que ser un lugar donde se dejen los sueños afuera. Nunca hay que perder esa parte amateur por la que uno se acercó a la música”, sostiene el director, que trabajó con el Ballet Estable del Colón y en varias óperas en ese teatro, el Avenida y el Argentino de La Plata.

¿Eso ocurre sólo en Argentina o es inherente al trabajo orquestal?

Hay una parte que es propia del género. No hay que olvidarse que la orquesta nació básicamente como lacaya de las cortes. Aunque después surgió la orquesta romántica, el protagonismo nunca fue más que del director o del organismo. Adeterminado nivel, pero con una competitividad terrible, los solistas pasan a ser figuras, de las cuales sólo se conoce el nombre. Igualmente, el uso que hacemos acá es bastante peor. Es complicado, porque hay gente que se puede sentir muy herida, pero creo que eso hace que haya grandes músicos que rindan un mínimo que tomen la actividad como algo burocrático.

Uno de los ejes de la Académica es la participación de sus integrantes, en decisiones artísticas y el funcionamiento extramusical. “El desafío es compensar esa falencia”, cuenta Calleja. “Si bien hay una inevitable verticalidad, eso no debería eliminar la individualidad, porque cuando no hay participación se pierde la creatividad. Son pequeñas cosas, pero por ejemplo decidimos que los nombres en los programas están en orden alfabético. Nos hemos dado el lujo de rotar a los primeros violines con los segundos, o de mezclar los instrumentos. La idea es cuestionar lo establecido y tratar de ir descubriendo qué cosas sirve mantener porque están bien, y cuáles están basadas en usos y costumbres pero son dañinas. Cuando empecé a hacer eso en el Colón hubo mucha gente que se enojó, decían que había llegado el ‘comunismo orquestal’.”

¿En qué otra cosa se diferencia este proyecto?

La del Colón era como un secundario o terciario: el músico se recibía y se tenía que ir. Acá no nos podemos dar ese lujo. El aprendizaje debe ser constante, no hay punto de llegada. Es una orquesta que se creó para no cerrarse jamás. Por suerte, como somos jóvenes vamos a poder estar por muchos años. En un organismo tradicional habitualmente se habla de “la época de oro”, que nunca es la actual, y mucho menos la que vendrá. Cuando un joven se mete a una orquesta en la cual le hablan de que todo tiempo pasado fue mejor, empieza muy mal. Para nosotros no hay techo. El objetivo es que ningún integrante pueda quedarse dos minutos en la misma baldosa.

La orquesta se mantiene mediante conciertos, donaciones de privados –forma parte del régimen de mecenazgo porteño– y, sobre todo, gracias a su relación con la Juventus Lyrica, que la contrata para algunas producciones. “En el escenario la compañía trata de tener un elenco joven, ¿qué mejor que tener en el foso una orquesta de las mismas características, entusiasta y que se muere de ganas de hacer una ópera?”, opina. Junto con esa compañía, en 2010 presentó la ópera Norma, de Vincenzo Bellini, y La Cenerentola, de Rossini. En octubre estará en el foso para Die Fledermaus, de Strauss. “No queríamos que nadie dijera que contrataban a jóvenes para pagarles menos, entonces preguntamos cuánto le pagarían a una sinfónica y les cobramos lo mismo. Claro que otra orquesta tal vez la prepara en 15 días y a nosotros nos lleva mucho más tiempo, pero el nivel es el mismo.” El programa de hoy estará compuesto por obras de Tchaikovsky, un compositor bastante transitado en su repertorio. Aunque han tocado la 1ra Sinfonía de Mahler, la 2da de Sibelius, Cuadros para una exposición de Mussorgsky, entre otros.

¿El repertorio es consensuado entre los integrantes?

Hay una consulta, pero sobre todo al principio tuve que confeccionar una especie de programa sistemático. Teniendo en cuenta cómo llegamos al programa anterior, qué es lo que nos puede venir bien en el siguiente. Ahora nos vemos casi obligados a hacer un repertorio bastante convencional porque el material debe poder ser bajado de Internet y no podemos afrontar las licencias y el alquiler. Nos encantaría hacer obras del siglo XX, pero son carísimas. Nos cuesta tocar con solistas porque casi no tenemos cachet: los que vienen lo hacen por cariño.

¿Eso era más sencillo cuando estaban en el Colón?

Tampoco nos dejaban. Ni siquiera nos daban sala, el primer año nos dieron nueve funciones con horarios muy raros. Esta independencia nos da muchísimas ventajas: lo que planeamos lo podemos hacer. Allá se planeaba, y cuando llegaba el día se bajaba. Había desorganización, cualquier cosa que surgiera era mejor que la Académica, creo que el Teatro no quería tener una orquesta así. Mi idea era formar una orquesta con los que egresaban, que sin concursos quedaban en un limbo. Lo que pasó aceleró el proceso. Ahora el desafío es tener más conciertos y mostrarnos. Antes estábamos tan preocupados por preparar la comida, que nos olvidábamos de abrir el restaurante.

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