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Jueves, 22 de septiembre de 2011

MUSICA › GITANGO, UN PROYECTO QUE UNE GITANOS FLAMENCOS Y TANGUEROS ARGENTINOS

Los quiebres del alma y del espíritu

El cantaor Basilio Cadiz, un ex Tarantos, cree que los dos géneros que cruza “son distintos, pero apuntan a lo mismo”.

 Por Cristian Vitale

Basilio Cadiz asegura que con Gitango se propone “buscar una esencia y una melodía.”
Imagen: Rolando Andrade.

El hombrecito que baja del escenario apoyado en un bastón contrasta (o parece contrastar) con el que acababa de ser arriba. El mismo día le habían hecho diálisis y no estaba bien. Flaco, con una gorra de cuerina negra y la barba a medio afeitar, lo único que quiere es irse a dormir. “Pero hablemos”, se autoimpone y prende el primer cigarrillo del día, a las 12 de la noche. Arriba acababa de ser potente, enérgico. Una voz aguda, aguada, desgarradora, que penetraba a quienes poblaron el jueves pasado Los 36 Billares (Avenida de Mayo 1265, repite hoy). Basilio Cadiz, un ex Tarantos, había cumplido con el fin: unir gitanos flamencos y tangueros argentinos en un mismo set para que bailen y hagan música. “¿Por qué? Porque son las dos músicas más fuertes que hay, porque quiebran el alma y el espíritu”, sintetiza él, yendo a cierta esencia. Gitango, así se llama la puesta, empezó en 2005, se cortó rápido por los problemas de salud de Cadiz y volvió con un elenco que teje una alianza poco imaginable a priori: un piano, un bajo, una guitarra, dos bailaores y percusión flamencas “versus” un piano, una voz, una pareja de baile y un bandoneón de tango con su propia voz como nexo. “Mucha gente piensa que son géneros contrastantes, imposibles de unir, y yo insisto en que no. He tenido el agrado de escuchar a los más grandes del tango y descubrí que sentimos de la misma forma porque, cuando nos quebramos, las palabras impactan. Es un misterio que hay que saber encontrar”, arriesga.

Lo que ocurre en escena parece darle razón. Se fusionan ocho músicos, dirigidos y guiados por él, y sale una versión plena, heterodoxa, de “Fuga y misterio”. Emociona. Otra de “Los mareados”. Impacta. Una tercera de “La bien pagá”, el “hit” andaluz que no pierde sustancia. Y una cuarta de “Lejana tierra mía”, que funde en sí los dos sentires. “Y yo le digo por qué –arriesga el cantante–. No es lo mismo decir ‘te quiero’ en una música pop que decirlo en tanguero o flamenco... Ambos tenemos una forma que debe llegarle profundo a quien sea: un hijo, una mujer, lo que sea. Hay una conexión total con la vida, con la vivencia entre los dos géneros y, además, la posibilidad, porque todos podemos cantarlos. Todos estamos creados por el más grande, Dios, y por tanto capacitados, sólo hay que saber descubrirlo, dejarse llevar. Es el don que estas músicas despiertan.”

–Entonces hay que invalidar la idea de géneros divergentes, originada en un criterio estético más estricto.

–Sí, porque se sienten igual.

–Pero, ¿cómo ha logrado la mixtura entre ambas expresiones en el plano musical?

–Son dos géneros distintos que apuntan a lo mismo. Además, hay un factor histórico: tanto el tango como el flamenco antes se cantaban diferente, es cierto, pero hoy la música ha evolucionado y yo, por ejemplo, empecé a escuchar una letra como la de “Nostalgia”, cuyo tono iguala al de una bulería. Y con “Lejana tierra mía” pasa lo mismo, es un tiento nuestro, de esos que se cantan con el alma... Las escalas se van uniendo, encontrando. La expresión es la misma: vamos adelante, sentimiento y transmisión. Dicho por el señor Horacio Ferrer... hay gente que llora de la emoción.

Cadiz tiene 44 años. Es canario, de Santa Cruz de Tenerife, pero hace 42 que vive en Buenos Aires. “Llegué acá a los 2 años y a los 4 ya me sentaba en rodillas gitanas para hacer ritmos y compases. Lo primero que me dijeron fue ‘cantá un poquito’ y desde ese momento hasta hoy lo único que hice fue sacar toda la fuerza que tengo para mantener el flamenco en alto. Me crié en juergas, y de niño, en vez de cantarme el arrorró, me dormían con bulerías. Llevo la música flamenca en los huesos y lo gitano también, porque soy una historia: en el siglo XV nos cortaban las orejas, no nos dejaban entrar a las iglesias por practicar nuestro dialecto y por ser una raza nómade. Y sí, ya cuenta la Biblia que en el éxodo de los hebreos ya estábamos los gitanos. Somos una cultura que se mantuvo viva porque, claro, si no avanzas, la tierra te come. Es así.”

–¿Cómo se traduciría esa identidad de siglos en sonido?

–A ver, el flamenco no es gitano como el jazz no es de los negros, exclusivamente. Eso lo sabemos todos, pero, ¿quién puede igualar el swing de un negro para tocar jazz y la voz de un gitano para cantar flamenco? Lo que hacemos, ambos, es pasarlos por el tamiz de nuestras vivencias, y eso lo hace único.

–¿Y el tango?

–Igual: su origen “étnico” es difuso, pero no hay quien lo cante como un porteño. Es algo que intento reflejar con Gitango, una fusión única. Es un espectáculo que no tienen como fin ser “la novedad”, sino buscar una esencia y una melodía. Ahora se ven por todos lados shows de flamenco al palo, que impiden ver sus matices, sus subidas y bajadas, su llanto. Y con el tango pasa más o menos lo mismo, pero los dos géneros son otra cosa.

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