Viernes, 14 de abril de 2006 | Hoy
MUSICA › LEOPOLDO FEDERICO FESTEJA LOS 50 AÑOS DE SU ORQUESTA
Es uno de los grandes de la historia del tango, pero nunca se alineó con los conservadores. Aunque admite ser “amante del tango puro, antiguo”, se declara admirador de Piazzolla, a quien acompañó. Entusiasmado por el nuevo auge del género, repasa el último medio siglo de la música ciudadana.
Por Cristian Vitale
Resulta levemente extraño verlo así. Ajeno a la noche, Leopoldo Federico está sentado en un cómodo sillón, pertrechado de clips, abrochadoras, papeles colgando y un montón de lapiceras. Hasta tiene un teléfono manos libres que sirve para llamar a la secretaria con sólo apretar un botón, aunque la secretaria y el café nunca aparezcan. Si no fuera por el peso del nombre, por ese rostro simpático, de “ganador natural”, que se fue arrugando con el correr de la historia del tango, parecería ser un burócrata. O tal vez un gerente jubilado, que prefiere quedarse en la empresa para no soportar la vejez de su mujer y, de paso, “sentirse alguien”. Es toda una impresión, por más que se sepa que hace 20 años dirige la Asociación Argentina de Intérpretes –“mi segunda orquesta” como él la llama–, y que para eso necesite una oficina, una secretaria, un sillón cómodo y mil lapiceras. “Estamos luchando por la obtención de la ley del intérprete, sabe. Espero que este año los legisladores aprueben el proyecto. Después, me retiraré a los cuarteles de invierno con mi música”, promete, sin que le importe nada su edad: 79 años.
En ese contexto, don Leopoldo se siente rodeado de gente que admira: en una oficina contigua está Horacio Malvicino –raro también verlo así– que le convirtió una obra para orquesta sinfónica de Astor Piazzolla en música para trío –“fue genial lo que hizo”, reconoce–, y que Leopoldo materializó en el reciente A Piazzolla. “Me siento orgulloso de la gente que trabaja acá conmigo: Susana Rinaldi, Miguel Cantilo, en fin..., difunde, bastante a contramano del motivo de la nota. ¿Cuál es éste?: resulta que un cálculo matemático medio complicado de quienes regentean el Tasso dio que la Orquesta Típica dirigida por este talentoso arreglador, bandoneonista y compositor, cumple 50 años y, por ende, amerita un homenaje a todo vapor. Pero, hombre de nobles códigos, Leopoldo cree honesto aclarar –o no– la situación. “Cuando esta gente me propuso festejar los 50 años de la orquesta, mi primer reflejo fue ‘no, muchachos, en todo caso los 48’, porque yo debuté con ella en Radio Belgrano en septiembre del ’58. Pero no me acordaba que antes de ese debut ya la había formado con los mismos músicos. Alejandro Romay me citó para hacerlo, con el fin de acompañar a tres cantores: Hugo Marcel, que tenía 14 años, Elsa Rivas –la autora de Perdón de madre– y Roberto Rufino. Era para su programa de Radio El Mundo. Entonces, no puedo obviar ese momento, como tampoco los principios de la orquesta, que son más o menos del ’56, cuando me junté con Atilio Stampone. Años más años menos, creo que la cuenta da.” Solo él sabe entonces si su orquesta cumple, cumplió o cumplirá 50 años. Lo cierto es que decidió festejarlos este año y el Tasso puso el espacio a disposición el fin de semana pasado –cuando la orquesta actuó con Adriana Varela de invitada– y éste –hoy y mañana– que involucrará al inspirado José Colángelo. “Nunca había pensado en tener una orquesta propia hasta que me llamó Romay. Algo que empezó por azar, terminó con la grabación de 14 discos, miles de giras y presentaciones; mire qué vieja será que el único que sobrevive es el bandoneonista Antonio Príncipe. A los demás, les perdí el rastro”, rememora. La agrupación que dirige Federico hoy está compuesta por tres bandoneones, cuatro violines, violonchelo, contrabajo y piano, y la lista de temas oscila entre grandes clásicos del género (La última curda, Adiós Nonino) con composiciones propias de Leopoldo, de las que no se pueden soslayar Al galope y Eramos tan jóvenes. “Yo soy un amante del tango puro, antiguo. Y eso me llevó a discutir mucho con mi amigo Piazzolla”, dice y se larga a contar su larga y rica historia.
–Yendo a los años en que conformó su orquesta, ¿cómo era el país visto desde el tango? Hay un momento crucial, que es el golpe militar de 1955 y el cambio cultural que éste trajo aparejado.
–Mire..., yo jamás tuve problemas de presión, apremios ni sugerencias. Ningún gobierno me coartó la posibilidad de trabajar. Soy totalmente apolítico, nunca me embanderé con nadie.
–Pero seguramente habrá notado un cambio, ¿o no?
–Me acuerdo de que en la época de Perón había un día por semana, creo que los lunes, en el que se hacía un espectáculo de tango en el Teatro Discépolo –hoy Alvear– y era casi una obligación tocar. Aunque te pagaban y era para bien de la cultura. También tocaba en la Casa de la Empleada, que estaba en Avenida de Mayo. Iba, actuaba y todo bien. Pero con los años, ese trabajo que sobraba comenzó a venirse abajo. En aquella época, uno podía vivir trabajando con una sola orquesta: yo tocaba en bailes, cabarets y radios y redondeaba un buen sueldo a fin de mes. Después se cortó.
–Hasta que lo convocó Julio Sosa, uno de los pocos tangueros que tuvo éxito a principios de los sesenta. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Fue entre 1960 y 1964. Gracias a él, muchos tuvimos continuidad de trabajo. Había entrado en la gente de una forma tan particular que pasamos por arriba la crisis que estaba viviendo el tango en ese momento. Siempre hay alguien al que no le va mal por más que las cosas estén mal.
–¿Cuándo empieza específicamente la crisis del tango? Se habla mucho de ella, pero no hay acuerdo en términos cronológicos.
–Para mí, en los primeros sesenta. Un dato clave es que Sosa tenía el berretín de la orquesta y prefirió armar una en vez de trabajar con un trío y ganar mucho dinero. Lo concreto es que no era habitual que alguien pudiera hacer lo mismo, porque la plata no alcanzaba.
–¿Nunca lo afectó la crisis?
–Sí. Una vez su representante, quien años antes arreglaba fechas “por teléfono”, nos dijo a mí y a él: “Van a tener que pensar en achicar la orquesta, porque el mercado no da para más”. Igual, la cosa se terminó cuando murió.
–¿En qué situación quedó usted cuando murió Sosa?, ¿se le vino abajo el mundo?
–Para nada. Como dirigía la orquesta de Radio Belgrano, no tuve problemas económicos. Tenía una entrada y no estaba tan preocupado, más allá de mi ambición por seguir adelante. Cuando vi que la cosa venía mal, tuve la suerte de que Grela se separara de Troilo y formé un cuarteto con él. Trabajamos cinco años a full.
–Hasta 1970. ¿Y después?
–Formé un trío con Osvaldo Berlinghieri y Horacio Cabarcos (padre) hasta 1975. Toda esa crisis que acabó con las grandes orquestas la pude soportar tocando con menos gente y evitando los bailes que, de todas maneras, ya casi no existían.
–Es el período en el que el tango se refugia en lugares chicos y específicos...
–Tal cual. Caño 14 y El Viejo Almacén, donde concurre la gente que ama el tango. Digo más, aún no estaba la curiosidad de los gringos: el público era totalmente argentino. En cada palco nos peleábamos por ver quién tenía el mejor elenco. Era una cuestión de competencia.
–En el ’76 se va a Japón. Otro año clave en términos políticos.
–Que también me fue bastante ajeno. En el micro que nos llevaba por Japón, nos preguntábamos por qué estaban pasando la Casa Rosada por un canal japonés y el intérprete nos dijo “hubo una revolución en Buenos Aires, pero afortunadamente no hubo muertos”. ¡Era la dictadura!
–¿Cómo eran los espectáculos de tango en ese decenio que va desde 1965 hasta 1975? ¿Había jóvenes, gente interesada en que el género progresara o era un refugio en todo sentido?
–En esa época, dominaban el rock y otros estilos parecidos. El único que pudo pasarlo por arriba fue Julio Sosa. Igual, los espectáculos de la noche eran increíbles. En un mismo show podían presentarse Mariano Mores, Osvaldo Pugliese, Eber Lobato, el Chúcaro con su ballet y María Martha Serra Lima, que recién empezaba como solista. Eso en Michelángelo. Y en Caño 14, te encontrabas con el cuarteto de Aníbal Troilo, con el Polaco Goyeneche acompañando a Stampone, y también con Francini. Todos en la misma noche. Eso, hoy, no se ve ni loco, porque ponen un cuarteto que hace todo el trabajo. La gente, antes, no iba a comerse un bife y pasar el rato: iba a ver a su artista preferido.
–Pero había jóvenes interesados, ¿o no?
–No. Yo decía, en ese momento, que el tango iba a desaparecer porque no había intérpretes nuevos. Y Luis Stazo me respondía: “No creo en eso”. Hoy tengo que reconocer que tuvo razón, pero en ese momento no te enterabas de nadie que estudiara bandoneón: hasta que de la noche a la mañana comenzaron a surgir valores por todos lados. ¡Hasta hay mujeres tocando el bandoneón! Parece que estuvieron agazapadas en algún lugar para decir “ahora nos toca a nosotras”. En buena hora, porque de no haber sido así, le hubiese ganado yo a Stazo.
–¿La masividad del tango de hoy devino de una explosión espontánea o fue construyéndose de a poco?
–Creo que algo espontáneo. Explotó a partir de Tango Argentino, en la década del ’80. Gracias a ese proyecto, comenzó el éxito de los bailarines, cuya importancia no puedo dejar de reconocer. Hoy por hoy, un espectáculo de tango sin bailarines no existe. Yo pensé que era una moda, pero no. No fueron 3 o 4 años. Veo que esto sigue, aunque no sé cómo termina.
–No quiere hacer más futurología, por las dudas...
–(Risas). Qué sé yo. Algunos intérpretes nuevos podrán hacerse de un camino con buena base y otros tendrán que largar, porque no todo lo que hay es bueno. No quiero herir, pero hay cosas que no merecen lugar. Hoy, cualquiera forma un conjunto y, sin méritos ni conocimiento, graba un disco y sale a decir “tengo un grupo y grabé un disco”, cuando en mi época para llegar al disco tenías que hacer muchos, pero muchos méritos.
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