Viernes, 14 de abril de 2006 | Hoy
MUSICA
Además de acompañar, en diferentes etapas de su trayectoria, a Emilio Balcarce, Carlos Di Sarli, Alfredo Gobbi y Mariano Mores, Federico tuvo el privilegio de tocar con Astor Piazzolla. Al principio, como parte de la primera orquesta del demonio tanguero –la del ’46–, y después del Octeto Buenos Aires, con el que grabó dos discos en 1957: el homónimo y Tango progresivo. “Fuimos muy amigos –evoca–, y además le tengo una admiración absoluta. A los bandoneonistas nos asombró desde sus primeros pasos. Cuando comenzó a acompañar a Fiorentino, ya gozábamos de su onda.
–Bueno, sólo algunos lo admiraban...
–Claro (risas). Otros no lo digerían para nada. Tocando con el Octeto, me ha tocado presenciar momentos muy duros: lo trataban de loco, de querer arruinar el tango. Por suerte, le entraba por un oído y le salía por el otro, porque siguió con su vida, con su talento, hasta ser el autor más versionado del mundo.
–¿Cómo se ubicó usted en la polémica entre los ortodoxos y la línea Piazzolla?
–Directamente discutía con él, porque no quería aceptar que yo me dedicara a hacer “tangos antiguos”. Tengo cartas en las que me tira la bronca y le explico el porqué de mi sentimiento: porque yo toqué con él y lo respeto, pero mi sentimiento está en un lugar diferente. Todo lo que sea para enriquecer el tango, para buscarle los sonidos más hermosos, lo acepto totalmente, pero sin perder la raíz tanguera. Algunas de sus composiciones no me seducían del todo, aunque terminamos siendo amigos. Incluso, en una carta me perdona la vida: “Seguí con tu camino, que Dios bendiga tus manos”. Un final como para llorar. Además, nunca me mezcló en sus peleas con los tangueros tradicionales, lo que no es poco decir.
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