Sábado, 15 de abril de 2006 | Hoy
MUSICA › SANTIAGO VAZQUEZ HABLA DE SU CD “MBIRA Y PAMPA”
Por Cristian Vitale
Solo a un músico inquietísimo hurgador y universal como Santiago Vázquez se le pudo haber ocurrido empuñar una mbira, investigarla durante seis años, enredarse en la dulzura de sus notas y ¡grabar un disco entero con ella! Se trata de un exótico y milenario instrumento de Zimbabwe, que allá usan para comunicarse con los espíritus pero acá, en el país del churrasco y el fútbol, es algo así como el softbol: no existe. Hasta que él importó uno –profesor zimbabwense mediante– de las lejanas tierras negras, ninguno de los 30 millones y pico de argentinos tenía la más remota idea de que existía algo así. “Hoy hay como 30 personas tocándolo –bromea–. Como es imposible tocarlo solo, tenés que empezar a enseñar para que te acompañen. Estoy orgulloso de haberlo introducido e impulsado a formar una comunidad de mbiristas.” Más data para el resto de los mortales: la mbira es un piano chiquito –una especie de calimba– que se toca dentro de una calabaza, rodeada de chapitas de gaseosa. La leyenda cuenta que se originó hace unos mil años, con el fin de que la tribu shona se comunicara con sus ancestros y les pidiera consejos para sobrevivir. Por supuesto, el sentido que Vázquez le da en Mbira y Pampa –así se llama el disco– es distinto. Aunque lo presente como “un abrazo de bienvenida al espíritu de mi padre”, Santiago no pretende que algún ancestro reencarne en él: apenas lograr –y hacer lograr– la misma introspección que los shona. “No practico esa cultura, pero me produce la misma sensación de hipnosis. No sólo a mí, sino a cualquiera que lo escuche. Es un instrumento facultado para sumergir al oyente en un trance”, puntualiza el fundador del grupo Puente Celeste y director artístico del Club del Disco.
Mbira y Pampa –que Vázquez presenta los viernes de abril en No Avestruz (Humboldt 1857)– consta de 14 composiciones. Escucharlas una tras otra sumerge en un clima envolvente, hechizante. De abundante paz y espiritualidad. Es inevitablemente un mantra, un loop natural que logra recorrer los rincones más lejanos del alma, sin necesidad de apelar a otra cosa. Con esa intención, el músico descartó la idea de ensamblarlo con sonidos electrónicos y solo lo acompañó de hoshos, bombos legüeros, palmas y voces. De ahí, la segunda palabra del título. “Me interesa la relación que hay entre la mbira y los ritmos folklóricos nuestros. La intención no fue hacer teoría musical, sólo mostrar que el bombo legüero puede tocar algo parecido a la chacarera, pero acompañando a la mbira. Se fusionan perfectamente”, explica. Para lograr ese sonido crudo, “tradicional” y despojado, Vázquez buscó espacios apropiados. Gran parte del material está grabado en dos canales, en la capilla del monasterio de Gándara –un pueblo rural ubicado en la provincia de Buenos Aires– y el resto, parte en la capilla de La Constancia de Córdoba, y parte en el arroyo Caraguatá, del Delta del Paraná. Todas las grabaciones las hizo con equipos móviles y propios. Y de noche. Igual que sus creadores.
–¿Por qué se enamoró de un instrumento lejano y exótico, a tal punto de usarlo para grabar un disco tan específico?
–Básicamente, porque tiene una sonoridad muy rica. Tocás tres notas y pueden sonar muchas más cosas. Es una música dulce, diatónica, muy consonante. Lo tocás y llenás todo el espacio que quieras.
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