Sábado, 15 de abril de 2006 | Hoy
MUSICA › LOS PERICOS, DESDE MAÑANA CON PAGINA/12
La publicación de sus dos primeros discos permite hurgar en el momento de mayor popularidad del reggae en Argentina.
“Tengo que reconocer que a nosotros se nos hizo más fácil que a otros, pero también nos aguantamos un bajón muy grande... fuimos el ejemplo máximo de eso de todo lo que sube, baja...” La frase del Bahiano, pronunciada hace algunos años en este diario, sirve para poner en perspectiva histórica los demoledores primeros años de Los Pericos, en un sentido y en otro. En 1987, Los Pericos Transeúntes le acercaron a Mario Pergolini y Ari Paluch un demo con canciones como El ritual de la banana y Jamaica reggae, para promocionar su debut porteño. Y fue desde el Feedback que el tándem conducía en Rock and Pop que el grupo inició su meteórico ascenso: apenas un año después, la banda fundada por Ale Perico, el Topo y Juanchi Baleiron sonaba hasta en los lavarropas, gracias a las más de cien mil copias vendidas por su disco debut. Así, en medio de una de las tantas crisis de la industria discográfica local, Los Pericos hizo realidad el sueño del pibe, convirtiéndose en cabeza de serie de una inesperada ola reggae que arrasó con Buenos Aires. Los Pericos, disparo de largada de ese fenómeno, abre mañana la serie de dos CD que Página/12 ofrece a sus lectores, y que seguirá con King Kong, su opus dos de 1989.
El suceso provocado por El ritual de la banana, Jamaica reggae y Nada que perder resultó una curiosidad en un medio en el que tanto Los Abuelos de la Nada como Sumo ya habían transitado los caminos del reggae, incluso ajustándose más a sus formas más puras. Pero resulta indudable que la banda vocalizada por Bahiano supo dar en una tecla oculta, encontró el estribillo que aglutinara a una multitud de pibes a los que les importó poco y nada que su banda favorita fuera acusada por buena parte de la prensa de ser una mala copia que banalizaba al género, un reggae de San Isidro. Durante 1988, Los Pericos reinaron en un medio que –delicias del vaivén argentino permanente– hasta hacía poco aparecía dominado por la estética y el sonido dark. De algún modo, Los Pericos (y, en una vena cercana, Los Fabulosos Cadillacs) parecieron reencender la llama del optimismo democrático de 1983, justo cuando el gobierno de Raúl Alfonsín comenzaba a encaminarse a su debacle. Cantando en un inglés que ellos mismos reconocían como discutible, pero que servía para hablar de la marihuana sin levantar demasiado la perdiz, los diez Pericos encabezaron así una explosión en la que hubo seguidores de distinto tenor (Todos al Obelisco, La Zimbabwe Reggae Band donde militaba Afo Operación Triunfo Verde), pero donde Bahiano y los suyos conservaron el sitial de honor... hasta el siguiente disco.
Es que, como también supieron experimentar los Cadillacs, Los Pericos sufrieron rápidamente eso que los anglosajones llaman backlash, el golpe de vuelta, ese bajón al que hacía referencia el cantante. Como todo aquello que suena en exceso, un tiempo después el público parecía agotado de tanto pericaje y es por eso que King Kong tuvo que remar todo lo que al debut le había venido en bandeja. Resulta paradójico, porque la producción de Herbert Vianna, guitarrista y cantante de Os Paralamas do Succeso, intentó encarrilar mejor el sonido de la banda, darle más cohesión. Así puede escucharse en pasajes como Fronteras en América, Uan love, Reggae irie y Ocho ríos: en el historial Perico, King Kong será entendido siempre como un disco “de transición”. Pero los 60 mil ejemplares que ese segundo álbum supo vender en su primer año demuestran que el grupo estaba lejos de haber caído al pozo.
La banda, que perdió al Bahiano en 2004 pero supo reformularse con la voz de Juanchi al frente, prepara ahora los festejos por los veinte años desde su fundación oficial, que incluirán varios shows y una presentación especial junto a la Sinfónica de Morón. Mientras tanto, esta reedición especial permite internarse en el túnel del tiempo y, más allá de las inevitables imperfecciones de la inexperiencia, disfrutar ese baño de frescura con olor jamaiquino. Más allá de la banana.
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