Martes, 29 de noviembre de 2011 | Hoy
MUSICA › CICLO DE CONCIERTOS DE MúSICA CONTEMPORáNEA DEL SAN MARTíN
Por Diego Fischerman
El título proviene de un texto de Jünger en homenaje a Heidegger y relativo al nihilismo. Über die linie (sobre la línea, pero, también, más allá de, o cruzando la línea), en manos del compositor Wolfgang Rihm, podría leerse, más bien, como una especie de tratado sobre la horizontalidad musical. Carolin Widmann, una extraordinaria violinista alemana de 35 años que, entre otras cosas, ha grabado las sonatas de Schumann y música de Morton Feldman y Xenakis para el sello ECM, comenzó con esta obra su concierto del ciclo de música contemporánea del Teatro San Martín. Toda la primera parte, a solas con el violín, centró su objeto sobre la línea. Desde esa despojada línea continua de Rihm hasta el poderoso juego de enmascaramiento y falsa polifonía planteado por Luciano Berio en su Sequenza VIII, a partir de la monumental Ciaccona de la Partita N° 2 de Johann Sebastian Bach, Widmann rondó las preguntas que plantea, en música, la posibilidad de una única voz.
Con fraseo ejemplar, timbre cálido y homogéneo y afinación impecable, la violinista desarrolló un relato de singular intensidad. La composición de Rihm, la séptima de una serie que incluye piezas para diversas conformaciones instrumentales, parte de una pequeña célula diatónica y la va desarrollando de una manera casi escultórica. No se trata tanto de un trabajo progresivo sobre un tema o sus partículas como, más bien, de un cierto recorrido que permite escuchar esa música casi como si se girara alrededor de ella, siempre con un punto nuevo de escucha pero, irremisiblemente, sobre un objeto virtualmente inmóvil. Tanto esta pieza como los Tres interludios de José María Sánchez Verdú, escritos en 2006 e incorporados el año siguiente a su Concierto para violín, fueron estrenados en su momento por Widmann. La Sequenza VIII de Berio, de 1976, es ya un clásico. Y su relectura de la pieza bachiana, con su manera de remedar varias voces con saltos de registros, mostró una frescura y una actualidad sorprendente, en gran parte gracias al compromiso de la notable interpretación.
Pero si la primera parte del concierto había sido sorprendente, la segunda, con su homenaje a una obra fundante –no tanto por lo que comienza como por lo que termina– resultó conmovedora. En un grupo armado especialmente, Carolin Widmann se juntó con tres de los integrantes del Cuarteto Prometeo, que había tocado, el miércoles pasado, el Piano and String Quartet de Morton Feldman (junto al pianista Emanuele Torquati), y, el jueves, un programa con obras de Ivan Fedele, Giorgio Ghedini y la seminal Different Trains de Steve Reich, y dos jóvenes músicos argentinos para interpretar el sexteto Noche transfigurada, de Arnold Schönberg. El grupo, conformado por Widmann y Aldo Campagnari en violines, Massimo Piva y Mariano Malamud en violas y Francesco Dillon y Jenny McAleer en cellos, logró una impactante cualidad de intensidad. Como esas estrellas que concentran una masa gigantesca en un ínfimo volumen, este sexteto en un movimiento nuclea cantidades inimaginables de energía y tensión. La interpretación, superlativa, logró a la vez mantener a la obra unida, dando un sentido casi causal a lo que sonaba, y dar la sensación de que en cualquier momento todo podría explotar.
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