Martes, 29 de noviembre de 2011 | Hoy
LITERATURA › FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Lo dijo Enrique Planas (Perú), un poco en broma. La expo está presentando, en tandas, los “25 secretos mejor guardados de América latina”. Estuvieron, además García Lao (Argentina), Daniela Tarazona (México), Carlos Cortés (Costa Rica) y Díaz Klaassen (Chile).
Por Silvina Friera
La lengua saca a pastorear sus perlas por las calles de Guadalajara. En la “pura esquina” de Mariano Otero y avenida De las Rosas una multitud espera para ingresar a la Expo. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) festeja 25 años con Alemania como país invitado de honor. La secuencia de esta fiesta lectora aprieta el acelerador. La adrenalina imanta el aire, afuera y adentro del predio. Ya pasaron Fernando Vallejo, Herta Müller y Mario Vargas Llosa. La literatura, que a veces se jacta de secretear, saca a pastorear nuevas voces. Llegó la hora de presentar, en cinco tandas, al mosaico de narradores que integran los 25 secretos mejor guardados de América latina. Los primeros cinco secretos, Fernanda García Lao (Argentina), Daniela Tarazona (México), Enrique Planas (Perú), Carlos Cortés (Costa Rica) y Francisco Díaz Klaassen (Chile), no entraron a la FIL como se entra a un templo en el que todos los fieles rezan de rodillas. Estas autoras y autores no están habitados por certezas. No recitan ni dictan cátedra ni pontifican. Tampoco procuran, en algunos casos, diluir el capital simbólico de sus extravagancias.
García Lao no elige las historias. “Ellas me escogen a mí. Siempre trabajo con el inconsciente como primera patada: aparece un personaje y empiezo a tirar del hilo. Después pienso cómo destrozarlo. Soy una asesina serial, me dedico a escribir”, arrancó la autora de las novelas Muerta de hambre, La piel dura y Vagabundas. Cortés aseguró que cada libro que escribe es el resultado de “un proceso de negociación” con sus fantasmas. “En mis primeros libros tenía en claro qué escribir, pero uno no se puede quedar con la primera obsesión; hay que excavar para saber qué hay debajo. Mi literatura tiene que ver con el secreto”, afirmó el autor de la novela Cruz de olvido, “un descenso a los infiernos y un ejercicio de demolición de la mitología costarrisible”, que comienza con una frase irónica: “¡En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang!”. Después de escuchar a sus pares, Planas, autor de las novelas Orquídeas del paraíso, Alrededor de Alicia y Otros lugares de interés, entre otros títulos, exclamó: “¡Qué horrible! Nos parecemos demasiado”. Proclive a construir historias en las que el azar mete la cola, el autor peruano confesó que siente envidia por los escritores que tienen un comienzo, un nudo y un desenlace. Tarazona, autora de El animal sobre la piedra, novela publicada en la Argentina por la editorial Entropía, subrayó que parte de una emoción. “No tengo idea de qué va a suceder, pero tengo en claro la emoción inicial. Lo que más me fascina y alegra la existencia es la posibilidad de ser otro.” El secreto retobado, o al menos el que intentaba ocupar ese espacio, Díaz Klaassen, el más joven de este seleccionado, afirmó que escoge las historias. “Yo no tengo método y carezco de todo tipo de disciplina”, aclaró el escritor que mantiene a diario el blog de ficciones Tough Guys Don’t Dance (http://diazklaassen.blogspot.com).
El tópico de las influencias desplegó un paño de variedades de intereses. Cortés dijo que su fuente de inspiración es la memoria. “(Antonio) Lobo Antunes dice que la imaginación es memoria fermentada; he acumulado experiencias que poco a poco se han convertido en relatos. Los escritores somos coleccionistas que estamos pensando que en algún momento todo lo que vamos recogiendo entrará en una historia.” García Lao se permitió dudar sobre si es tan consciente de las influencias. “Mi destino ha sido influyente, haberme exiliado desde chica hizo que fuera una pequeña Frankenstein. Me mudé tantas veces que me convertí en mi propio objeto. A mí me gusta perderme: si sé el camino, me aburro y no lo hago.”
Díaz Klaassen reconoció que es “tremendamente envidioso”. “La envidia me mueve, leo algo bueno y me propongo hacerlo mejor.” Planas, en cambio, señaló que escribe para obtener silencio. “La literatura nos aporta silencio a nuestras vidas. Me gustan los escritores secretos.” Y enumeró una serie de maestros del silencio como Julio Ramón Ribeyro, Guy de Maupassant, Henry James, Anton Chéjov y Alice Munro.
Ante el “boom mediático” de diversos festivales literarios, donde los escritores se exhiben, Tarazona planteó que el trabajo de escritura “no tiene nada que ver con todo esto”. “Hablar de la escritura y de las obras para mí es difícil; es opuesto al trabajo solitario del escritor.” Díaz Klaassen, deslizándose por el precipicio de una comicidad sibilante, aventuró que “sería de mal gusto” criticar la FIL. “Los hoteles y la comida son muy buenos. No tengo ninguna queja.” Cortés destacó que el oficio del escritor entraña siempre “esa dualidad entre el adentro y el afuera”. Y puso sobre la mesa una cita de autoridad. Faulkner decía que el lugar ideal para un escritor era un prostíbulo porque “a la mañana había silencio y a la noche todo era una fiesta”.
“¿Son Macondo o McOndo?”, preguntó la moderadora de la mesa, Margarita Posada, buscando escarbar cómo se posicionan ante la “vieja” disputa entre el realismo mágico y la corriente surgida a partir de la antología McOndo, compilada por los escritores chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, que presentó allá por 1996 una muestra de la nueva narrativa latinoamericana, urbana, hiperreal, en sintonía fina con la cultura pop norteamericana y las nuevas tecnologías, que irrumpían en el paisaje del continente. La única argentina entre los secretos mejor guardados que participó en esta primera tanda, rápida de reflejos, lanzó su proclama: “Ni Macondo ni McOndo, yo soy vegetariana. No como ni comida chatarra ni comida pasada”. Carcajadas y aplausos coronaron su magnífica estocada verbal. Planas postuló que hay “muchos tonos de grises” entre ambas posibilidades. Una brevísima escaramuza se instaló cuando la moderadora definió como “bolañesco” –por Roberto Bolaño– a Díaz Klaassen, autor de El hombre sin acción, novela que transcurre entre Barcelona, Nueva Orleáns, Madrid y Santiago, y cuenta la historia de Cristóbal Block, un joven autor que escribe en un cuaderno la historia de su fracaso. “Bolaño no me interesa”, disparó el joven chileno para asombro de unos cuantos. Cortés terció para hacer una corrección: “Lo bolañesco es borgeano”.
Ni el frente de frío que se derrama sobre México puede eclipsar la fiesta. Cuando los secretos dejaron de ser tan secretos, otro puñado de jóvenes resistió el viento en la explanada de la Expo junto con la estridente cantante californiana Jessie Evans –una especie de Carmen Miranda del siglo XXI, de pestañas postizas y vestidos con aplicaciones de lentejuelas– y el baterista Toby Dammit, considerados estrellas de la escena under en Berlín. “No entiendo a la gente, pero entiendo a los mexicanos y ellos me entienden a mí”, suele decir Evans. La fiesta terminó en un pogo. La cantante saltaba, abrazada por sus seguidores, en la “pura esquina” de “La Perla de Occidente”.
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