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Martes, 29 de noviembre de 2011

CINE › KEN RUSSELL (1927-2011) SUPO SACUDIR EL TRADICIONAL PUDOR DEL CINE BRITáNICO

Sexo, monjas, sinfonías y rock’n roll

La irrupción del director de Mujeres apasionadas, Mahler y Tommy significó un desafío al decoro habitual del cine de su país, lo que le valió apodos varios, como “el salvaje del cine británico” o “el apóstol de los excesos”.

 Por Luciano Monteagudo

En un cine muchas veces envarado y pacato como el británico, la aparición a fines de los años ’60 del director Ken Russell –fallecido ayer a los 84 años– significó una bocanada de aire fresco, un desafío al buen gusto, incluso una provocación a las buenas maneras, lo que le valió apodos varios, como “el salvaje del cine británico” o “el apóstol de los excesos”, ampliamente justificados a partir de algunos de sus títulos más famosos, como Mujeres apasionadas (1969) y Los demonios (1971). Los menos entusiastas, sin embargo, también lo catalogaron como “the oldest angry young man”, una forma de señalar irónicamente que Russell había llegado tarde a la generación de los jóvenes iracundos –Lindsay Anderson, Tony Richardson, Karel Reisz– que una década antes habían empezado a sacudir las aguas estancadas del cine británico.

Lo cierto es que el desparpajo del cine de Russell consiguió romper con la insularidad parroquial del cine inglés. Su estilo desenfadado –muchas veces hasta el extremo del kitsch– y su pasión por la música, que lo llevó a encarar sucesivas biografías de Tchaikovsky, Mahler y Liszt, además de volcar en imágenes la ópera rock Tommy, le abrieron las puertas del mercado internacional como a ningún otro director británico de su generación. En Argentina, sin ir más lejos, su sólo nombre bastaba, en su apogeo, para que todos y cada uno de sus estrenos adquirieran carácter de acontecimiento. Quizás esa fama forjada en la década del ’70 llevó al Festival de Mar del Plata a invitarlo para su edición 2004, donde además de presentar una retrospectiva de sus films para la televisión, Russell se dejó fotografiar en la rambla con una gorrita de marinero y una camisa con lentejuelas.

“La música me salvó en mi adolescencia, cuando, a los 19 años, sufrí un colapso nervioso”, contó entonces a Página/12. “Estaba en cama, guardando reposo y, de pronto, desde una radio encendida surgió una música poderosísima, que fue como si me inundara de vida, restableciéndome de inmediato. A partir de ese momento, mi vida estuvo llena de música, y mi cine también. Ya en mis comienzos, incluso antes de La otra cara del amor y Mahler, filmé, para un programa de televisión muy popular en su época, biografías de gente como Bartok o Prokofiev.”

Nacido como Henry Kenneth Alfred Russell el 3 de julio de 1927, en Southampton, el futuro director tuvo escarceos iniciales con la danza y la fotografía, pero no tardó en hacer sus primeras armas en la BBC de Londres, donde se especializó en biografías de artistas célebres, como Elgar (1962), The Debussy Film (1965), Isadora Duncan, the Biggest Dancer in the World (1967) y Dance of the Seven Veils (1970), una irreverente versión sobre la vida de Richard Strauss que indignó a los herederos del compositor. Para entonces, Russell ya había saltado al cine, primero con un fallida comedia erótica, Una playa con mostaza (1963), y luego con una incursión por el universo del espía Harry Palmer, Con el mundo a sus pies (1968), protagonizada por Michael Caine.

Pero su trampolín a la fama fue la célebre Mujeres apasionadas (1969), versión de la novela homónima de D. H. Lawrence, acerca de la vida bohemia en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial, que le valió el Oscar a la mejor actriz a Glenda Jackson y la única nominación de Russell como director. La película no sólo se hizo notoria por el descaro de sus personajes, sino también por el de su realizador, que incluyó una pelea entre Alan Bates y Oliver Reed, completamente desnudos, algo insólito para una época en que los genitales masculinos eran tabú en el cine. De más está decir que esa escena se vio mutilada por la censura argentina de la época.

Sus dos films siguientes no fueron menos famosos: La otra cara del amor (1970), con Richard Chamberlain, sobre los padecimientos físicos y emocionales de Tchaikovsky, y Los demonios (1971), versión libérrima del libro de Aldous Huxley Los demonios de Loudun, sobre una orden religiosa francesa del siglo XVII en la que se habrían producido posesiones satánicas entre las monjas de la congregación. La visión de Russell, protagonizada por Oliver Reed como un sacerdote tan exacerbado como lascivo, puso el acento en la represión sexual de las religiosas, liberada a través de la excusa demoníaca, lo que llevó a un influyente crítico británico a calificar a la película de “monstruosamente indecente”.

Con El novio (1971), protagonizada por Twiggy, una modelo famosa por su flacura, Russell irrumpió en la comedia musical, mientras que en El mesías salvaje (1972), quizás uno de sus mejores films, abordó la biografía del escultor francés Henri Gaudier-Brzeska. Su Mahler (1974) protagonizado por Robert Powell tuvo la audacia de soslayar la linealidad histórico-biográfica para privilegiar, en cambio, una serie de rimbombantes metáforas visuales inspiradas por el romanticismo sinfónico del compositor.

La ópera-rock no podía quedar fuera de su campo de acción y la acometió sin prejuicios con Tommy (1975), sobre la famosa obra del grupo The Who. Saturada de estrellas –desde Roger Daltrey hasta Ann Margret, pasando por Oliver Reed, Elton John, Tina Turner, Eric Clapton y Jack Nicholson–, Tommy fue quizás el último gran éxito comercial de Russell. Con los desbordes de Lisztomanía, filmada el mismo año y también con Daltrey como protagonista, más música compuesta especialmente por Rick Wakeman, empezó el largo declive del director, que sin embargo permaneció activo hasta poco antes de su muerte, con producciones para la TV.

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“La música me salvó en mi adolescencia, cuando sufrí un colapso nervioso”, le contó a Página/12.
 
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