Sábado, 7 de abril de 2012 | Hoy
MUSICA › BLUE NOTE, HISTORIA DEL JAZZ MODERNO, MAÑANA CON PáGINA/12
El documental repasa la historia de la legendaria discográfica creada por Alfred Lion y Francis Wolf, que definió el sonido del jazz de comienzos de los años ’60, con artistas como Sonny Rollins, Miles Davis, John Coltrane, Thelonious Monk y Herbie Hancock, entre muchos otros.
Hay historias que no necesitan adjetivos. Que pueden ser contadas apenas con nombres propios. La del sello Blue Note, fundado en 1939 en los Estados Unidos por dos inmigrantes judíos alemanes, Alfred Lion y Francis Wolf, es una de ellas. No hubo otra empresa discográfica que definiera una estética hasta el punto en que ésta lo hizo. Y no hubo otra con un catálogo comparable. No sólo no hay allí discos malos sino que entre ellos están muchos de los mejores. Para contar esa historia basta la mención de Sonny Rollins, Miles Davis, John Coltrane, Thelonious Monk, Herbie Hancock, Art Blakey, Jimmy Smith, Herbie Nichols, Eric Dolphy, Andrew Hill, Wayne Shorter, Sam Rivers o Dexter Gordon. O de álbumes como Blue Train (de Coltrane), Out to Lunch (de Dolphy), Point of Departure (de Hill), The Sidewinder (de Lee Morgan) o Some other Stuff (de Gracham Moncur III). Eso es lo que narra, de manera ejemplar, Blue Note, el DVD que Página/12 entregará con su edición de mañana, y cuyo subtítulo, Una historia del jazz moderno, hace justicia.
Como siempre, la cuestión del huevo y la gallina no tiene solución evidente. Cuesta determinar si Blue Note fue la consecuencia o la causa, pero lo cierto es que el corpus del jazz más trascendente de los comienzos de la década de 1960 puede, sin dificultad, ser identificado con ese sello. Y, desde ya, no se trató sólo de la música –aunque lo que allí sucedía difícilmente podría compararse con ninguna otra cosa– sino de las tapas de los discos, de las fotografías que ilustraban muchas de ellas y, lejos del último lugar en importancia, de la actuación como ingeniero de grabación de Rudy van Gelder. En su manera de registrar músicos de jazz –una manera cuidadosa y detallista al extremo– coexisten una cierta crudeza inherente al género –o más bien una verosimilitud a toda prueba; todo lo que suena allí es creíble– y una calidez y una intimidad extraordinarias. Así como hay un “estilo Blue Note” en la música y en las portadas, hay un “sonido Blue Note” en la manera en que esa música maravillosa está grabada.
El documental, dirigido por Julian Benedikt, tiene como anfitriones principales a Herbie Hancock, quien grabó en Blue Note su primer disco como líder, Takin’ Off, cuando tenía 22 años (y nada menos que con Freddie Hubbard, Dexter Gordon, Butch Warren y Billy Higgins) y a Hubbard, que había debutado a esa misma edad dos años antes, con Open Sesame, junto a otro grupo ejemplar: el gran Tina Brooks en saxo, McCoy Tyner en piano, Sam Jones en contrabajo y Clifford Jarvis en batería. Hancock y Hubbard aparecen tocando juntos en un concierto en el Town Hall de Nueva York, en 1985 –en una memorable revisita al célebre “Cantaloop Island”– y uno y otro cuentan sus propias historias y la del sello que los cobijó –y estimuló– cuando recién comenzaban.
Por un lado, Blue Note supo recoger lo más importante del jazz más osado y creativo de la segunda mitad de los ’50. Rollins, Monk, Coltrane y Davis, que desarrollaron la parte más importante de sus carreras en otros sellos (Prestige, Riverside, Columbia, Atlantic e Impulse), grabaron en Blue Note, no obstante, discos fundamentales: los dos volúmenes de Rollins en el Village Vanguard, los dos de Miles identificados simplemente como Volumen 1 y Volumen 2, las dos entregas de Genius of Modern Music de Monk, Blue Train. El músico que actuaría como bisagra entre ese jazz ya consolidado y la música por venir sería el baterista Art Blakey. Allí estaba junto a Monk, Miles o Rollins. Pero, también, en los jovencísimos integrantes de sus Jazz Messengers se cifraba el futuro. Por las diversas formaciones de ese grupo desfilaron Horace Silver, Lee Morgan, Johnny Griffin, Benny Golson, Freddie Hubbard, Wayne Shorter y Curtis Fuller. Y en los grupos con que ellos tocaban empiezan a aparecer el vibrafonista Bobby Hutcherson, los saxofonistas Joe Henderson, Dexter Gordon, Hank Mobley, Jackie McLean o Lou Donaldson, los trompetistas Kenny Dorham, Donald Byrd o Louis Smith. Y, también, los descubrimientos –casi caprichos– del sello, esos músicos geniales que concentran casi toda su obra allí: los pianistas Herbie Nichols y Andrew Hill o el saxofonista Tina Brooks.
Entre el valioso material de archivo que el film rescata, están la actuación de Albert Ammons y Pete Johnson en dúo de pianos, en 1939; la de Bud Powell en el Montmartre de Copenhague, en 1962; una presentación, ese mismo año, de Coltrane; las de Horace Silver, Rollins y Hubbard en 1965. Una de Monk en 1966 y, más cerca, las de Junkio Onishi, Cassandra Wilson y un supergrupo de estrellas de Blue Note, ya en los ’90: Hubbard, Hancock, Joe Henderson, Ron Carter y Tony Williams. En el medio se reconstruye el clima cultural de Berlín en la década de 1930 y la relación de la juventud alemana con el jazz que llegaba de los Estados Unidos, y comentan, discuten y rememoran las dos mujeres de Lion, el musicólogo Joachim Ernst Berendt, André Previn, el comentarista Ira Gitler y músicos como Lou Donaldson, Bob Cranshaw y Tommy Turrentine. En la última escena del film, después de los títulos, ellos miran las fantásticas fotos sacadas por Francis Wolf, aquellas que ilustraban sus discos. Se miran entre ellos y comparan. “Estoy igual”, dice Donaldson, treinta años después de aquella fotografía. “No cambié nada”, afirma. Sabe que no es cierto. Pero sabe, también, que la que sigue igual, la que conserva el mismo poderío, el mismo espíritu de modernidad y la misma frescura, es aquella música identificada para siempre con el sello Blue Note.
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