Sábado, 7 de abril de 2012 | Hoy
CINE › ERASE UNA VEZ EN ANATOLIA CONSOLIDA A NURI BILGE CEYLAN COMO UNO DE LOS GRANDES DE HOY
Aunque su último film es un semithriller, el cineasta turco afirma que sólo vio una película de ese género en su vida y que no le gustó demasiado. Sus influencias, en cambio, están en la literatura rusa: “Los hermanos Karamazov, ésa sí es una historia de crimen”.
Por Jonathan Romney *
No es el drama policial promedio, eso es seguro. No sólo nunca se termina de entender qué pasó y cómo, pero además toma más de una hora para que el film llegue a la escena del crimen, tiempo durante el cual la policía y los sospechosos manejan por el paisaje de una montaña turca en plena noche, investigando en total oscuridad o discutiendo largamente acerca del yogur.
Aunque suene nebuloso, Erase una vez en Anatolia –todavía sin fecha de estreno en la Argentina– es totalmente absorbente. Y consolida el status del turco Nuri Bilge Ceylan como uno de los grandes directores de hoy, un artista cuya seriedad sin vueltas, atenuada por su ingenio travieso, lo coloca lo más cerca que se pueda estar en el presente a un Bergman o un Tarkovsky. Ceylan ciertamente parece de altos principios, y de poco tiempo para la literatura barata. Erase... es su segundo semithriller; su predecesor, Tres monos, fue una variante turca del cine noir. Pero no se moleste el lector en buscar comparaciones con los thrillers del Hollywood de los ’40 o escribas duros como Raymond Chandler o James M. Cain. “No leo novelas policiales, nunca lo hice”, dice el director. “Pero a veces las novelas de Dostoievski... Quiero decir, Los hermanos Karamazov, ésa sí es una historia de crimen.” Pero, al menos habrá visto algunos thrillers, ¿o no? “El único que vi es un film de Polanski, ¿cómo se llama? Chinatown. Y no me gustó demasiado.”
Sentado en un hotel de Londres, Ceylan –que habla principalmente en inglés– tiene el hábito de reírse entre dientes ante las preguntas, como si lo divirtiera mucho ser tomado tan en serio. El director de 53 años tiene un aspecto marciano que le jugó a favor cuando saltó delante de la cámara en su propia Climas. Ese film le atrajo ofertas actorales, pero siempre las rechazó. “Mi voz no es apropiada, no es fácil de entender”, dice en tonos humeantes, graves y... perfectamente comprensibles.
Ceylan llegó tarde al cine: hizo su primer corto a los 36. Sus primeros largos –la autofinanciada Kasaba (1997) y su casi secuela Clouds of May– fueron filmadas en el área rural de Yenice, en la provincia de Çannakale, donde él creció. Siempre ha hecho películas extremadamente personales. Sus elencos iniciales incluyeron a sus padres, mientras que Lejano (2002) –el film que le dio reputación internacional– fue filmado en parte en propio departamento de Ceylan en Estambul, y puede ser leído como un velado autorretrato, con un protagonista que es un burgués bohemio aburrido del mundo. Luego llegó Climas (2006), una problemática descripción del quiebre de una relación. Los protagonistas eran el director y su esposa, Ebru Ceylan, pero no tenía nada que ver con su matrimonio, según él siempre insistió: la pareja sigue unida y coescribió los últimos dos films del director.
Erase... trata sobre una pesquisa por asesinato que tarda en arrancar, porque los sospechosos no pueden recordar dónde está enterrado el cuerpo. La idea se le ocurrió al otro coautor de Ceylan, Ercan Kesal, quien, como médico, una vez tomó parte en una investigación así. Hacer que la búsqueda fuera nocturna no fue un toque existencial caprichoso, dice Ceylan, sino el modo en que se trabaja en la Turquía rural: “Los servidores públicos empiezan a hacer estos trabajos después de las cinco de la tarde para tener horas extra”. El curso de los eventos en la historia del caso de Anatolia está abierto a las conjeturas, pero Ceylan jura que no se propone dejar perplejo al espectador. “No me gustan los rompecabezas. Pero, en la vida real, tenemos que lidiar con la mitad de la realidad y tenemos el hábito, o el reflejo, de suponer el resto, porque siempre nos mentimos unos a otros; todo el mundo se está autoprotegiendo. Si el público no se une en el proceso, es imposible hacerlo más profundo, como con la literatura.”
Ceylan nació en Estambul, pero cuando tenía dos años, su padre, un ingeniero agrónomo, volvió a su ciudad natal, Yenice, y Nuri y su hermana mayor tuvieron una crianza rural. Pero la locación de Erase... no está ni cerca del área campestre de la juventud de Ceylan; Anatolia cubre una vasta región del oeste de Turquía. Aunque él ya no pasa demasiado tiempo en los lugares que frecuentaba en su infancia, Ceylan dice que la Turquía rural le provee continuamente de sustento. “Donde viví, la muerte siempre estaba con nosotros, en medio de la vida, y eso es algo positivo. En los últimos años fui al campo para asistir a funerales de parientes y vi que crearon montones de rituales para cubrir la tristeza de la pérdida. Observar eso realmente me calma.”
Con todo lo turca que es, Erase... decididamente tiene un sabor ruso, debido a la pasión de Ceylan por los grandes de la literatura de ese país, especialmente Chejov. “La literatura rusa es... quizá la influencia más grande en mis películas”, asegura. ¿Más que el cine? “Definitivamente. Si no viera reflejos de personas turcas en la literatura rusa, no la usaría. Pero es válida para toda la humanidad.” Un denominador común en la carrera de Ceylan es la fotografía, que abrazó en su juventud y que brevemente se convirtió en su carrera antes de cambiar a las películas. Imágenes de su trabajo durante los ’80 muestran una racha de kitsch de posters de Atenea, todo sexo y surrealismo. Pero su trabajo reciente es diferente: retratos en formato amplio de su país y su gente; imágenes invernales bruegelescas de Estambul, ciudades y pueblos. Hoy, la fotografía es sólo un hobby ocasional para Ceylan, dice él. Sin embargo, ha recopilado su material reciente en un libro, Turkey Cinemascope.
A mediados de los ’70, un tiempo turbulento para la política turca, Ceylan estudió ingeniería en la Universidad Técnica de Estambul. Era conocida como una universidad de izquierda, y grupos de extrema derecha solían exigirles a los estudiantes que mostraran sus identificaciones y golpeaban –o peor– a los que eran de la UTE. “Cada día había peleas, disparos y muertes.” Ceylan tiene sus propias historias que te ponen los pelos de punta sobre golpizas y escapes de milagro. Pero nunca ha querido hacer un film acerca de ese período ni sobre la política turca. En Erase..., un fiscal ve cómo un policía aprieta a un sospechoso y luego comenta secamente “¿Es así como vamos a entrar en la Unión Europea?”. Pero es un aparte. Ceylan prefiere la “vida interior” a la política.
La casi autobiográfica Lejano, cuyo héroe anda a la deriva taciturnamente en una Estambul invernal, sugiere que su director debe ser una especie de ermitaño. Un lugar clave era el antiguo departamento de Ceylan, hoy oficina de su productora. En aquel momento, Ceylan era un unipersonal; es de suponer que hoy dirige una operación mayor. “No, no hay ni siquiera una persona trabajando en mi oficina. Ni siquiera yo voy allí; generalmente me quedo en casa escribiendo y leyendo. Me gusta estar solo.” En Turquía, Ceylan evita los primeros planos. Nunca sale por televisión ni hace entrevistas, a menos que esté llevando un film a Cannes. “Entonces estoy abierto a todo el mundo... Pero en Turquía me cierro en mí mismo. Generalmente no contesto el teléfono salvo que sepa que es un amigo.” Así y todo, Ceylan es una criatura más social que lo que lo anterior sugiere. Escribió sus últimas dos películas en trío con Ebru y Ercan Kesal. “Nos juntamos todos los días. Discutimos una escena y yo les doy tarea para el hogar. Yo también escribo y nos leemos unos a otros... pero la decisión final siempre es mía.”
Uno se pregunta, de todos modos, si Ceylan siempre tiene la última palabra sobre el hijo de siete años que tiene con Ebru. “Te cambia tener un hijo. De repente estás lleno de compasión. También cambió mi vida cinematográfica. Lo llevo a todas las de animación”, dice Ceylan, pero no quiere mencionar ningún título favorito. Por supuesto que no. Imaginen lo que podría provocarle a su reputación de taciturno dostoievskiano si confesara ser un fanático de Kung Fu Panda 2.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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