MUSICA › BJÖRK COMENZO SU “RESIDENCIA BIOPHILIA” EN BUENOS AIRES CON UN CONCIERTO “INTIMO”
La cantante islandesa está embarcada en un proyecto que implica mucho más que un disco y que tiene que ver con acercar al humano a lo invisible de la naturaleza a través de la tecnología.
Björk no es la artista pop promedio, eso no es ninguna novedad. Pero saberlo no supone estar preparado para la experiencia sensorial que implican sus presentaciones “íntimas” en el Centro Municipal de Exposiciones, que empezaron el viernes pasado y continuarán los días 9, 12 y 15 de abril. Luego, el 21, la cantante islandesa hará un show más “convencional” en GEBA, y en medio ofrecerá unos workshops, todo como parte de la apertura del Personal Pop Festival. Son formas diferentes de abordaje de Biophilia, el proyecto más reciente de Björk, que abarca el disco homónimo, un website interactivo (en serio), aplicaciones para dispositivos móviles e instrumentos hechos a medida. ¿De qué otra manera se podrían generar, si no, los sonidos surgidos de la mente de una artista que uno bien puede imaginar trabajando para crear música a nivel intracelular o en ponerle beats a la Máquina de Dios?
“Estamos al borde de una revolución que unirá a los humanos con la naturaleza a través de innovaciones tecnológicas. Hasta que lleguemos allí, prepárense, exploren Biophilia...”, reza parte de un texto colocado en la puerta del lugar, antes de pasar al ámbito del (des)concierto. Ocho pantallas forman un círculo sobre el escenario rodeado de público. Sobre el tablado hay un set de percusión más que extraño, aparatos como la Reactable (una especie de sintetizador “con cuerpo” que se toca apoyando “fichas” sobre una pantalla táctil), cuatro péndulos que crearán la música de “Solstice”, un celeste modificado que nadie tocará porque se opera desde una tablet... Y entonces entra Björk, con un coro de diecisiete valkirias capaces de hacer encallar millones de navíos, más un percusionista-pulpo (Manu Delago) y un ultra nerd de los sonidos (Max Weisel, que desarrolló varias de las aplicaciones). Durante más de una hora y media, la islandesa y su laboratorio de sonidos se embarcan en la tarea de, tecnología mediante, “hacer visible el mundo invisible de la Naturaleza”.
Lo anterior implica vagabundear por entre las placas tectónicas, mutar en un virus, crecer hechos hongos, dejar que la Luna guíe las mareas del torrente sanguíneo, atravesar cosmogonías, perderse entre partículas subatómicas, deslizarse sobre los abismos marinos... Todo eso mientras Björk, con una peluca bizarra y su voz imposible, oficia de guía, anfitriona y hechicera, como si flotara sobre el escenario. A las canciones de Biophilia se les cuelan unas pocas de trabajos anteriores (“Hidden Place”, “Mouth’s Craddle”, “Unravel”, “Possibly Maybe”) sin que el concepto pierda cohesión ni sentido. De hecho, es con esta “residencia” que la artista islandesa planeó sólo para ocho ciudades del mundo que Biophilia termina de cerrar, porque el disco solo no alcanza para abarcar semejante universo de ideas. Y que el final de esta experiencia abrumadora y demandante sea con una “Declare Independence” (de Volta) ruidosísima es también pura coherencia: Björk insta a levantar la bandera propia pero sin egoísmos, en armonía con el cosmos.
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