Sábado, 19 de mayo de 2012 | Hoy
MUSICA › A LOS 86 AÑOS, MURIO EL CANTANTE Y MAESTRO DIETRICH FISCHER–DIESKAU
Llegó a ser un sinónimo del repertorio del lied. Además del impresionante corpus que constituyen las canciones de Schubert, registró las de Schumann, Brahms, Wolf y Loewe. Su carrera coincidió con la expansión de la industria, después de la Segunda Guerra Mundial.
Por Diego Fischerman
”Si uno está convencido de los sonidos que evoca cuando está ante el piano y lee la partitura, incluso sin cantar, que es lo que hago cuando comienzo a estudiar una obra, uno queda afectado de manera profunda”, decía Dietrich Fischer-Dieskau en un reportaje de la revista inglesa Gramophone publicado en 2005, cuando el barítono cumplió 80 años. Allí se refería al ciclo El viaje de invierno, de Franz Schubert, que cantó por primera vez en público a los 17 años y con el que sus interpretaciones se convirtieron en referencia obligada. Ayer, en su casa en las montañas, cerca de la localidad de Starnberg, el viaje llegó a su fin. Fischer–Dieskau, uno de los más grandes cantantes del siglo XX, “murió tranquilo” a los 86 años, según dijo su esposa, la soprano Julia Varády.
“Schubert no era, desde luego, un hombre viejo cuando lo compuso. No se trata de haber transitado por lo mismo que los poemas cuentan sino por dejarse habitar por ellos. Creo que es lo que le sucedió a Schubert con los poemas de Müller y es lo que siempre me pasó a mí al cantarlos.” Su timbre, de una belleza inigualable, su afinación exacta y su poder comunicativo dieron a ese extraordinario ciclo de canciones, que grabó en disco no menos de ocho veces, la encarnación más perfecta. Pero Fischer-Dieskau no fue sólo un gran cantante y maestro sino una especie de propangadista privilegiado de la canción de cámara. Nadie grabó tanto –y tan bueno– como él. Además del impresionante corpus que constituyen las canciones de Schubert, registró las de Schumann, Brahms, Wolf y Loewe, junto a pianistas de la talla de Gerald Moore, Alfred Brendel, Jörg Demus y Daniel Barenboim. Su carrera coincidió, en realidad, con el período de expansión de la industria discográfica, después de la Segunda Guerra Mundial. Deutsche Grammophon y EMI se disputaron sus registros y su voz llegó a ser un sinónimo del repertorio del lied, hasta el punto de que, en una famosa boutade, Roland Barthes lo eligiera como blanco. En el artículo “El grano de la voz”, el semiólogo entronizaba en su lugar a Charles Panzera, calificando a Fischer-Dieskau como “una voz deleitada en sí misma”. Lo cierto es que el alemán fijó un nuevo parámetro en el siglo. Los grandes cantantes que lo siguieron en su mismo repertorio –Andreas Schmidt primero, Matthias Goerne después– fueron, inevitablemente, los “sucesores de Fischer-Dieskau”.
Su última aparición pública como cantante había sido en 1992 y cuatro años después, ya retirado, había aparecido en una versión del ciclo La joven molinera, registrada por el tenor Ian Bostridge dentro de la integral de los lieder de Schubert publicada por el sello Hypèrion, leyendo los poemas a los que Schubert no había puesto música. Compositores como Benjamin Britten compusieron para él y fue un notable intérprete de ópera, pero fue en el campo de la canción donde nadie había hecho antes –y nadie pudo hacer después– lo que él hizo, no sólo poniendo en escena todo un repertorio que hasta ese momento nunca había sido del todo protagonista dentro del mercado de la música clásica sino, incluso, creando un público para él. Nacido en Berlín y formado inicialmente con Georg Walter, un veterano intérprete de lieder, y, luego de la Segunda Guerra, con Hermann Weissenborn, sus primeros recitales importantes, transmitidos además por la entonces nueva radio alemana “de la parte americana”, fueron en el campo de prisioneros alemanes a cargo del ejército estadounidense. En 1948 debutó en ópera, haciendo el personaje de Posa en Don Carlos, de Giuseppe Verdi, y ya al año siguiente era una presencia habitual en las Operas de Viena y Munich. Entre 1954 y 1956 fue parte del Festival de Bayreuth cantando los papeles de Herald (Lohengrin), Wolfram (Tannhäuser), Kothner (Meistersinger) y Amfortas (Parsifal). Su Kurwenal en la legendaria grabación de 1952 de Tristan und Isolde dirigida por Wilhelm Furtwängler y las canciones de Hugo Wolf con Barenboim, entre otras, quedan como hitos de la interpretación y como mojones con los que toda lectura futura deberá medirse.
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