Martes, 2 de octubre de 2012 | Hoy
MUSICA › NUEVO DISCO DE SARA MAMANI
Por Cristian Vitale
Sara Mamani estaba en el tiempo y en el lugar indicados cuando Cuchi Leguizamón empezaba a ser profeta en su tierra: Salta. “Eramos tan jóvenes”, desliza, como poseída por un despegue mágico hacia atrás. El plural generacional no alude, claro, al hacedor de las mejores zambas del universo, sino a la Negra Chagra y el grupo de amigos con el que iba a la casa del creador de “Maturana”, bien tarde por la noche, como quien asiste a un oráculo. Un oráculo terrenal que, más allá de ciertas coordenadas musicales, los proveía de enseñanzas de vida. “Por supuesto que él tenía amigos de su edad, con los que jugaba a las cartas durante la siesta y así, pero le gustaba compartir momentos con jóvenes. Entonces, con la Negra Chagra, con la que andábamos siempre musicando por ahí, lo conocimos. Tuvimos una linda amistad”, cuenta.
–Bueno, si se puede llamar así (risas). La verdad es que sus enseñanzas eran muy asistemáticas. Nos juntábamos a la noche en su casa, escuchábamos música y nos íbamos a tomar un café al centro. A veces no hablaba tanto de música, sino de filosofías de vida, de la muerte, qué sé yo... Sus enseñanzas excedían el campo musical, y eran lo que nos tenía cerca de él. También su sentido del humor. Es como un padre cultural del que vivo aprendiendo. Siempre le escucho algo nuevo a su música, es inacabable. Nacer en Salta y que vivan allí el Cuchi y Manuel Castilla fue un honor.
No podrían entenderse de otra forma las bellísimas y austeras zambas que esta salteña –trasplantada a Buenos Aires hace casi treinta años– compone cada vez que saca un disco. Y Yo tengo palabras, el último, no es la excepción. “Señales de lo nuestro”, la zamba que lo abre, lleva en su pulso la huella de aquel compositor. Tanto como “Dones”, “La marcada”, “Luna de Tilcara” o “Sábado” que, pese a sus giros estilísticos –huayno, chacarera o vidala– exponen los colores de un folklore genuino, ancestral. “Es una gran guía Cuchi. Pasa el tiempo y su obra va abarcando muchos niveles, se va extendiendo... Es enorme”, sostiene ella, insistiendo en una referencia inevitable.
Yo tengo palabras, entonces, es un estupendo disco en línea con el legado de Leguizamón, matizado con géneros por los que esta cantautora de voz cascada, cadenciosa, enraizada con la tierra, no suele transitar. La polca “Angela Rosa”, por caso. Le pertenece a Félix Pérez Cardoso y el único registro anterior afín a tal polca (el rasguido doble “Y los ríos cantan”) proviene de Warmi, su disco anterior. “La verdad es que tengo mucha afición por la música paraguaya, desde muy niña. Y cuando apareció Jaime Dávalos con ‘El jangadero’ y todas esas canciones litoraleñas, tuve una inclinación mayor.” La otra “excepción” que Mamani incluyó en el disco es un aire de candombe compuesto por ella: “Adoquín”. “Es cierto que es un género que no conozco demasiado, pero me gusta mucho, casi tanto como el tango, aunque no me sienta cómoda para cantarlo. Este tema lo compuse después de las vivencias que tuve en las llamadas y el carnaval uruguayo”, dice.
“Cuando termino un disco –sigue la cantante–, siento un gran vacío existencial y no me gusta esa sensación. Entonces, paralelamente, mientras estoy terminando uno voy imaginando el otro. Y me gusta ir al estudio con todo preparado, aunque me gustaría aprender a improvisar ahí... Sería una linda opción: juntarse con los músicos, tocar y ver qué sale. Por ahora no es así, cuando voy al estudio llevo las obras listas para grabar, sólo se corrigen algunas cositas. Grabar es estresante y gozoso a la vez, me pasaría las veinticuatro horas ahí dentro”, se ríe.
–Es otra cosa, porque en la grabación podés disfrutar del sonido de cada instrumento, y después ver cómo se unen, cómo se apoya cada instrumento en el otro... Se disfruta, aunque es un esfuerzo mental y físico bastante grande. El vivo es así, ¿vio...? Vivo.
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