Jueves, 18 de octubre de 2012 | Hoy
MUSICA › JACQUES MORELENBAUM SE PRESENTA EN BUENOS AIRES CON SU CELLO SAMBA TRIO, UNA CITA DE HONOR
Desde hoy y hasta el domingo, el violoncellista, que tocó con Egberto Gismonti, Caetano Veloso y Ryuichi Sakamoto, mostrará su proyecto instrumental en Notorious. Lo acompañan Lula Galvao en guitarra y Márcio Bahia en batería.
Por Karina Micheletto
Como violoncellista, pero también como arreglador, compositor, productor musical o por su tarea docente, Jacques Morelenbaum es un nombre destacado de la música brasileña. Un nombre que ha acompañado, en distintos momentos, a otros grandes nombres: fue durante diez años músico de Tom Jobim, integrante del cuarteto de Egberto Gismonti durante cinco, director musical por más de una década de Caetano Veloso y formó un trío con Ryuichi Sakamoto, entre tantos otros mojones de su carrera. El que lo trae ahora a la Argentina es un proyecto instrumental, su Cello Samba Trio, que completan Lula Galvao en guitarra y Márcio Bahia en batería y que sonará desde hoy y hasta el domingo, a las 21.30, en Notorious (Callao 966).
Morelenbaum conversa con Página/12 apenas termina de dar una master class de tres horas para más de 50 violoncellistas argentinos. Dice que está “feliz, cargado de energía, de alimentación espiritual”, y así se lo escucha. Pero antes de hablar del poder de la música, de su finalidad primera, de lo que implica el trabajo creativo de un arreglador –creación sobre creación, finalmente como toda la música, aclarará él–, del camino de libertad abierto en Brasil por Heitor Villa-Lobos, le interesa corregir la idea de “master class”: “En Brasil le llamamos oficina, para traducirlo en todo caso hablaría de un taller”, dice. “Master class suena un poco pretencioso, ¿no le parece? Yo no me considero un master (risas). En todo caso comparto experiencias, hablamos de filosofía, de la esencia de la música, de la intención que la música merece... Nos divertimos mucho, tocamos un arreglo que escribí en 1985, a los 31 años, ¡muy jovencito!, de un tema de Pixinguinha, considerado el maestro del choro (una modalidad del samba), también una pieza que me encanta de Villa-Lobos. La pasamos muy bien.”
–Quizás alguno de esos violoncellistas fue a buscar técnicas a su clase y se encontró con una charla sobre filosofía...
–Es que la música es también discurso... Cuando hablo de filosofía, hablo de cuestiones como la postura frente a la música, de la intención, la entrega que es necesaria y bienvenida, de ese momento único en que un músico es capaz de abstraerse de todo a su alrededor y meterse completamente en esa música que está haciendo, en ese instante. Ese momento en el que el músico logra dotar a la música de su real función en el mundo.
–¿Y cuál sería esa función?
–¡Esa es una pregunta demasiado filosófica para un músico! (Risas.) Digamos que la función de la música es llenar la vida de las personas de belleza. En verdad es mucho más que eso, pero encuentro que esa frase puede resumir todas sus otras funciones o al menos las más importantes.
–Su descripción de una clase no es la de alguien que transmite conocimientos, sino más bien los comparte. ¿Qué encuentra en estos espacios con otros músicos?
–Encuentro eso que es propio de la música: una realimentación constante, una corriente de energía. Por eso nunca me siento cansado después de un concierto, al menos no cuando percibo que mi música sale de mí y llega a otras personas y hay una reacción allí. Eso es alimento espiritual para mí, es la certeza de que mi función en el planeta, en esta vida, se está cumpliendo. ¡La música me alimenta más que la comida y me emborracha más que el mejor vino!
Jacques Morelenbaum lleva adelante su Cello Samba Trio desde hace unos siete años, y aun para alguien que por trayectoria y galardones puede obtener cierta visibilidad de antemano, un proyecto instrumental de este tipo, dice, resulta difícil de sostener. “Se hace complicado porque no es precisamente una fuente de ingresos, y todos los buenos músicos, como son los que me acompañan, tienen muchos compromisos de trabajo con cantantes o con otros proyectos que, digamos, tienen más acceso al lado comercial de la música. Entonces, cuando surge invitación para un concierto del trío, no siempre podemos todos”, explica. “De hecho, hasta hace poco estaba en batería Rafael Barata, un genio. El tiene un compromiso en Nueva York, así que sumamos a Márcio Bahia, otro genio que tiene una escuela fortísima tocando con Hermento Pascoal, el mago de los magos, el maestro de los maestros. Sabemos que es así con los proyectos instrumentales, no nos quejamos, somos felices. Y creo que ahora hemos llegado al seleccionado final, tenemos equipo.”
Con este formato, Morelenbaum y su equipo recorrerán un repertorio que va por la misma línea de lo que ya han hecho sonar en Buenos Aires en otras presentaciones, en el que se destacan las menciones a todos los grandes con los que el violoncellista ha trabajado en sus casi cuarenta años de carrera: Tom Jobim, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Egberto Gismonti (con cuya banda, recuerda el músico, tocó por primera vez en la Argentina). El recorrido será, de paso, algo así como una panorámica del desarrollo del samba, desde sus raíces hasta la actualidad. Aunque Morelenbaum prefiere no hablar de géneros ni de estilos, sino de música, sin más, y por eso incluirá casi a modo de chiste interno, adelanta, una mención “a la música clásica y toda esa cuestión de instrumentos que pueden transitar un estilo y no otro, y mi voluntad de romper todas las reglas y de reírme de eso”.
–Usted nació en una familia de músicos clásicos, ¿eso lo influyó en este sentido?
–Para nada, nunca fui músico estático en una categoría musical, ni siquiera cuando era estudiante: con diez años formé un grupo de música pop que tocaba Roberto Carlos, Simon & Garfunkel, The Beatles y Tom Jobim. Y al mismo tiempo estaba en un grupo de música renacentista, y en la orquesta juvenil del Teatro Municipal de Río de Janeiro, y al mismo tiempo escuchaba Jimi Hendrix y música china o taiwanesa. Siempre entendí la música como ejercicio universal y nunca acepté las clasificaciones, las fronteras. ¡Ya demasiados problemas tiene el mundo! La música no está hecha de fronteras; la música es liberación, es energía en el mundo, es amor que sale del alma de un artista y se conecta con el alma de otros. No hay jazz, música clásica o popular: hay simplemente música.
–Pero usted no eligió el instrumento más simple para evitar estas fronteras...
–No estoy de acuerdo, es igual que cualquier otro, al menos es así en Brasil, desde Villa-Lobos en adelante. El es nuestro mayor compositor y fue un hombre que por supuesto dominaba completamente el tejido de la música orquestal, sinfónica, que transitó todos los tipos de música formal: suites, sonatas, sinfonías, conciertos. Y, al mismo tiempo, era un hombre que salía por las noches a zambullirse en la bohemia de Río de Janeiro, con su guitarra bajo el brazo, a tocar choro con el pueblo, volcando todo eso en su música clásica. Y que viajó por todo el Brasil, y se fue a la Amazonia y fantaseó un idioma que no existe, escribió sinfonías con letras en tupí guaraní, totalmente inventadas por él. Era un hombre totalmente diferente que pensaba la música como universal y atemporal, ni antigua ni moderna. Bueno, en Brasil, de Villa-Lobos en adelante, para mí y para tantos otros, ese camino ya ha estado trazado.
–¿Esa es su intención, seguir ese camino?
–Lo que busco sé que nunca lo conquistaré: mi intención es saber todo, dominar todo y poder todo. Abarcar toda la música. Es un imposible que persigo no por orgulloso: lo hago por amor.
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