Jueves, 18 de octubre de 2012 | Hoy
MUSICA
Una de sus facetas más reconocidas es la de arreglador. ¿Qué especificidad tiene ese trabajo? Porque en realidad es un trabajo sobre la obra de otro...
–Es que para mí el trabajo de arreglador es fundamentalmente de composición. Es un trabajo sobre la obra de otro, sí, pero en música, ¿qué trabajo no lo es? Sólo un compositor que baja de otro planeta puede estar exento de la influencia de otros que lo anteceden. En la cultura occidental, trabajamos con el sistema dodecafónico: hay doce notas a combinar, y eso es todo. No es posible una combinación completamente nueva después de millones de años de humanidad. Me causa gracia cuando escucho que dicen “¡Eh, escuchen este plagio de Jobim a Chopin!” ¿Y a quién plagió a su vez Chopin? La música es eterna retroalimentación, es una constante energía no sólo entre el músico y quienes lo escuchan, también de información, de ideas, iluminaciones que son tomadas aquí y allá. Así es con estos doce sonidos que tenemos, aun por coincidencia o inconscientemente, porque nuestra memoria nos trae de vuelta informaciones que quizás están guardadas desde la infancia o desde antes del nacimiento. Es la información que va acumulando la humanidad.
–¿Usted dice entonces que el trabajo del arreglador es equivalente al del compositor?
–Es aún más difícil, plantea un mayor desafío, porque se trabaja con reglas mucho más rígidas, con menos libertad. Si hago un arreglo con un contrapunto, estoy haciendo una nueva melodía, que no existía antes, para contraponerla a otra melodía, pero no puedo volar para donde se me antoje: debo respetar y comprender la intención del compositor, debo conocer esa música tan bien como el compositor.
–Pero hay quienes hablan de un “estilo Morelenbaum” en los arreglos. ¿Eso no sería un vuelo propio?
–Si es que existe tan estilo –y yo lo tomo como un halago–, ese estilo es conocer la canción que voy a arreglar y encararla como si fuera el compositor. Piense que si al compositor no le gusta mi trabajo, yo quedo en la calle. ¡Hasta allí debe llegar mi vuelo (risas)!
–¿Cuánto tiempo le lleva ese trabajo, si es que debe conocer tan a fondo el tema?
–Por suerte, cada vez menos. Después de 40 años de músico profesional, de participar en más de 700 discos, en unos 2500 conciertos, empiezo a sentir que las cosas que hago pueden ser buenas de primera atacada. Antes me quedaba dos o tres horas en un compás, torturado. Ahora sigo más mi instinto, y soy más feliz.
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