Miércoles, 31 de octubre de 2012 | Hoy
MUSICA › MICKY RODRíGUEZ, EX BAJISTA DE LOS PIOJOS, REGRESA CON LA QUE FALTABA
Tras la disolución del quinteto, el músico se recluyó en San Marcos Sierras; pero en un momento descubrió que “ya no quería seguir plantando rabanitos” y que tenía material como para arrancar con una banda. Mañana presentarán Voy, su álbum debut, en La Trastienda.
Por Joaquín Vismara
Micky Rodríguez pasó casi la mitad de sus 44 años como bajista de Los Piojos. Si a eso se le suma que, además de ser un componente clave para sostener la base rítmica del grupo, era el encargado de la diplomacia cuando las asperezas decían presente, es entendible que hable con dosis iguales de cariño y nostalgia cuando se refiere a la banda con la que se forjó como músico. Nacidos como un proyecto entre amigos en El Palomar a fines de los ’80, Los Piojos crecieron hasta alcanzar escala estadio entre fines de la década siguiente y principios de la otra; y el paso del tiempo trajo no sólo el reconocimiento masivo, sino también el desgaste que puede acarrear toda relación humana. Antes de que las cosas llegasen al punto de la implosión, la banda decidió ponerle un fin a su historia a fines de mayo de 2009 con un show en el estadio de River Plate.
Y como en todo grupo que se separa, el divorcio artístico dio como resultado los posteriores proyectos de sus ex integrantes. Poco antes del final, el guitarrista Piti Fernández se bajó del barco para fundar La Franela. Meses después del show en Núñez, el vocalista Andrés Ciro Martínez comenzó su carrera solista con Ciro y Los Persas y el baterista Sebastián Cardero hizo lo propio con El Vuelo de la Grulla y Revelados, esta última junto al fallecido guitarrista Gustavo Kupinski. Rodríguez, en cambio, decidió tomarse las cosas con más calma. Se recluyó en su casa de San Marcos Sierras, adonde se había mudado poco antes de la separación, y estuvo varios años fuera del juego para contemplar su propio recorrido sin más planes que vivir el día a día, hasta que las ganas de volver fueron cada vez mayores. Tras juntarse a zapar con un grupo de músicos cordobeses a quienes casi dobla en edad, Micky comenzó a darle forma a un puñado de canciones y bocetos que había acumulado en estos últimos años. El resultado final es La Que Faltaba, un grupo que deja las cosas en claro desde el nombre: es el proyecto al que le restaba darse a conocer tras el cisma piojoso y que traza una línea de continuidad con el pasado de Rodríguez, que compuso algunos de los clásicos de la banda de El Palomar, como “Fijate” y “Un buen día”. Con Voy, su álbum debut recién salido de fábrica, la banda pone todas sus fichas a su debut porteño mañana en La Trastienda, un desafío interesante para un músico que pasó los últimos años de su carrera acostumbrado a las audiencias de decenas de miles de espectadores.
–¿De dónde nació su necesidad de mudarse a San Marcos Sierras?
–No tuve una cuestión de paranoia ni de “no aguanto más nada”. Me pareció la mejor opción a partir de que no tenía ganas de seguir en la ruta desenfrenado y tenía la sensación de querer parar un poco para poder ver la dimensión del asunto, sin muchos planes. La idea era poder disfrutar no sólo todo lo que estaba viviendo, sino también de lo que había vivido. Quedarme acá iba a hacer que todo fuera estrictamente veloz y entonces iba a sentir la necesidad de hacer algo. En ese sentido, Buenos Aires ofrece mucho vértigo, pero yo necesitaba todo lo contrario. Me volví a Córdoba a buscar distancia de la historia y de todo lo que habíamos vivido, y eso fue la parte más positiva del asunto. Todos me decían “te fuiste a plantar rabanitos”, y un poco ésa es la imagen. Estuve contemplando la tierra, mirando dónde estaba parado, y al tiempo empecé a pensar a volver con algo de música. Fui a ver a una banda de allá que se llama Roma, y como me encantaron el guitarrista y el tecladista, les propuse venir a zapar a la sala con algunos temas que yo tenía.
–¿Necesitaba analizar su propia historia?
–Claro, me faltaba eso. Trepar literalmente la montaña, contemplar todo y decir: “Qué bueno que fue esto, qué placer que me dio y cuántas cosas viví”. A partir de ese freno y esa tranquilidad me cansé de plantar rabanitos y pasé a preguntarme: “Bueno, ¿y ahora qué viene?”. Tenía un montón de canciones, ideas de letras y una pila de grabaciones que había hecho en todo ese tiempo. Empecé a jugar con la idea, siempre con la tranquilidad enorme de hacerlo sin presiones de compañías, productores o quien sea. Empecé a desarrollar lo que me pasaba y me di cuenta de que me gustaba. Y empecé también a escucharme, a acostumbrarme a mi voz al cantar. Ahí me volvieron las ganas de armar una banda y empecé a buscar músicos, sin que fuera un casting, porque eso no me funciona.
–¿Buscaba que hubiera una afinidad?
–Sí. Puede sonar medio hippy, pero para mí la música es un lenguaje. Tiene que ver con una relación, con que tenemos que tocar un acorde en séptima, pero para eso tenemos que mirarnos a los ojos y saber que estamos juntos. No es estrictamente musical todo. Los pibes que tocan conmigo son unos pendejos que son unos capos y empecé también a aprender de ellos, y la relación comenzó a fortalecerse a partir del conocimiento mutuo. Sin tener un manual sobre este asunto, creo mucho en lo diario. Vivir el día a día me llevó a plasmar mi experiencia con estos pibes que tienen unas ganas de comerse el mundo a partir de la expresión artística, y era lo que necesitaba para pegarme a mí mismo una patada en el orto y salir al ruedo.
–Y después de haberse acostumbrado a los shows en estadios, ¿cómo es volver casi desde cero?
–A mí me encantaba cuando con Los Piojos tocábamos en el Luna Park, porque era lo más íntimo a lo que podíamos aspirar en la última época. Igual entiendo lo que decís y sé que ésta es una banda nueva, pero lo siento todo como cuando estábamos grabando Chactuchac (el disco debut de Los Piojos, de 1992). Por otro lado, tocar en La Trastienda es un debut alucinante. Lo valoro porque para mí es un privilegio enorme, y no es moco de pavo tocar en un lugar así, que tiene historia y que a partir de ahí sigue el camino. Tampoco fantaseo demasiado con el éxito, estoy muy tranquilo. Las cosas se van dando.
–El otro cambio que le supone esta nueva etapa es el de estar al frente de su banda. ¿Le es cómodo ese lugar?
–Fue un tema que pensé muchas veces, y a partir de eso pude elaborar un entendimiento conmigo mismo, porque no es sólo poner la cara, sino también la voz. Estoy fuerte para enfrentarlo y me siento bien. Intuía que iba a ser un proceso difícil a partir de la exposición que eso demanda, pero empecé a relajar sabiendo que iba a ser la figura, pero que también iba a tener detrás una banda apoyándome.
–¿Y le gusta esa presión?
–Nunca salí a tocar de taquito. Siempre estaba cagado en las patas durante los primeros tres temas de cada show, hasta en el último. Está bien que sea así, y me pasa hasta cuando me junto a jugar al fútbol: nunca creo que voy a ganar de movida. Hay un aval a la banda y estamos ensayando mucho, buscando sonidos, pero el presente es inmanejable. Todo lo que viví me llevó a parar la pelota y darme cuenta de que no quería entrar en una vorágine de locura porque no me sentía a gusto. Me fui a Córdoba y el “clic” no tuvo un momento exacto, sino que fue un proceso de un juego, de construirme un pequeño estudio en casa y dedicar mis tardes a revisar ideas viejas hasta darme cuenta de que me estaba gustando la idea de volver, con todos los condimentos de miedo que implicaba ponerse al frente.
–Si bien hubo asperezas tras el show de River, la separación de Los Piojos se dio por un desgaste en la relación. ¿Cómo ve esta situación a la distancia?
–El regreso es una posibilidad, pero no sabría decir si va a ocurrir o no. No me fui peleado con nadie en esa historia. El tiempo marcó muchas cuestiones y tuvimos que mirarnos y decirnos: “Muchachos, no hagamos mierda nada”. Fue la decisión más honesta que podíamos tomar. No puedo decir si vamos a volver o no, pero afirmar que no va a ocurrir me parece mucho más absoluto. Es muy difícil decirlo, porque fue una historia muy placentera para mí, más allá de las diferencias. El problema llega cuando uno tiene que laburar para relacionarse. Somos todos diferentes, y la relación se construye a partir del respeto y el decidir andar juntos. Ese era mi concepto y mi forma de vivirlo hasta la última gira que hicimos, que la disfruté como si fuera la primera.
–En su período sabático, usted participó del primer show solista de Andrés Ciro, que fue en Córdoba. ¿Eso lo ayudó a decidirse a retomar su carrera?
–Puede ser. Lo que sentí ahí era que el respaldo que nos había guiado durante muchos años todavía seguía estando en la gente. Para mí es muy difícil borrar mi historia, porque todas las relaciones tienen su costado oscuro, pero es algo natural. No creo que los pibes quieran saber qué opino de Ciro o de Piti. Tengo relación con él porque la tuve desde siempre, pero no significa que esté peleado con los demás. No nos vemos, pero no hay un sentimiento oscuro detrás. Convengamos que están la distancia, los tiempos de cada uno, las formas de relacionarse, hijos, mujeres y un montón de cosas. ¿Cuál sería el análisis? Que nos seguimos queriendo, loco. No tengo nada de qué renegar, porque sé con quién estuve y nunca me hice el boludo.
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