Miércoles, 31 de octubre de 2012 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A ALEJANDRO LANDES, DIRECTOR DE PORFIRIO, QUE SE ESTRENARá MAñANA
El director colombiano quedó impactado cuando leyó que un hombre discapacitado había tomado un avión con dos granadas que llevaba en su pañal. Pero, en lugar de filmar el secuestro, hizo una ficción de los días previos, con el protagonista real haciendo de sí mismo.
Por Oscar Ranzani
El 12 de septiembre de 2005, el ciudadano colombiano Porfirio Ramírez Aldana, de 50 años, secuestró un avión que se dirigía a Bogotá, aferrado a dos granadas que escondía en el pañal que sujetaba sus genitales. El motivo de esta amenaza –que en el fondo significaba desesperación– era que el gobierno de Alvaro Uribe se hiciera cargo de una vez por todas de la indemnización que tenía que otorgarle el Estado colombiano porque sus piernas quedaron paralizadas desde 1991, luego de que Porfirio recibiera dos balas perdidas de un tiroteo de la policía. El Aeropirata –como se lo conoció mediáticamente– tuvo una condena de ocho años de arresto domiciliario. “Hombre discapacitado en pañales secuestra aeronave rumbo a Bogotá”, decía el titular de un diario que leyó Alejandro Landes, cineasta colombiano, nacido en Brasil, que hace cinco años presentó su ópera prima documental, Cocalero, sobre la figura del presidente de Bolivia, Evo Morales. “El hecho tuvo una cobertura constante durante las horas en que el avión estaba sobre la pista y fue una noticia que hizo mucho ruido pero, como numerosas noticias en Colombia, pasó al basurero al día siguiente por la llegada de una nueva noticia”, relata Landes a Página/12, sobre el episodio que inspiró su ópera prima de ficción, Porfirio, que se estrenará el jueves en el Malba (Figueroa Alcorta 3415).
Varios méritos tiene el film de Landes, que participó en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 2011. Uno de los aciertos es que el cineasta logró plasmar una ficción contundente y, a la vez, visceral, que muestra el padecimiento de un hombre que está impedido de moverse en la cotidianeidad del día a día. Hasta en los detalles: desde el aseo personal, a cargo de su hijo, hasta las dificultades que tiene para acostarse en su cama al trasladarse desde su silla de ruedas. Es que Porfirio no se centra en el episodio del avión, sino en la etapa previa al hecho y enfoca en la problemática de un hombre discapacitado al que el Estado ignora alevosamente. Otro de los méritos del film es que Landes no se tentó de hacer un documental, sino que elaboró una ficción con... el personaje real. Sí. Es el propio Porfirio Ramírez el que ¿actúa? de sí mismo en el largometraje. De esta manera, Landes logró concretar una película que tiene mucha crudeza: a Porfirio se lo ve hasta en situaciones muy íntimas como, por ejemplo, defecando, con la ayuda de su hijo (tal vez hay aquí una sobreexposición del protagonista) y teniendo sexo con su pareja. “La verdad es que tuve una atracción casi instintiva, no tan racional”, explica Landes respecto de aquello que le resultó cinematográfico del caso Porfirio Ramírez.
–¿Por qué decidió hacer el film con el protagonista real y cómo lo convenció?
–Aparte de que tenía una veta artística por su música, yo vi que a él le gustaba la construcción de personaje, porque ya la había hecho él mismo. El se había convertido en esta especie de antihéroe, en El Aeropirata, como lo conocen en Colombia, antes de que yo lo haya hecho protagonista de una película. Hice ensayos con otra gente, pero nadie tenía la fuerza corporal, una fuerza de poder generar tanto con movimientos sencillos. La gente lo siente en la pantalla.
–¿Y cómo logró que entrara en complicidad con la cámara?
–A través de puros ejercicios mecánicos. Al principio, él era un poquito reacio, tímido, no cantaba a cámara. Evadía un poco. Pero a medida que lo iba filmando con una cámara chiquita de video hizo un trabajo de confianza. Había ciertas maneras que yo trabajaba para conocerlo que podían detonar ciertas cosas. No intenté hurgar en lo psicológico, sino simplemente saber que las cosas que yo quería, emocionalmente ya estaban ahí, y que si yo lograba crear un cierto contexto, eso iba a salir a flor de piel. Así que, por ejemplo, no le di el guión para leer. Yo creaba situaciones con las que esperaba que generaran una cierta carga emocional. Creé contextos para que salieran sentimientos que sabía que él tenía.
–¿Por qué una ficción y no un documental?
–No estudié cine, así que no parto de una decisión de romper fronteras de género, sino más bien de crear sensaciones. Y estaba tratando de crear algo, basado en hechos reales, pero obviamente de ficción, para generar más verdad que simplemente acompañarlo y registrar los hechos. No estaba tan interesado en una recreación de hechos, sino en una representación de sensaciones. Es una película muy sensorial.
–¿Por qué el film no explica el episodio? En Colombia no debe haber tenido problemas, ¿y en otros países?
–En otros países me pareció súper interesante, porque cuando la gente llegaba virgen a ver la película, le parecía como un sueño. Un sueño de un crimen que pudo haber sido o no, pero había una especie de realismo que, a medida que avanzaba la película, decían: “Esto tuvo que pasar”. Y eso es lo que me gustaba: jugar con esa especie de violencia que se veía tan lejana y, a la vez, tan cercana. Es un hecho que, si al principio uno lo lee, puede decir: “Esto no tiene nada que ver conmigo: un señor que es capaz de secuestrar un avión con dos granadas escondidas en un pañal y con su hijo”. Y al final, ese personaje se vuelve muy cercano a la gente. El hecho de que la película no arranca diciéndote “Esto es real. Por lo tanto vale la pena que lo mires” o “Esto pasó y por eso es más especial” le da una mayor empatía con el personaje y crea una especie de incomodidad. Cuando uno entra al cine y dice: “¿Esto pasó?”, ya se pone en la cabeza que “esto pasó”. Cuando es ficción dice: “Lo estoy viendo con la distancia de la ficción. Pase lo que pase, esto, en realidad, no pasó”. En cambio, aquí es: “¿Pasó o no pasó?”. Y hay gente que jura que Porfirio es un actor.
–¿Y por qué decidió no centrar la historia en el secuestro?
–Porque todo el tiempo estamos leyendo y viendo lo que está en la superficie. La gente que vio las imágenes de ese día se quedó con el tema del secuestro. Pero, ¿qué hay detrás de esa violencia? Me interesaba mucho más esa humanidad detrás de la violencia, porque si sólo nos fijamos en la superficie, no sabemos qué hay debajo. Y me interesaba mucho la circularidad de la narrativa. Es una película donde pasa de todo y no pasa nada, donde un hombre pasa todo el día encerrado en su casa, en una cárcel metafórica, y finalmente esa cárcel se vuelve literal porque el gobierno lo condena a arresto domiciliario.
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