Viernes, 1 de febrero de 2013 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A SOLEDAD VILLAMIL
La cantante y actriz comienza esta noche un nuevo ciclo en el Tasso. Allí mostrará las canciones de Canción de viaje, un disco en el que asumió nuevos riesgos. Entre ellos, el de abordar diversos géneros folklóricos latinoamericanos.
Por Sergio Sánchez
En su último disco, Canción de viaje (2012), la actriz, cantante y compositora Soledad Villamil adoptó la principal particularidad del viajero: la inquietud por no quedarse siempre en un mismo lugar y descubrir nuevos paisajes, culturas y realidades. Es que si bien en sus dos trabajos anteriores como solista –Canta (2007) y Morir de amor (2009)– ponía el foco en el tango, en esta nueva etapa musical asumió el riesgo de abordar diversos géneros folklóricos de la región. De esa manera, la protagonista de El secreto de sus ojos recorre el cancionero popular latinoamericano y recupera a autores imprescindibles como Violeta Parra (“Maldigo del alto cielo”), Pablo Milanés (“De qué callada manera”), Leo Masliah (“Biromes y servilletas”), Homero Manzi (“Desde el alma”) y Fernando Maldonado (“Volver, volver”). Además, muestra cuatro composiciones propias atravesadas por la ausencia y la pérdida o el “desgarro amoroso”, como prefiere definir ella. En este nuevo trabajo, Villamil demuestra no sólo una interesante amplitud musical, sino una madurez como intérprete y cantante. Su voz se pasea por diversos colores y sonoridades: rumba, vals, bolero, trova, canción uruguaya y samba son algunos de los estilos que conviven en el disco.
Si bien Villamil es conocida popularmente por su carrera como actriz de cine, teatro y televisión, ella dice que “la música preexiste a la actuación”. “Desde chica estudié música. Y pensaba que me iba a dedicar a eso hasta que apareció la actuación. Pero el teatro también vino bastante pronto, porque a los quince años empecé a tomar clases. Y cuando terminé la escuela me anoté en el teatro municipal. Ahí fue que mi trabajo profesional se fue organizando en relación con la actuación y la música fue quedando un poquito relegada”, le dice Villamil a Página/12, días antes de iniciar, por séptimo verano consecutivo, su ya clásico ciclo en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575), los viernes y sábados de febrero a las 22. Acompañada por Augusto Argañaraz (batería y percusión), Daniel Maza (bajo), Juan Tarsia (piano), Ariel Argañaraz (guitarra) y Estanislao Irigoyen (acordeón), Villamil adelanta que habrá canciones de sus tres discos y que el repertorio será diferente en cada concierto.
–¿Por qué Canción de viaje? ¿Qué implica ese viajar por las canciones?
–El título del disco tiene distintas lecturas para mí. Todas son íntimas. Por un lado, el tiempo que transcurrió entre Canta y este disco viajé muchísimo, debido a los conciertos y las giras. Fue un ritmo muy intenso que inclusive hacía difícil preparar un disco. Era una especie de lucha. Porque así como el viaje propone descubrimiento, y un montón de vivencias y situaciones nuevas, también es difícil encontrar el momento de introspección y concentración para preparar un disco. Entonces éste es un disco de viaje, que se generó en esa situación. Por ejemplo, la letra del vals “La vida seguirá” la escribí en un vuelo, cuando venía de España. Y después empezó a pasar que las canciones venían de lugares muy distintos. Y eso fue un cambio, porque los discos anteriores eran más temáticos, de género. En cambio, en éste comenzaron a aparecer paisanos de distintos pueblos y eso también tiene que ver con el concepto. Por otro lado, otra asociación que me surge con el título es que la canción es un viaje en sí mismo y este disco, en todo caso, es una escala, una parada. Si bien en muchos aspectos es un comienzo, también es un cierre de algo.
–¿A dónde fue y qué descubrió en esos viajes?
–Fui a lugares distintos entre sí: España, Brasil, Chile, Colombia, Estados Unidos, y también anduve por el interior de la Argentina. Los viajes generan movimiento permanente, observación y contemplación. Es interesante el espíritu en el que te pone el viaje. Te corre un poco de tu rutina habitual y te pone en una situación de voyeur, de turista de distintas vidas y lugares. Es una situación que me gusta mucho. Suelo escribir o tener un registro de los viajes, porque el hecho de correrse de la cotidianidad a uno lo pone en otro lugar. Y tiene que ver también con la frase de Fernando Pessoa que elegí para el arte del disco: “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”. Uno ve lo que les pasa a otros y en realidad uno siempre se está espejando en la vida de los otros o en otra realidad. Uno no deja de leerse a uno mismo en esa nueva situación, de descubrirse.
–¿Se acercó a los folklores latinoamericanos en estos viajes o siempre formaron parte de su vida?
–Siempre escuché música del mundo y mucha música latinoamericana. Soy una fanática devota de la música brasileña y me gustan desde siempre autores que aparecen en este disco, como Violeta Parra. La escuchaba en mi casa, de chica. Pero, por ejemplo, “Volver volver” es un bolero mexicano que sí escuché de viaje en México y me partió la cabeza. Todo tiene que ver con mi historia, pero quizá con la más reciente. Hay cosas maravillosas del folklore venezolano que me encantan, por ejemplo. Por otro lado, soy fan de Leo Masliah desde hace muchos años, de finales de los ’80. De adolescente, lo iba a ver cuando venía de Montevideo y tocaba en barcitos. Me parece un tipo dotado de un talento excepcional, como compositor e intérprete. Y “Biromes y servilletas” siempre me conmovió muchísimo; me parece tremendamente romántica. Es una canción de amor a su ciudad y a sus personajes. Es una de sus canciones más cantables, en algún punto. Me encanta la música uruguaya y paradójicamente nunca fui a tocar allá. Hay planes de ir, espero que se den. Además vengo interpretando a Alfredo Zitarrosa y soy gran fan de Jaime Roos, Eduardo Mateo, Fernando Cabrera. Y el tema de Milanés también lo canto hace mucho, lo tengo en mi repertorio personal. Se lo cantaba bastante a mis hijas y siempre me lo pedían. Ellas son un buen termómetro. Cuando a ellas les gusta mucho una canción, me doy cuenta de que tiene algo para decir.
–¿Por qué decidió correrse del tango en este disco y abrir el abanico musical?
–Eso fue pasando con el transcurso del tiempo. Al incluir nuevo repertorio en los conciertos, en vez de tangos venían otro tipo de canciones. Y, al igual que en los viajes, descubro andando. Mientras camino me doy cuenta de que tal cosa está yendo para tal lado. Y eso me orienta en la búsqueda. “Si está viniendo para acá, vamos a ver qué es lo que trae”, me digo. Uno es un poco artífice y un poco instrumento. “Maldigo del alto cielo”, por ejemplo; la estoy cantando hace bastante tiempo en vivo, pero no estaba grabada. Cuando pensé en incluirla, me pregunté: “¿Este disco para dónde va, si va a contener una canción como ‘Maldigo del alto cielo’?”. Me gusta, pero a la vez sufro el momento de hacer el disco. Es decir, la instancia de preproducción, cuando lo grabás y cuando finalmente decidís qué canciones van a quedar y qué termina pasando. Aunque ahora el disco en su conjunto haya perdido valor o se escuchen más los temas por separado, lo pienso como una continuidad. Me gusta que el disco suene como si fuese una gran canción, con distintos momentos. Pasan muchos filtros y coladores hasta que queda el resultado final. Escuchar un disco tema tras tema es algo que todavía me gusta hacer.
–Si bien este disco tiene ritmos más festivos que los anteriores, la nostalgia sigue estando en las letras, como, por ejemplo, en los temas de su autoría. ¿La pérdida y la ausencia son sus motivos de inspiración?
–Las canciones de este disco tienen un denominador común: la temática amorosa. “La vida seguirá” es bastante melancólica, tiene una sabia resignación. “Ya traté de olvidarte” tiene un tono más de protesta, esa idea de “aunque te quiera sacar de mí, no puedo”. Y “Así nomás”, si bien es un bolero y el aire no es tan festivo, es más una celebración, la idea de que a veces el amor llega imperceptiblemente. Lo que me interesa de ponerme a escribir tiene que ver con que, como siempre he sido intérprete de palabras que escriben otros, es un ejercicio súper divertido e interesante ponerme del otro lado del mostrador y buscar las palabras con las que quiero cantar.
–A la hora de interpretar, ¿trata de que el resultado guarde cierta fidelidad con la obra original o busca que la canción adopte otra forma?
–Pienso en que haya fidelidad subjetiva. Trato de ser fiel a mí misma cuando encuentro una canción y hago una versión. Es lo que me pasa a mí con esa canción y trato de ser fiel a eso. No creo que una canción se tenga que hacer de cierta manera. Pero tampoco intento darla vuelta porque sí. Si es un bolero no voy a hacer un rock and roll, porque sí, de una manera arbitraria, sino que la idea es apropiarme de la canción, hacerla mía, pasarla a través mío de una manera lo más intensa posible. Por eso digo que es subjetivo: es lo que me pasa a mí con esa canción. “Honestidad brutal”, como diría Andrés (Calamaro). Y en ese sentido siempre salen versiones bastante distintas de la original, pero no porque me lo proponga. El decir “quiero hacer algo distinto con esto” no sé si es un buen motor. Quizá resulta algo artificial o autoimpuesto. Trato de hacer las canciones como me vibran, como me pasan a mí.
–¿De chica qué música se escuchaba en su casa?
–Por suerte en mi casa se escuchaba de todo y hubo muy poco prejuicio en relación con la música. No había música buena, mala o música que no se pudiera escuchar. Mi vieja se dedica a la danza y la música siempre estuvo ahí. Y escuché de todo: rock nacional, Charly, Spinetta, Pablo Milanés, los Redondos, música brasileña, Chavela Vargas. Siempre me llamaron mucho la atención las intérpretes. Esa capacidad de transmisión que tienen algunas cantantes, como Mercedes Sosa. Ahora estoy escuchando Los Beatles, jazz, de todo. Soy muy ecléctica, no escucho un solo género. Eso es una de las cosas buenas que pasaron en los últimos tiempos: ya no hay compartimientos tan estancos para los géneros. De los cruces es de donde salen las cosas más interesantes.
–Se la conoce más por su faceta actoral, ¿cuándo descubrió que tenía sensibilidad como intérprete y compositora?
–En realidad, desde chica estudié música. Y pensaba que me iba a dedicar a eso hasta que apareció la actuación. La música preexiste a la actuación. Pero el teatro también vino bastante pronto porque a los quince años empecé a tomar clases. Y cuando terminé la escuela me anoté en el teatro municipal. Ahí fue que mi trabajo profesional se fue organizando en relación con la actuación, y la música fue quedando un poquito relegada. Y a fines de la década del noventa hice un espectáculo de teatro musical que se llamaba Glorias porteñas, en donde interpretaba a una cancionista de los años ’30. Y ésa fue la primera vez que me subí a un escenario a cantar. Ahí me di cuenta de que era algo que no iba dejar de hacer nunca más. No sabía qué era lo que iba a hacer puntualmente. Pero así como sentí en un momento que la actuación era algo muy propio y necesario, en ese instante sentí que la canción también era lo mío. Después de que terminó el espectáculo seguí dándome manija y salió el primer disco. Si bien la actuación y la música son cosas distintas, no las veo tan separadas. Tienen en común la transmisión, la interpretación. Se relacionan en el hecho de estar arriba de un escenario y ser vehículo de las emociones y todo lo que ocurra en una canción o escena. Uno es una especie de médium que transmite y traspasa esas ideas, esos cuentos, esas historias. Yo no vengo estrictamente de la canción, vengo de la actuación; entonces toda la parte interpretativa tiene mucho peso.
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