Viernes, 22 de marzo de 2013 | Hoy
MUSICA › TRES FUNDADORES DEL ROCK ARGENTINO, EN EL CICLO DE CONCIERTOS DE SALTA Y RESTO
El baterista de Manal, el guitarrista de Vox Dei y el de La Cofradía de la Flor Solar no evitan las polémicas: “Los músicos tenemos que ir del boliche al teatro y del teatro al boliche. Nunca al estadio, eso es engancharse con la futbolización”.
Por Cristian Vitale
No va más de media hora de show e irrumpe Kubero Díaz en la sala. Ricardo Soulé estaba de recorrida por Buddy Miller y Dolmen, sus discos más recientes. Trío eléctrico –batería, bajo y guitarra como el viejo y querido Vox Dei– y sonido inconfundible de muy buen rock and roll con aderezos acústicos, testimoniales y bíblicos. Las canciones cuidadas, bien vestidas, decibélicas pero hasta ahí, hablan de personajes antológicos, legendarios, como si el guitarrista pretendiera profundizar en la senda de su historia, en el camino de La Biblia (según Vox Dei), el formidable Jeremías o el inconcluso –ya solista– Elías, el profeta. Le sale. Es su forma. Es su pensamiento en acción musical. Kubero, glorioso y humilde, se sienta en una de las últimas mesas de la sala y pide una cerveza. Tal vez venga de ensayar con León Gieco –integra su banda casi desde la desaparición física de Eduardo Rogatti– y la primera mirada la clava en la guitarra. “Bien Soulé... che, me transportó en el tiempo”, se le escucha decir, al primer sorbo. Media hora después, Salta y Resto, la sala en cuestión, recibe a Javier Martínez. Gorra azul, campera grande, lentes, perfil alto. Soulé va por “Mi Gabriel”, una de las más bellas canciones de su acervo solista, y el olfato de uno de los creadores de Manal, viejo y querido también, lo lleva hacia una copa de vino tinto. Tríada completa, al fin. Juntada consumada. Como una especie de Café de los Maestros del rock argentino, Soulé, Kubero y Javier coinciden en un mismo espacio bajo un mismo fin: recrear lo que no hay que olvidar. Refrendar una historia en verbo presente. Seguir.
En el caso del ex Vox Dei, encargado de abrir el ciclo-rock en el boliche de Salta al 700, con un repertorio que hermana sus cosas de hoy con perlas de ayer: “Profecías”, “Las Guerras”, “Jeremías, pies de plomo” y dos temazos: “Nunca me dirás adiós” y “La historia de Sam el montañés”. “¡Qué grande!, la pentatónica en violín... viva el rock nacional”, grita Martínez desde el fondo, tras una de las piezas de La Biblia. Soulé no lo escucha, pero da cuenta de su presencia. De sus presencias. “Es un honor total para mí tener en la sala, el día de mi cumpleaños, a dos figuras del rock argentino”, dice, con el show casi consumado y justamente el día que cumple 63 años. “Estoy contento de que Soulé esté tocando, porque es un pilar de nuestro rock, y siempre lo fue. Es un tipo que se animó a volver al violín, cuando ya no hay nadie que lo haga en nuestro rock. Tiene una gran banda y le envidio mucho toda esa melena que tiene, porque yo me quedé pelado”, se ríe Martínez, media hora después del fin y con los tres medio acurrucados en los camarines.
Precisamente será el baterista, cantante y compositor –cuatro años mayor que Soulé y Kubero, que también cuenta con 63– el encargado de seguir con el ciclo del que además formarán parte María Rosa Yorio (el 5 de mayo), Miguel Zavaleta (el 12 de mayo) y Claudia Puyó (el 19 de mayo). La presentación de Martínez será este viernes en el mismo lugar y a la misma hora: las 22. “Voy a tocar con mi banda actual: Patán Vidal en teclados, el Chino Sanz en guitarra y Sirso Iseas en bajo, y con ellos voy a hacer los clásicos que escribí para Manal allá lejos en el tiempo, y canciones inéditas, nuevas, como el ‘Blues de Pa-ppo’, La máquina del oro’ o ‘Positivo’... un cincuenta y cincuenta, digamos, en el que también incluyo temas de discos solistas como ‘Corrientes’, ‘Basta de boludos’, ‘Sol del Sur’ o ‘Mujer del viento’. Soy de los que piensa que el pasado no tiene que ser un lastre, tiene que ser un motor”, sentencia Martínez, y abre el campo. Sus palabras disparan. “Sí, eso. Nosotros, los de nuestra generación, tratamos de no ser aplastados por nuestro pasado, porque es tan fuerte y tan grande que aplasta, eso es cierto, y por eso los temas nuevos son como una especie de tanque de oxígeno para no asfixiarnos, para estar felices de tocar aun en un ambiente muy complicado, con la música extranjera copando los megaconciertos y eso, ¿no? Aunque no sé si será una suerte, también, porque en última instancia los megaconciertos están contaminados de una cosa muy lejana a lo que se entiende como comunión artística... capaz que es una ventaja no estar en ellos”, reflexiona Soulé, y el contexto lo ayuda.
Como en La Perla –donde desde su reinauguración varios de los músicos que hicieron la historia del rock argentino tienen su espacio a través de los ciclos programados por el ex Almendra y Aquelarre, Rodolfo García–, Salta y Resto es un lugar cálido y pequeño. Intimo. Apenas para unas cien personas y apto, por tanto, para ligar con esa comunión artística que pretende Soulé. Para una comunicación casi directa entre público y músicos. “Algo que no existe en los megaconciertos, ¿no?”, reengancha Martínez. “A ver, yo pienso que el megaconcierto está futbolizado, y es una basura. Nosotros, los músicos, tenemos que ir del boliche al teatro y del teatro al boliche, nunca al estadio, porque eso es engancharse con la futbolización de la música, y es un error absoluto, tanto para el músico como para el público, que ve a los músicos chiquitos o por una pantalla al lado del escenario. Los estadios no sirven para nada.”
Xavier Zavalla, hombre de prensa, cambia de rol un rato y sirve torta. Una torta de chocolate con crema y cerezas que alcanza para todos: el clan Soulé –Iván y Vicky, sus hijos; Graciela, su mujer, y algunos colaboradores amigos–; Martínez –que pide torta y saborea una segunda copa de vino– y Kubero, el más callado de los tres, que habla del concierto previsto para el viernes 29. Vale evocar que Kubero fue guitarrista de La Cofradía de la Flor Solar. Que fundó ese brazo musical de aquella comunidad artística junto a Morci Requena en bajo y Manija Paz en batería. Que su rock lisérgico y pesado se manifestó en un gran disco de nombre homónimo editado en 1971 (del que participaron Skay Beilinson y Quique Gornati); que, tras la primera disolución de La Cofradía, Kuberito –como lo llamaba Miguel Abuelo– se plegó a La Pesada de Billy Bond, y dejó su sello en un vinilo editado en 1973 bajo el nombre de Kubero Díaz y La Pesada, y que luego emigró a España, donde atravesó el segundo lustro de la década del ’70 y el primero de los ’80, cuando regresó para participar, entre otras movidas, de la segunda formación de Los Abuelos de la Nada.
“Voy a tocar con el Kubedíaz Trío (Juan Rodríguez en batería y Daniel Saralegui en bajo) y pienso hacer ‘La luciérnaga’, ‘Rock alrededor del país’ y varios temas de La Cofradía, una banda que pasó muy rápido para mí. Que me quedó corta”, esboza y le da, otra vez, el pie a Martínez: “Yo creo que a todos nos quedó corta La Cofradía, che. Nos hubiese encantado que duren un poco más... ¡porque eran unos marcianos! En aquella época cada banda argentina tenía un estilo propio, completamente diferente el de una al de la otra, cada banda tenía su compositor, su línea melódica, sus influencias musicales, y la Cofradía de la Flor Solar era una banda completamente única, marciana totalmente. Yo iba a la casa que tenían ellos en La Plata y me impactaba esa comunidad, esa propuesta artística y social, ese estilo de vida tan original”.
La ronda sigue y Martínez es casi quien monopoliza la palabra. Habla de la casa de su infancia en Ranelagh, de su padre contador y carpintero, del crocket que jugaba cuando chico, de la calle 363, de las Pascuas, de sus contactos con la cultura británica o del conde de Ranelagh, “el inventor del golf”, mientras Soulé firma discos y Kubero espera meter algún otro bocado. “Yo creo que el problema del rock, hoy, es que ciertas bandas le quitan la gracia al estilo”, dice, cuando lo logra. “Totalmente”, vuelve Javier. “Esta es una época de mucha confusión y los periodistas van a tener que poner en claro que hay un montón de tipos que usan el rótulo rock, pero no hacen rock, y están generando una confusión total en los pibes. ¿O acaso cualquier cosa que se toque con una trompeta es jazz o cualquier cosa que se toque con bandoneón es tango? No es así. Yo no soy un musicólogo, o lo soy con mis limitaciones, y me he dado cuenta de muchas cosas: es cierto que los géneros que se cierran a la influencia de otros géneros suelen dirigirse hacia una especie de anquilosamiento, siempre hay que aceptar las influencias, sí, y ésa fue una inteligencia del jazz... En un momento, Miles Davis agarró el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez y lo tocó, pero eso es una cosa, y que un tipo que toca cumbia y diga que es rock, es totalmente otra. Yo estoy seguro de que ningún músico norteamericano o inglés que se ponga a tocar una murga va a decir que está tocando rock... eso es una pelotudez argentina con la que hay que terminar.”
–Bien, pero el rock argentino se ha nutrido de otros géneros sin perder su esencia, y sobran ejemplos.
Javier Martínez: –Por supuesto, sí, pero es otra cosa. Yo recuerdo que Fermín Chávez, un historiador a quien respeto mucho, dijo una vez que había escuchado en sus últimos años de vida rock nacional y había descubierto, con alegría, que las formas de las cuartetas y las décimas estaban totalmente influidas por la poesía gauchesca, y eso es verdad... Eso funcionó en nosotros inconscientemente, lo teníamos incorporado.
Ricardo Soulé: –Porque nuestra situación histórica y geográfica nos daba una situación musical totalmente distinta a la que tienen Inglaterra y Estados Unidos... Nosotros tuvimos que aprender de lo que pudimos, de gente aficionada que amaba lo que hacía, y la verdad es que tuvimos una gran influencia en el tango y el folklore.
J. M.: –Y el jazz, el jazz argentino, ¿no?, gran receptor de nuestro cosmopolitismo, que ha influido al rock sobre todo en la cuestión de la libertad, porque todas las bandas de acá eran distintas, no se parecían unas con otras. Y en este sentido también nos parecíamos a las movidas inglesas y americanas. The Hollies no tenía nada que ver con los Animals, los Stones no tenían nada que ver con Pretty Things, The Beatles eran diferentes a Gerry & Pacemakers, en fin...
–¿Manal, La Cofradía y Vox Dei se espejaron más en las bandas estadounidenses o en las inglesas?
J. M.: –En todo. Los ingleses que nos gustaban a nosotros tenían una clara influencia yanqui: The Animals, Spencer Davis Group, The Beatles... algo diferente al tiempo en que vivimos, una época de boludez y de mentira, donde hay gente que está tocando murga y dice que toca rock, otra que toca cumbia y dicen que es rock, otros que no se sabe ni qué mierda hacen... Yo creo que el rock está atacado por todos lados y sería bueno que pongamos las cosas en su lugar: el rock es negro y viene del rhythm & blues.
Kubero Díaz: –Pero se hizo fuerte en Inglaterra.
J. M.: –Evolucionó en Inglaterra, sí, llegó a lo sinfónico y la fusión, hasta que un día aparecieron los envidiosos, se pusieron a cagar y a mear en el escenario, a tocar con guitarras desafinadas y a los gritos para destruir el rock; ese movimiento anti-rock, el punk, también es inglés. ¡Hasta eso tuvieron!
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