MUSICA › HERMETO PASCOAL Y SU SINGULAR CONCEPCIóN DE LA MúSICA
El gran instrumentista y compositor brasileño, que esta noche cierra una gira de nueve shows por Argentina en el Teatro de la Comunidad Amijai, afirma que “hasta el más feo de los acordes puede sonreír si se lo combina astutamente con otros”.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Hermeto Pascoal es mundialmente conocido y reconocido por su destreza en la eximia ejecución de guitarra, piano, bandoneón, saxo, flautas y percusiones varias; por su habilidad para construir complejas estructuras melódicas, armónicas y rítmicas; por el increíble dominio de diversos estilos (y la síntesis de ellos, tal como hizo aupando la música brasileña con el jazz) y su maleabilidad para integrar los formatos grupales más diversos. También por el álbum de 365 canciones que compuso entre junio de 1966 y junio 1997 para que la humanidad entera dispusiera de una canción suya en el día de su cumpleaños. O por la veneración que le profesaron por igual Astor Piazzolla y Miles Davis, o las interpretaciones de sus composiciones que de modo devoto y esmerado realizan una y otra vez las orquestas y filarmónicas más prestigiadas de todo el mundo.
Sin embargo, lo que más sigue llamando la atención de sus 60 años de carrera musical es la virtud que tiene para conectarse con los animales, de cuyas reacciones y sonidos se ha valido en reiteradas oportunidades para producir y generar obras artísticas. “Primero que nada, quiero aclarar que yo no me siento diferente a ellos. ¿Y por qué? Básicamente, porque ellos piensan como yo”, define Hermeto en charla con Página/12. Y justifica: “De ninguna manera creo que sean espíritus atrasados, tal como sostienen muchos científicos prestigiosos, y la muestra elemental de esto es que muchos de ellos pueden ser más cariñosos con la humanidad que lo que la humanidad suele serlo consigo misma. Ese comportamiento lo tienen porque sienten, pero también porque piensan. Pueden expresarse poco, a través de sonidos o de lo que sea, pero piensan todo el tiempo. Y esa es la gran enseñanza que debe adoptar el hombre: la de hablar menos y pensar más. Las personas primero hablan y luego piensan”.
Todo comenzó siete décadas atrás, en uno de esos tantos días en los que su familia iba a internarse en el profundo verde del nordeste brasileño para trabajar en el campo. Impedido del contacto del sol por su albinismo, su padre prefería guarecerlo en las sombras del carro tirado por bueyes que trasladaba a la familia desde el pueblito de Lagoa da Canoa, a la espera de que finalizaran las tareas laborales. Imaginemos la escena: un pibe de ocho años encerrado en una carreta durante largas horas, sin mucho por hacer ni nadie con quien hablar. Casi al borde de la alienación, tomó el tallo de una calabaza e improvisó una flautita con los pequeños conocimientos musicales que había aprendido usando el acordeón de su padre. “La primera vez que la toqué, observé que unos pájaros se iban volando, quizás asustados. Esa reacción me generó una fuerte intriga, entonces empecé a hacerle distintos agujeritos al tallo, buscando otros sonidos, que eran otras notas. Al tercer día, el árbol se llenó de pájaros. Ahí comencé a descubrir que la música es universal y que les pertenece a los humanos, a los animales, a los árboles y a las montañas. Está más allá de los que nos pueda decir un diccionario”, sostiene.
Hermeto tiene 76 años, un sombrero de dimensiones similares al que debía usar para defenderse de los embates solares de su niñez y la frescura del garoto alagoano que nunca quiso abandonar. Y sigue enumerando más experiencias, como si estuviera revelando los regalos de Navidad: “De grande, fui a una especie de pantano a tocar con sapos, que cantan sólo si también lo hacen sus padres. Empecé a emitir sonidos y no me respondían. La gente que me había acompañado se reía, pero yo estaba conectado mentalmente. Estuve probando un rato largo, porque ejecutar un instrumento es como caminar por la calle: uno va mirando cosas y eligiendo caminos; puede detenerse, volver hacia atrás o cambiar de rumbo. Entonces empecé a tocar distintas notas, a combinarlas y a probar variantes, hasta que logré no sólo que me contestaran, sino que me exigieran seguir cuando yo había parado. ¡Fue una fiesta, mi amigo!”. La más alucinante de todas esas experiencias, dice, es la que le sucedió con un avestruz que estaba a punto de morir en un zoológico, tal vez de tristeza, quién sabe: “A través de la música logré que moviera la cabeza y luego se levantara –narra–. Vino hacia mí, me apoyó su cabeza y el veterinario, que ni siquiera creía que pudiera ponerse de pie, se asustó porque pensó que me quería atacar. Yo me corría de lugar y el avestruz me seguía. ¡Podría habérmelo llevado a mi casa tan sólo con el sonido de mi flauta! ¿No me cree? Lo invito a buscar en YouTube el video del periodista de Estados Unidos que pidió filmarme para comprobarlo”.
El énfasis con el que el brasileño explica su vínculo con los animales no es el capricho de un viejo delirante que se dejó la barba larga por descuido. Fue por ellos y gracias a ellos que descubrió a temprana edad la música y su nobleza universal capaz de aproximarnos lo más sinceramente hacia una idea de unidad, Dios y verdad mediante un lenguaje único, despojado de palabras, códigos y formalidades. Eso es lo que lo lleva desde hace décadas por el mundo y que ahora lo trae a Buenos Aires, donde esta noche cerrará una gira de nueve shows por Argentina en el Teatro de la Comunidad Amijai (Arribeños 2355). “Buenos Aires es uno de los cielos de la Tierra”, endulza. “Yo vine en una época muy mala, durante la última dictadura, y logré meter 2500 personas en Obras. Siempre tuve la suerte de tocar a sala llena gracias al apoyo que la prensa y la gente le brindó a mi música”. A su lado, asiente Aline Morena, su compañera de ruta, con quien se presenta en formato de dúo: “Creo que ésta es la ciudad más cultural de toda América latina. Está llena de librerías, teatros y cines. Tiene su propia cultura, con el tango, la milonga y el folclore, pero se lleva muy bien con la que viene de otros países, y puntualmente con la de Brasil, por eso uno se siente en casa”, amplía la cantante lírica, que acompaña cada palabra de Hermeto y la profundiza.
–Por lo general, las veces que él iba a Brasil, yo estaba en Europa, o allí estaba él cuando yo me presentaba en Argentina. Llegamos a tocar en la misma sala, incluso en la misma noche, pero en horarios diferentes. ¡Donde siempre nos encontrábamos era en las conexiones de aeropuertos de todo el mundo! Me hubiese encantado haber podido tocar con él, y creo que él deseaba lo mismo. El problema es que teníamos muchos compromisos de agenda y, por otro lado, músicos como él o Egberto Gismonti son de formación más erudita y no tanto de ponerse a improvisar en el momento. Lo digo con todo respeto y admiración por ambos, pero para armar algo en conjunto habría que haberlo arreglado con un año de anticipación para buscar una fecha en común que nos sirviera a ambos y también para coordinar y convenir qué tipo de música haríamos juntos.
–Escribo canciones todos los días y tengo más de cinco mil arregladas y terminadas. ¡Y no es una exageración! Ahora, por ejemplo, hago canciones de todas las ciudades que visito. Me informo, pregunto sobre su gente, sus costumbres o el significado de su nombre. Aunque, a veces, siento que ya conozco las ciudades antes de haberlas pisado. Eso me pasó incluso la primera vez que salí de Brasil: en ese entonces, ya sentía que había viajado muchas veces. Con mi pensamiento, claro. Pero no me sucede sólo a mí, ya que todos nuestros espíritus viajan por muchos lugares de manera natural, sin premeditarlo. Cuando dormimos, por ejemplo. Lo mismo sucede con la música. La inspiración viene y... ¡zum! Aparece una canción. Por eso, trato de estar preparado para cuando eso ocurra, sin importar donde estoy ni la hora que es.
–Me pasa algo muy curioso: cuando compongo, siento que ya toqué esa música, pero una vez que termino la canción ya no la puedo volver a recordar. Siempre fui autodidacta, pero a los 42 años decidí aprender teoría sólo para poder registrar las canciones y no extraviarlas en los laberintos de mi desmemoria. De todas maneras, las escuelas enseñan a saber y no a sentir. Transmiten conocimientos pero no sentimientos, y la información es buena siempre y cuando sea uno el que use la teoría, y no al revés. Una vez, di una clase en Berkeley y la finalicé diciendo que había varias cosas que no se enseñaban allí, entre ellas el gusto. Por uno puede estudiar mucho, leerse todos los libros y ser el que más conozca de teoría en todo el mundo, pero nada de eso servirá si no se tiene buen gusto. ¡Y todos aplaudieron de pie! La teoría es un escrito musical... pero no es música.
–El agua tiene una gran utilidad, siempre y cuando se la combine eficazmente con los otros elementos. Es como preguntarle a un pintor cuál es su color preferido. Usted puede pintar toda una pared de azul, pero hacer que se destaque un pequeño punto rojo si sabe colocarlo en el lugar indicado. Lo mismo sucede con la música: sería un ingrato si tomara preferencia por un acorde determinado, porque hasta el más feo de ellos puede sonreír si es astutamente combinado con otros.
–¡Los cariocas me viven reclamando como presidente! Lo dicen en broma, supongo. No me preocupa tanto la política, sino lo que los políticos hacen con ella. Eso me produce mucha pena, al igual que con las religiones. Lo compararía con la gente que vive obsesionada con su cuerpo, lo cual tampoco está tan mal, pero un cuerpo sin alma es una vida que se echa a perder.
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