Jueves, 22 de junio de 2006 | Hoy
MUSICA › MARIANA CARRIZO, LA SALTEÑA DIMINUTA QUE SE PLANTA EN EL ESCENARIO
“Una vez canté una copla contra los hombres y me silbaron quince minutos sin parar”, admite Carrizo, que dice que lo suyo nació de una resistencia a “la falta de respeto a la mujer”, pero buscando el humor antes que la guerra.
Por Karina Micheletto
Todas sus armas son su caja y su voz. Y las coplas, claro, esos versitos pícaros y filosos, divertidos o amorosos, que pican donde más duele o donde más gusta. Con esas únicas armas, la bagualera Mariana Carrizo es capaz de lograr lo que pocos: que el público de los festivales, acostumbrado al arriba las palmas, la escuche cantar sus coplas como transportado, en un silencio que sólo se interrumpe por las risas que provocan algunas coplas, por ejemplo. El efecto que provoca esta diminuta salteña es justamente ése: uno se siente transportado por esa voz que actualiza un canto ancestral. Hoy a las 21 Carrizo se presentará en el teatro ND Ateneo (Paraguay 918), con un espectáculo que lleva nombre de copla: Soy de Salta y hago falta.
Mariana Carrizo ya se ganó motes como el de “coplera feminista”, aunque a ella no le cierren del todo. Es que en la selección que hace de esas coplitas que, dice, “están en el aire”, porque “son de todos”, abundan las reivindicaciones femeninas o los palos a los señores mayores con novias jóvenes. Y las versiones copleras del billetera mata galán, definitivamente, son mucho menos piadosas que el sentido común del argentino medio. ¿Un ejemplo?
La que sale con un viejo
tiene que hacer como el gato,
pa’ poder comer el bofe
ha’i de cachetearlo un rato.
El pequeño fenómeno que de un tiempo a esta parte protagoniza Mariana Carrizo hizo que artistas como León Gieco o el Chaqueño Palavecino la invitaran a sus espectáculos. Y también hará que la copla cruce el océano: a fines de agosto la bagualera viajará a España, invitada al encuentro Juglares del mundo, y en septiembre fue invitada a un festival en Israel. “Desde muy chica yo era loca por las coplas. Un día me regalaron un casete de Leda Valladares. Cuando lo escuché, me saltó la curiosidad y empecé a andar, pueblito por pueblito, buscando las coplas que cantaba la gente”, cuenta Carrizo. “Por entonces tendría 12, 13 años, y mi papá no me dejaba cantar, no entendía. Pero yo tenía una pasión, así que iba a hacer lo que fuera: me escapé unas cuantas veces, y así también ligué unos cuantos azotes. Pobre mi papá, hombre de campo, gaucho, qué me iba a andar llevando a mí a cantar de un lado al otro... ¡El quería que yo fuera monjita! ¡¡¡Pobre!!!”.
–¿Y ahora, qué dice su familia?
–Están contentos, pero no tienen la dimensión exacta de lo que hago. Creo que siguen pensando que hubiera sido mejor otra cosa para mí. Pero prefiero que sea así. Peores son esos padres pesados que andan siguiendo a “la hija artista”, que piden otra... De hecho, me da vergüenza cantar para ellos. Y si por ahí me van a ver a algún festival, me pongo muy nerviosa.
–¿Cómo llegó a grabar con el Chaqueño Palavecino?
–Cuando recién empezaba y salió de Tartagal, lo primero que hizo el Chaqueño fue andar por las provincias y en una de ésas anduvo por los Valles. Ahí nos conocimos, y un día me invitó a cantar, allá por el ’98, ’99. Así terminé grabando con él en el CD Apenas cantor. También cantamos en algunos festivales, fue muy lindo. Donde más magia tenía el contrapunto era en la Serenata a Cafayate. Ahí en los últimos años es tradicional que cierre el Chaqueño: el hombre va y canta, canta, canta, hasta que sale el sol y ya es el día siguiente. Y ahí, en medio de los cerros, mientras amanece, es como que retumbara todo, hasta el corazón.
–¿Y con León Gieco?
–Yo a él siempre lo veía como a un artista lejano. No indiferente a este tipo de música, pero jamás me hubiera imaginado que iba a llegar a interesarse por lo que hago. ¡Y a llamarme por teléfono él mismo! Cuando atendí el teléfono y me dijo: “Hola, soy León Gieco”, yo le dije: “Claro, yo soy la Madre Teresa”. Se mataba de risa. Es que yo no lo podía creer. Me estaba llamando para invitarme a su espectáculo Planeta de mujeres. Este año, en Cosquín, terminamos haciendo juntos un contrapunto de coplas.
–¿Le resulta difícil mostrar lo suyo en festivales?
–Ahora no tanto, porque la gente ya sabe quién soy y lo que hago, y saben que si no se callan no van a entender. En los festivales, la gente por lo general va a bailar y a corear los temas que ya sabe. La copla les propone otra cosa, los traslada a otro lugar. Cuando logro esa conexión, es como si el público empezara a cantar conmigo, pero en silencio: surge una conversación entre copla y copla.
–¿Le gusta que le digan que es una coplera feminista?
–No sé. Me gusta que mis coplas sean femeninas, más que feministas.
–Pero con sus coplas tira muchos palos a los hombres...
–Pero va más allá de llevar una bandera feminista, nunca lo hice con esa intención. Por supuesto que me molesta que se le falte el respeto a una mujer, y desde chica arranqué cantando cosas en respuesta a esa falta de respeto. Un poco para molestar o incomodar, pero siempre desde el lado picaresco. Les decís lo que querés haciéndolos reír. Aunque a algunos, ni así les gusta...
–¿Alguna vez tuvo problemas?
–Una vez, en un Festival del Poncho en Catamarca, canté una copla contra los hombres y me silbaron quince minutos, sin parar. Llegué a asustarme, pero al final zafé. Y en otro festival de un pueblo le dije una copla del pata e’ lana al intendente:
El gallo en el gallinero
abre las alas y canta,
y el que duerme en cama ajena
madrugando se levanta.
Al año siguiente, el intendente me pidió disculpas porque no podía volver a contratarme. ¡Había tenido problemas con la mujer por aquella copla! Me causa gracia cuando se sienten aludidos. Por ejemplo, cuando canto:
Me gusta verlos a los viejos
cuando andan de pretendientes
abren la boca y se ríen,
no se les ven ni los dientes.
Dos por tres hay alguno que viene a decirme: “No, señorita, yo tengo todos los dientes”. Yo siempre aclaro que son coplas que se cantan. Si a alguno le toca de cerca, ya es problema suyo...
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