MUSICA › RAMIRO GALLO PRESENTA VIEJOS PAISAJES NUEVOS
En el ciclo que vuelve a presentar mañana en Café Vinilo, la Orquesta Arquetípica del violinista se anima a encontrar nuevas vueltas en materiales conocidos, e inclusive a volver sobre un tango que alguna vez odió: “Yo repavimenté ‘Caminito’...”
› Por Cristian Vitale
Terraza polar en Palermo Viejo. Ramiro Gallo templa el pulso con una copa de vino tinto, mientras el resto de la orquesta, guarecida bajo techo, ultima detalles para el concierto por venir. “Perdón, ahora voy a calentar los dedos”, apresura el violinista, tras terminar con una nota difícil. No por su contenido, en el que el santafesino devenido porteño acaba de revelar detalles sobre su Arquetípica en ascenso, sino por su forma: el frío con viento hace todo lo posible por entrecortar las palabras, por quitarle fluidez al vaivén entre dos personas que pretenden comunicarse. Dentro del Café Vinilo, la sala de Gorriti al 3700, donde Gallo presenta el concierto Viejos paisajes nuevos (se repite mañana a las 21), el termómetro sube exponencialmente y, músicas mediante, el bienestar también. La Orquesta Arquetípica arranca con una formidable pieza instrumental en honor de Leopoldo Federico (“Estirpe tanguera”), el público consiente y el set sigue con piezas propias, de esas que fueron forjando al compositor cofundador de la Orquesta Escuela Emilio Balcarce, en un faro a seguir por las nuevas generaciones del 2 por 4.
Suena “El invierno”, siguen “Milonga para la China”, “Santa Fe–Buenos Aires”, “20 años no es nada”, dedicada al aniversario de la orquesta de música ciudadana de Córdoba, y “Un vientre de años luz”. Y sucede un momento de suma belleza –tal vez el mayor de la noche– que se entremezcla con el llanto de un bebé y algún retintín de copas. “Este tema se llama ‘Bolulu’, y se lo hice a mi hijo... fue una de las primeras palabras que dijo”, anuncia Gallo, acodado en los trece músicos que sustentan sus trabajados pareceres estéticos. “Cuando sentí el deseo de armar la orquesta, tenía que ver con que me había contactado con una necesidad de abordar el lenguaje clásico del género. Creo que hay un arquetipo del sonido tanguero y eso es precisamente la orquesta típica”, enmarca, sobre un cuerpo musical que también expresa versiones. Recreaciones. “Siga el corso”, o “Canaro en París”. O “Caminito”. “Entiendo que es un repertorio trillado, pero el de-safío es hacer versiones que tengan algún sentido, que no es fácil. Son temas que me gustan, que han tenido que ver con mi vida”, detalla.
En el caso de “Caminito”, Gallo dice a Página/12 lo que ratificará en público: “Lo repavimenté”. El bacheo musical ocurrió luego de largos períodos de su vida en que literalmente odió tal pieza. “Fue uno de los primeros tangos que aprendí, porque lo hacíamos con la orquesta de niños de Santa Fe, donde yo estudiaba, y lo odiaba. No lo quería tocar hasta que, durante una gira por Japón con El Arranque (orquesta que integró en calidad de director y arreglador entre 1997 y 2005) tuve que tocarlo. Después me redimí del odio que le tenía a partir de un arreglo que le hice tras escuchar la versión de Horacio Salgán, que le sacó la esencia desde otro lugar”, explica él. La versión del tango de Juan de Dios Filiberto suena heterodoxa. Trueca el A-B con puente en el medio de la versión original, por un singular A–A–A, B–B–B. “Muchas variaciones y muchas modulaciones en el medio... me divierte mucho, porque te permite cambiar el humor”, justifica Gallo, que también trae entre manos un popurrí vital con piezas de Julio De Caro. Otro momento de recreación histórica atravesado por fragmentos de “Buen amigo”, “Mala Junta”, “Boedo” y “El arranque”, que se imbrican unos en otros. “Es divertido encararlo así, porque te permite pasar por sensaciones diferentes. Cada tema tiene un carácter distinto, y eso te da muchos colores, sobre todo cuando tocás dos piezas en simultáneo. Es como tomar la materia prima de una manera más maleable”.
–¿Por qué De Caro?
–Porque tiene cosas interesantes desde el punto de vista expresivo y rítmico. Tiene muchas partes de elaboración desde lo armónico y una pata muy milonguera, muy rítmica, que te permite hacer un anclaje fuerte en el tango, ¿no? A ver, Joaquín Mora o Enrique Delfino son compositores muy líricos, pero que no tienen anclaje milonguero, en cambio De Caro sí. De Caro es como las dos cosas, te brinda una amplia gama de recursos.
Recursos que el director y compositor usufructúa con cuatro violines, cuatro bandoneones, viola, cello, piano, guitarra eléctrica, y cantor. “El eje está puesto en las composiciones, y el lenguaje es el del tango clásico. Mientras que con el Quinteto hago una producción más bien por fuera del género, explorando los bordes, con la orquesta me interesa desarrollar un sonido bien tango, bien clásico. Es más, la armé por eso. Digamos que la típica es el arquetipo de las formaciones instrumentales, y si en algún momento desapareció no fue porque el tango evolucionó, o porque hubo necesidades estéticas distintas, sino llanamente por cuestiones económicas”, sentencia.
–¿Cómo funciona esa situación en el cotidiano de su orquesta?
–Complicado. Hay muchas orquestas que se mantienen en forma cooperativa, pero no es este caso porque yo convoco y no puedo decirles “Vos hacé esto, vos lo otro, si perdemos, perdemos todos”. Tengo que tener las cosas resueltas y lo económico tiene sus avatares, pero los chicos le ponen el pecho a eso.
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