MUSICA › LA CANTANTE NATALIA LOPóPOLO PRESENTA SU DISCO DEBUT, MAMITA
Con más de mil trescientos conciertos encima, esta artista independiente apuesta a una renovación, evitando los estereotipos estéticos y “esos treinta tangos que todos cantan para los turistas”. Mostrará su álbum el 14 de agosto en The Roxy.
› Por Cristian Vitale
En la portada de Mamita, su único disco, se la ve con un rostro insinuante, con un mechón que le cae sobre la mejilla izquierda, ruleros de entrecasa y de fondo una heladera abierta llena de peras, tomates y frascos de mermelada. Y bien en colores, asumiendo la época. “El tango no es solamente esa cosa triste, dramática, gris. No. No es eso”, embiste ella, al momento de explicar su lugar en el mundo del 2x4. “No es necesario disfrazarse de dama antigua, ni cantar adentro de una tanguería, ni vivir de acuerdo con ese estereotipo tanguero que nos impusieron”, insiste. Natalia Lopópolo, cantante de tango, actriz “off”, sale con los tapones de punta con el objeto de transmitir su ubicación en tiempo y espacio. De explicar, además, cómo se fue abriendo camino en la selva, con la independencia como filoso machete, desde que desoyó el mandato de sus maestras (“Todas me ponían fichas para ser otra cosa”) y les prendió tres velas a sus deseos: cantar tangos, a su manera, y vivir de eso. “Bueno, sí, al principio le vendés un poco el alma al diablo porque bajo ese fin cantás cualquier cosa en cualquier lado y medio que perdés tu identidad como artista, pero después la reencontrás. En mi caso se dio la gran Troilo: ‘el tango siempre te está esperando’”, se ríe.
Lo que Lopópolo tiene para acreditar su sino es un primer puesto en el certamen de tango Hugo del Carril 2010, un padrinazgo artístico de Juan Alberto Badía, una nominación a los premios Gardel en el rubro “Album Mejor Artista Femenina de Tango”, unos mil trescientos recitales dados entre 1997 y la fecha, y el disco, que mostrará el miércoles 14 en The Roxy (Niceto Vega 5542). Es un trabajo que mixtura versiones de Marisa Vázquez, su autora fetiche (“Madrugada y soledad”, “Gualicho de luna”), con tangos viejos lado B (“Muchacho”, de Celedonio Flores; “Tortazos”, de Enrique Maroni y José Razzano) con algún que otro semiclásico, como en los casos de “Yuyo Verde” (Homero Expósito) o “Arrabalera”, de Cátulo Castillo y Sebastián Piana. “Creo que hay que nutrirse del tango clásico, escucharlo, adorarlo, pero también buscar nuevos aportes. Hay un tango que está esperando, que está tapado pero respira aire fresco en las milongas. Allí hay mucho poeta y músico nuevo que concibe nuestra realidad urbana, una realidad más identificable para la gente que lo va a escuchar. Vale la pena darle la chance a lo que tenemos para decir, aquí y ahora”, desarrolla.
–Hay una larga discusión respecto del lugar “real” que se le da a tal necesidad de expresar al género con ojos de hoy. ¿Qué piensa usted?
–Que todo el mundo se rasga las vestiduras hablando de tango, pero a la hora de los bifes son todos vegetarianos.
Lopópolo abrazó el tango luego de un romance con un entusiasta del género. “Un ménage à trois divino entre él, el tango y yo”, se ríe la cantante, que escribe sus arreglos, se arma el vestuario, diseña su puesta en escena, elige a sus músicos y directores, y gestiona sus fechas. “La verdad es que hasta el momento de ese encuentro yo no tenía idea del mundo tanguero que hay bajo tierra, que es muy grande, por suerte. Encontré mi lugar en el mundo, digamos, que desembocó en la grabación de Mamita.” El nombre de su primera criatura discográfica es consecuencia directa del nacimiento de su primera hija (Felicitas) e indirecta de una figura clave para el género. “Todos sabemos que la madre para el tanguero es un personaje emblemático y quería mostrarle a mi hija la mejor versión de su madre, pero sin disfraces ni máscaras... Una mamita modelo 2013, porque las mamitas tangueras de antaño, que todos los tangueros veneran, fueron de una manera, y nosotros somos de otra. Salimos a buscar el futuro más allá”, sostiene.
–No faltan casos históricos, igual: Tita Merello, Lolita Torres... Mujeres “arriesgadas”.
–Osadas, claro. Locas. Pero hoy es más normal y quiero llevar esto adelante como tanguera. Canto con jeans y sin impostaciones.
–¿Y la estética musical?
–Principalmente evitar esos treinta temas que todo el mundo canta para los turistas. No se me ocurre qué aportar en ese sentido, pero sí en tangos viejos menos escuchados, o en muy nuevos. Una mezcla entre Marisa Vázquez, una grosa total que se lleva su carrera al hombro, y Ada Falcón o Rosita Quiroga, que es una tapada. Fue una Che Guevara del tango, con su guitarra. La idea es conjugar ambas cosas, y así está expresado en el disco.
–No nombró ninguna figura de la generación intermedia: Susana Rinaldi, Eladia Blázquez...
–Me pongo de pie por Eladia. Ella ha refrescado el género de una manera increíble y se ha ido demasiado pronto, pero siempre estoy escuchando a las cancionistas viejas, las cantantes del ’30 o del ’40, y no tanto la camada de Eladia o Susana. Ellas han tenido su estilo y lo han desarrollado, fieles a lo que tenían para decir, pero creo que en esta época el tango es como cool, porque un rockero puede cantar un tango y nadie lo va a chiflar, mientras en la época de ellas tuvieron que ir contra un aparato que les remaba en contra todo el tiempo.
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