Sáb 10.08.2013
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MUSICA › MARIANA BARAJ PRESENTA SANGRE BUENA ESTA NOCHE EN SAMSUNG STUDIO

Entre el arroyo y el cemento

La cantante y multiinstrumentista se mudó a Salta, un cambio que la ubicó más cerca de ese folklore que escuchó desde siempre. Su quinto disco, con cierto aroma pop, fue grabado en los estudios del Chaqueño Palavecino y de Gustavo Cerati. “Una buena síntesis”, dice ella.

› Por Cristian Vitale

Por la casa de Mariana Baraj, en Salta, pasa un arroyo. En verano, cuando las aguas bajan claras desde las alturas de la Quebrada de San Lorenzo, aprovecha para teñir el patio con flores y árboles: tiene cactus, frutillas, tomates, varios tipos de plantas. “Una minihuerta”, apunta ella. El marco cotidiano en el que vive hace tres años se completa con un sinfín de gallinas callejeras, caballos libretrotadores, y algún vecino que de vez en cuando “se macha” y empieza a coplear. “Soy porteñísima, pero se dieron un montón de situaciones que hicieron que me tenga que replantear mi cotidianidad. Me enamoré de un salteño, tuve que dejar la casa donde vivía y hace mucho tiempo venía elaborando la idea de salir un poco de Buenos Aires. Fue un cambio grande, a todo nivel y con balance positivo: dejé de fumar y montón de cosas más... Estoy súper sana”, se explaya sobre las razones que la llevaron a cambiar la esquina de Fitz Roy y Gorriti, pleno Palermo jungla, por ese bello paraje del Noroeste, distante siete kilómetros de Salta capital. “La verdad es que me siento más cerca del folklore, de lo que siempre me interesó artísticamente”, sentencia.

De ahí que Sangre buena, disco que presentará hoy a las 21.30 en Samsung Studio (Pasaje 5 de Julio 444), sea imposible de entender sin su entorno. Sin Julia Vilte, la coplera de Angastaco en quien la Baraj se inspiró para componer la zamba “Pastora”. Sin el Chaqueño Palavecino por dos: porque el top del folklore intervino en el gato “Escobita de Pichana” (“una escoba que se usa especialmente para barrer la tierra”, explica ella), y porque habilitó su estudio del Valle de Lerma, para que la compositora, instrumentista y cantante grabe la primera parte del disco. Tampoco se entiende sin ese paisaje en el que vivieron Jaime Dávalos y Eduardo Falú, de quienes tomó la única versión del disco: “Tonada del viejo amor”. “Sí, es cierto que la hice transitar por otros caminos, la ‘latinoamericanicé’, pero no modifiqué su línea melódica, ni su letra. Agarré el charango, me senté en la galería de casa y la tonada bajó sola”, cuenta la hija del saxofonista Bernardo Baraj que, luego del recital en Buenos Aires, encarará una gira de veinte días por Japón. “La verdad es que estoy cerca de esas historias de músicas y de vidas que antes escuchaba desde lejos.”

Para graficar tal sensación, Baraj detalla un día de su vida. Cuenta que desayuna con mate, escucha la radio mirando las montañas, nada en el club del barrio y compone en el piano. “También me lo llevé”, se ríe y sigue: “Hay gente que piensa que en Salta no pasa nada, pero no es así: hay mucha movida artística, muchos espacios e incluso con mejores condiciones que las que se dan en Buenos Aires, en donde parece que va a reventar todo en un minuto. Acá tenés que ir cuidando los pasos, allá no. Allá la gente vive más tranquila: las puertas no necesitan llaves y la verdad es que cada vez que vengo a Buenos Aires me cuesta cambiarme el chip. No son lugares compatibles”, sostiene la música, que lleva cinco discos editados entre 2002 y la fecha: Lumbre, de aquel año; Deslumbre (2005); Margarita y Azucena (2007); Churita (2010) y el flamante Sangre buena. “Le puse así en referencia al tema de impronta andina que compuse con mi hermano Marcelo, Javier Mattanó y Mauro Rodríguez, mi marido. La escribimos los cuatro pensando en la palabra ‘origen’ y después mi papá grabó unos arreglos de brass... Sangre buena, ¡sangre Baraj!”, se ríe.

Entre las once piezas que pueblan el disco, en las que Mariana mecha roles como charanguista, bombista, percusionista y cantante, hay una que lleva el tacto en acto de Fito Páez (“Buen Agüero”) y otras, como “Tibia”, que se dejan impregnar por una tensión campo-ciudad, también implícita en varias de sus composiciones. “Hay muchas canciones que tienen que ver con las formas más tradicionales del folklore, y algunas que tienen cierto color pop, que de todas maneras parten de una raíz folklórica. Podría ser el caso de ‘Tibia’, que nació de un rasguido doble, o la que hicimos con Fito, y que en su origen era un landó peruano. No sé, si tuviera que definir globalmente el disco, diría que está impregnado por el color del Chaco salteño, que es el que le quería dar, y por la interacción con músicas y vidas que ahora tengo cerca todos los días. Hay cierto pop, sí, no lo podría negar, pero la esencia es indudablemente folklórica”, determina la multiinstrumentista, que culminó de darle forma al disco en el estudio de Gustavo Cerati, en plena urbe. “La verdad es que los dos estudios, el del Chaqueño y el de Cerati, tienen mucha carga artística y emocional para mí. Son como una buena síntesis”, cierra.

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