Martes, 27 de agosto de 2013 | Hoy
MUSICA › MOTTA LUNA PRESENTA EN EL ND/TEATRO SU DISCO NUNCA MIRES ATRáS
El cantautor santiagueño, que supo ganarse el aprecio de Mercedes Sosa, se rodeó de unos amigos de lujo para su CD: Teresa Parodi, Víctor Heredia y León Gieco, que aparece en el poema de Leopoldo Marechal que Motta musicalizó y da nombre al disco.
Por Cristian Vitale
La gacetilla que circula por ahí para promocionar Nunca mires atrás, disco que estrenará –con León y Peteco– el jueves 29 de agosto en el ND/Teatro (Paraguay 918), lo presenta como un cantautor de pura esencia santiagueña, identidad latinoamericana y estirpe nacional. “Un poco mucho”, se ríe él, munido de una inocultable picaresca de pago y una copa de leche entre manos. Motta Luna prefiere definirse como un artista independiente que la viene remando hace rato “con pasos cortos pero seguros”, y alegar –de paso– que no concibe la vida sin música. Por lo pronto, igual, una cosa no priva la otra. Es santiagueño y como tal encara el mundo desde una guitarra. Es argentino porque, más allá del DNI, ha recorrido miles de pueblos, siguiendo a un padre ferroviario. Es latinoamericano porque, en vez de mirar del Atlántico para allá, prefiere elevar la vista sobre el Alto Perú y su más allá, y descansar su mirada en Simón Bolívar, o en Túpac Amaru. “O en Chávez, incluso... me queda más cercano”, se ríe, otra vez.
El final de la anécdota es que el guitarrista terminó tocando en el festival “La canción es necesaria”, de Venezuela, en 2008. Fue el propio ex presidente venezolano quien lo invitó a participar, casi en persona. “Fue una de las veces que vino aquí. Yo tenía un demo que había grabado con Mercedes Sosa, y me mandé a verlo después del acto en la cancha de Ferro. Le grité: ‘¡Hola comandante!’, y me hizo pasar... ‘¡Qué cara de peronacho tenés vos!’, me dijo y yo le respondí: ‘Qué cara de hambre de justicia tenemos los dos’”, evoca. En el cara a cara espontáneo, Motta le contó a Chávez del monte santiagueño y sus bemoles; le dio el demo y a los 15 días estaba tocando en Caracas. “Son los sueños, ¿no? Los sueños te van llevando a eso, porque es cierto que a veces uno le apunta con los sueños a la Luna, y el tiro le sale para el foco, pero otras sí, otras le pega a la Luna.”
–Se intuye que llegar a Mercedes Sosa fue otro tiro en la Luna...
–Sí, cuando la conocí, claro. Fue uno de los tiros que salió bien.
Motta Luna trabajó en Cantora: la Negra le grabó un tema de batalla (“Sufrida Tierra”), ambos mantuvieron una amistad de cinco años y ella, incluso, lo presentó en el Festival de Cosquín 2006. “En ese momento tenías que tener un disco por una multinacional, si no, no te aceptaban en Cosquín, no había espacios para los independientes, y ella me invitó a subir. Sentí una gran responsabilidad, pero también una felicidad, porque necesitábamos cantar esa copla: ‘Que nunca se arrodille mi pueblo santiagueño’, ¿no? Esa sí que fue una canción necesaria. Mercedes te abrazaba y no importaba si eras conocido o no. Me quedaba horas y horas escuchándola, momentos únicos de la vida, momentos que hay que cuidar y atesorar”, recuerda Luna.
Otros se visualizan echando un vistazo rápido a los créditos de varias de las piezas que pueblan su flamante CD: León Gieco aparece en “Nunca mires atrás”, el poema de Leopoldo Marechal que Motta musicalizó y eligió para nombrar el disco, y en “Nacimiento”, una bella canción que el rosquinense escribió en homenaje a su nieto, o en “El hijo del jornalero”, cuya impronta latinoamericana coincide con uno de los rasgos de la presentación inicial. Víctor Heredia en uno de los bonus tracks (“Los niños del algodón”). O Teresa Parodi, que inmiscuye su voz en “Con alma de niño”. “Un día me levanté temprano y dije: ¿a dónde puedo ir? Sí, a Sadaic. Sabía que me iba a encontrar con Teresa, llegué a las 9 y media, me preguntó qué hacía tan temprano ahí... así nació el tema”, cuenta. Motta se nutrió, además, de los aportes de Liliana Herrero, Juan Quintero, Luna Monti, Bruno Arias y Tero Ponce, nombres que no le quedan grandes al tacto en acto del trabajo. Que condensan bien su periplo vivencial.
Motta nació en Santiago del Estero, fruto de padre de tal pago y madre tucumana. Anduvo –dicho está– por muchos pueblos argentinos, siguiendo los traslados de un padre jefe de estación. Y recaló en Buenos Aires una noche oscura de 1977, cuando la familia tuvo que enterrar libros de Perón y Eva en el fondo de una Unidad Básica de Santiago. “Llegué con seis hermanos, dos varones y cuatro mujeres, y nos empezamos a ganar la vida acá. Yo fui a parar a San Martín, y viví casi toda la vida cerca de la cancha de Chacarita”, dice. “No sé... creo que de tanto andar uno va notando que puede hacer algo desde otro ángulo con las canciones. Pasé mucho tiempo mezclándome en guitarreadas, peñas y sentires”, evoca sobre una trashumancia que también lo llevó a trabar contacto con José María Castiñeira de Dios, el poeta de Ushuaia, en Ushuaia. “Como Castiñeira fue alumno de Marechal y nosotros queríamos seguir esa línea, hicimos, entre otros, ‘Toda mi infancia a caballo’. Ariel Petrocelli me dijo una vez: ‘Hacé leer el poema y podrás captar la música’, y eso fue lo que hice... la verdad es que jugar este picadito con los grandes me llena de orgullo, felicidad y responsabilidad.”
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