Martes, 27 de agosto de 2013 | Hoy
CINE › EL DIRECTOR CANADIENSE ZACH LIPOVSKY ENCONTRó UNA NUEVA VETA PARA EL GéNERO
Con su film Tasmanian Devils, el realizador buscó darle un giro algo inquietante al clásico dibujito de la Warner.
Por Javier Aguirre
Confirmado: salvo Taz (el popular, voraz y cascarrabias dibujito animado de la franquicia Looney Tunes), los demonios de Tasmania no son capaces de generar un pequeño huracán con sus patas traseras. Sí, en cambio, estos marsupiales con cara de malos y movimientos rápidos pueden generar misterio y curiosidad, como bien lo saben y lo han explotado los habitantes de la isla australiana de Tasmania, que han hecho de sus cuadrúpedos carnívoros nativos un ícono excluyente del marketing local. Sin embargo, hasta el rodaje del thriller Tasmanian Devils (2013), estos demonios no habían trascendido el dibujo animado de la Warner Bros. Ahora, gracias a la película canadiense dirigida por Zach Lipovsky, la gran vedette de la fauna autóctona tasmana tiene su primer rol protagónico en la historia del cine de terror.
Tasmanian Devils no postula que estos animalitos, poco más grandes que un gato, sean una amenaza para los hombres. En realidad, propone el hallazgo, en las junglas inexploradas de la isla, de una variedad antigua y gigante de demonios, acaso una subespecie típica de la megafauna del Pleistoceno. La doble acepción de “demonio” –por el diablo, y por el marsupial– provee aquí un conveniente equívoco. “Investigué y vi muchos videos sobre demonios de Tasmania, porque aunque las criaturas de Tasmanian Devils son ficticias, están basadas e inspiradas en estos animales”, asegura a Página/12 el realizador Lipovsky, quien reconoce que presentar la icónica criaturita tasmana en el papel de villano cinematográfico pudo no haber caído del todo bien en la Oceanía profunda. “En general lo han tomado como algo divertido –sostiene–, aunque en algunos lugares han considerado de mal gusto hacer que los demonios de Tasmania se vean malvados, cuando en realidad son una especie amenazada.”
Imposible no preguntarlo: si se admite que el “huracancito” con el que se moviliza la animación de Taz es la seña particular más conocida que el animalito en cuestión tiene ante los ojos del gran público, ¿habrá pasado por la cabeza de Lipovsky, especialista en efectos especiales, la posibilidad de recurrir a ese efecto? “La verdad es que queríamos hacer algo distinto de lo que la gente podía esperar, así que decidí no meterme con el efecto-tornado”, señala el director, y agrega: “Incluí alusiones al dibujo animado y al demonio de Tasmania verdadero, pero como referencias de las que tomar distancia, para destacar que las criaturas de la película, aunque sean carnívoras y muy rápidas, son diferentes.”
Lo que ocurre es que Tasmania, como tantas otras islas del mundo cuya fauna ha permanecido evolutivamente incomunicada, resulta ideal para apelar a la idea del “mundo perdido” que en 1912 patentara (el bárbaro) Conan Doyle: un reducto aislado donde la vida se esconde y muta en formas y tiempos únicos, extraños, impredecibles. Y no es nuevo que la fauna de Tasmania resulte cautivante: el año pasado, el ya extinto tigre de Tasmania o tilacino, fue la estrella de la ecopoética y sobrecogedora producción australiana The Hunter. Es que si las jirafas, los elefantes o los leopardos ya no sorprenden, los guionistas tienen que buscar por otro lado y los relatos empiezan a apuntar a criaturas menos conocidas, más misteriosas, como esas que sólo viven en alguna isla –de Madagascar a las Galápagos– poco transitada.
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